Anders Kompass
COVID-19 ha demostrado que los fundamentos de nuestra seguridad son precarios. Los desastres pueden aparecer sin previo aviso, volviendo la vida al revés y sacudiendo todo lo que parecía estable. El daño causado por el cambio climático sin embargo será más lento que la pandemia, pero más masivo y duradero.
Tampoco es la primera vez que seres vivos ocasionan problemas sin querer.
Hace miles de millones de años las algas verde azules descubrieron la fotosíntesis y produjeron tanto oxigeno que llevó a la tierra a la llamada edad de hielo, una etapa que duró cientos de millones de años. A diferencia de las algas verde azules nosotros los humanos tenemos la capacidad de prever las consecuencias de nuestros actos y la posibilidad de elegir. Sin embargo, todavía seguimos viviendo sin preocupación alguna, tanto como lo hacían aquellas algas verde azules.
No obstante, empezamos a comprender que hemos subestimado la fuerza que se aproxima. Todo parece que el sistema climatológico ha entrado en una nueva fase de cambios vertiginosos.
Se habla de cisnes negros – repentinos e inesperados ciclos que adquieren su importancia crucial no a través de los muchos pequeños pasos que se dan sino por los pocos, pero grandes pasos. Uno le da paso al otro y así paulatinamente empieza todo a dar vueltas hasta que queda fuera de control. Los incendios en los bosques liberan dióxido de carbono y los hielos que se derriten causan mares negros que se calientan por el sol.
Para el futuro podemos esperar nuevos y más intensos fenómenos meteorológicos. Son fuerzas enormes y desalmadas que han entrado en movimiento por las leyes físicas a las que no les importa la vida y la salud del ser humano.
El ser humano ha evolucionado durante un período fresco y relativamente inusual. De lo contrario lo típico en la historia de la tierra ha sido la prevalencia de un clima significativamente más caluroso. Hay muchas indicaciones de que se ha iniciado un regreso rápido hacia esa etapa como resultado de la actividad humana. La vida en general en la tierra se adaptará como lo ha hecho tantas veces antes, pero para la civilización humana como la conocemos hoy será algo devastador.
Para el que quiera conocer esa realidad que todos compartimos no hay mejor manera de hacerlo que salir y mirar ese cielo oscuro iluminado por la luz de las estrellas y experimentar nuestro vulnerable y verdadero lugar en este universo. No sería entonces raro preguntarse: ¿hay otros allá afuera? ¿Por qué no los oímos?
¿Será que la Vía Láctea está llena de civilizaciones fracasadas que han sucumbido por la fragilidad de los seres que han intentado construirlas? ¿Es por eso que hay tanto silencio? Esta es una pregunta existencial. Tanto como un individuo tiene razones para reflexionar sobre su propia mortalidad, las civilizaciones igualmente tienen las suyas. Es con esta seriedad que debemos tratar la cuestión del cambio climático.
Quizá las crónicas del futuro lamentarán la mala suerte que tuvo la civilización humana. Que cuando la necesidad de actuar era más grande y evidente, los sistemas políticos eran demasiado débiles y los sistemas económicos demasiado indómitos. ¿O podrá la humanidad contar con la fuerza para hacer lo que hacía falta hacer? ¿Qué se narrará en los cuentos dentro de miles de años?