René Arturo Villegas Lara
Cuando llegaban las postrimerías del mes abril, quienes se dedicaban a las labores agrícolas y ganaderas esperaban que a partir del 1 de mayo se iniciaran los aguaceros; y de ahí viene ese dicho de que algo estamos esperando como “aguaceros de mayo”. De repente el tiempo principió a enloquecerse y pasaba la primera quincena del mes de la cruz y el agua no caía. Entonces la gente se iba a la vieja iglesia del pueblo y sacaban de su camerino a la imagen de San Isidro El Labrador y lo paseaban en rogación por todos los potreros y sembradíos, para que les hiciera la cachada de que cayeran los primeros goterones, con todo y sus respectivos relámpagos y truenos, después de corear “San Isidro el Labrador, pon el agua y quita el sol”; y San Isidro escuchaba y se hacía la ganchada de mandar la lluvia como era la costumbre. Cuando al santo varón se le pasaba la mano, regularmente en septiembre, pasaba lloviendo sin interrupción durante una semana o semana y media y a eso lo conocíamos como “el temporal”, o mal tiempo para otros. Pero, las palabras para comunicarnos cambian, y cambiarán más, de manera que ahora se le llama depresión tropical. Lo que sí conocíamos eran los huracanes que entraban por los cerros de Moyuta y despeinaba a todos los cocales, palmares y coyolares que crecen en chagüites y a la orilla de los ríos. En septiembre de año 1947 o 48, no recuerdo bien, se vino un temporal que duró quince días y toda la costa se llenó de agua de los ríos de Los Esclavos y el Margaritas y el gobierno de Arévalo mandaba un avión mosquito de color amarillo, a tirar costales con maíz al campo de futbol, pero se reventaban al chocar con el suelo. Eso sí, el puente de Los Esclavos, incólume; no como esas armazones de ahora que se los lleva hasta la crecida de un charquito. Por cierto, cuando los dos ríos a que me refiero se juntan por los potreros de la Trinidad, inundan la aldea los Cerritos y todas las comunidades de la costa sur de Chiquimulilla, como La Selva, El Aguacate, Santa Rosa y El Ahumado, y la gente aprovecha para agarrar pululos que nadan entre los zacatales inundados. Estos peces vulgares casi nos los pescan y se crían en las lagunetas de Paxaco; pero, cuando se presenta la inundación, andan como iguanas locas, sin rumbo fijo y la gente los agarra a quintaladas y los ahúman para comerlos con chirmol de miltomate. Los pobladores que más sufrían con la correntada eran los que habitaban de los Cerrito para abajo. Y precisamente el nombre de esta aldea viene de que en todos esos lugares de Guazacapán y Chiquimulilla, hay infinidad de cerritos de tierra, de uno 30 metros de altura, como los de Kaminal Juyú, que indudablemente fueron hechos por los previsores xincas, que es la etnia originaria de la región, para vivir en las cimas hasta que las aguas bajaran. Y en la aldea de los Cerritos hay muchos cerritos que los depredadores han excavado en busca de efigies de barro que tienen en sus entrañas, pues la protección pública no ha llegado hasta esos lugares. Yo recuerdo ese temporal de septiembre de la década de los 40, porque los patojos nos quitábamos zapatos y sin tener conciencia de la tragedia, nos dedicábamos a sortear las corrientes de media calle y a soltar barquitos de papel que navegaban sin más rumbo que para donde fuera la corriente. Eran tiempos de sentarse en el corredor a ver los patios llenos de agua y a comer tortillas tostadas con frijoles parados y mantequilla, mientras las ranas saltaban de charco en charco gozando de la vida. Hoy, el temporal se vino en mayo y junio; y el caudal de los Esclavos sigue siendo igual o peor porque ya no hay bosque, inundando de Loa Cerritos para abajo; pero, el puente de los Esclavos como siempre: incólume.