Hugo Gordillo
Escritor

Muerto el rey absolutista, ¡Viva el rey! Tras sus desgastantes guerras de expansión y colonialismo, Francia no solo está en paz, sino que está de fiesta. La aristocracia abandona el palacio de Versalles y vuelve a París. Al igual que la burguesía construye “hôtels” y “petit maisons”, pequeños palacios donde disfruta de una vida tan placentera como la de Luis XV, que deja el poder en manos de la Regencia y echa mano de sus jóvenes amantes y de su preferida real: la duquesa de Pompadour.

Los tres estamentos, tan mundanos como el Rococó, último paso artístico renacentista contra el arte convencional y normativo. El arte de la decoración preciosista es enconchado, rocoso y recargado. Niega al arquitecto y encumbra al decorador de iglesias y edificios achaflanados donde se reduce la sombra. El mobiliario y el estucado importan más que el inmueble. Utiliza la suavidad del tono pastel claro. Sus formas son diminutas, como el origen de la burguesía que lo ostenta y goza del baile en salones con espejos que contribuyen a la iluminación. Así, una iglesia de viejo culto cristiano se diferencia muy poco de un palacio donde se ejecuta el último grito de la moda: el baile, como parte de una cultura superficial burguesa.

Las damas asisten a esos encuentros de sociedad ataviadas de corsés, y miriñaques que reducen la cintura, someten la panza, resaltan los pechos y globalizan las nalgas. Si no es en la ciudad, la muchachada bien vestida y pintada se divierte cantando, danzando o declamando poemas como campesina en contextos rurales que simbolizan la felicidad y la libertad. El burgués es el gran productor y consumidor de arte, arrastra a la aristocracia hacia su cultura en un contexto de odiosas y amorosas relaciones políticas, hasta que coinciden en la fe en su futuro y complotan contra la monarquía.

Watteau, creador de la pintura galante donde la mujer pomposamente vestida es la gran protagonista, recrea estas escenas campestres de evasión de la realidad o de la vida cotidiana. Sus continuadores, como Boucher, toman los caminos de la vista de ciudad o los paisajes, hasta desembocar en el desnudo. En la “fiesta galante” nunca faltan la novia, el novio y cupido; la esposa, el marido, el amante y el amor prohibido, muy a tono con el erotismo picarón de la época. La sensualidad escultural se representa en forma curvilínea, que simboliza todo lo animado. Incluso las pocas imágenes religiosas de la Europa central son festivas.

Las esculturas de santos del rococó alemán, por ejemplo, son alegres, no trágicas, felices de la vida, aunque en vida hayan sido torturados, quemados o crucificados. Al XVIII se le denomina el Siglo de las Luces, gracias a luminarias como Montesquieu, Diderot, Voltaire, y Rousseau, hombres de ciencia, ideas revolucionarias y enciclopedismo pedagógico que pretenden acabar con la ignorancia, la superstición y la tiranía por medio del conocimiento y la razón. La burguesía se recrea en las novelas dramáticas de amor y se cultiva gracias a la prensa y los libros. Se crean las Academias de la Lengua, sociedades discretas o secretas como la masonería. Resurgen los Salones que defienden la libertad de las ideas frente a la Iglesia y la Monarquía con las armas de la libertad y la sensualidad. Una sensualidad que les viene de lo francés y una idea de libertad que les llega con el liberalismo económico de Adam Smith en Inglaterra, un país con historia burguesa desde que empezó a dejar la piratería y se dedicó al infame comercio de esclavos.

En España se crea la Sociedad de Amigos del País, nombre copiado por los enemigos del pueblo, verdugos y dueños de la Guatemala Aycinenista desde la Independencia hasta el fin de los tiempos. El arte Rococó es el espejo del burgués que convierte la pasión del amor en costumbre y quiere pasársela viendo desnudos. Los frescos, los tapices, las pinturas y las porcelanas están llenas de nalgas, piernas y pechos. El epicureísmo artístico es tan avanzado que ya no se trata de pintar mujeres maduras desnudas, sino de jovencitas; un ideal de belleza más picante que el chiltepe apetecido por finqueros y nuevos ricos de ciudad. Si alguien pinta mujeres vestidas, igualmente son eróticas para ojos cansados de ver tantas desarropadas.

Después del absolutismo político llega el absolutismo de la belleza sin expresión espiritual, donde lo bello y lo artístico son sinónimos. El Rococó pasa a la historia como el último estilo universal de Occidente que se mueve cual reptil entre súper artistas. No tiene que ver con semidioses y súper héroes, sino con simples mortales que pueden tener retratos personales o familiares. Es humano y sensible, lejos del poder que usaba el arte para infundir respeto. Ahora expresa la gracia de vivir para ser agradable. Es ese arte por el arte llevado al altar como estilo nacional en Francia el que rinde culto a la sensualidad y a la belleza, así como los burgueses y aristócratas disfrutan de los placeres de la carne. Artes y realidad mundanas son las que hacen decir al obispo Talleyrand: “el que no ha vivido antes de 1789 no conoce la dulzura de la vida”. Sin revolución todavía, pero con la miel de las mujeres por sobre todas las cosas.

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