Eduardo Blandón
La sustitución de curas y guerreros por científicos e industriales era la sugerencia del filósofo Claude-Henri de Rouvroy, conde de Saint-Simon, al estado de miseria y anarquía de su tiempo en una actitud de franco optimismo. Como si la vida consistiera en quitar y poner, la historia de la humanidad se la ha pasado en dicotomías, transitando oscilatoriamente entre el blanco y negro para operar esos ajustes que nunca llegan.
Hemos fracasado por radicales y extremistas porque al final somos demasiado simples. Ya ve cómo vamos dando bandazos en materia política. Un día quitamos a los generales para darle la oportunidad a los empresarios. “Ellos no robarán, tienen suficiente dinero para hacerlo”, pensamos. Y, como siempre, terminamos frustrados porque roba uno y roba el otro.
¿Qué tal si en lugar de guardianes y empresarios nos decantamos por un intelectual? La idea es probar, ¿qué más da? Al poco tiempo, una nueva desazón. El intelectual salió peor, no solo porque su desafección, inoperatividad y falta de cintura política nos da grima, sino por su permisividad al democratizar la corrupción, por su actitud tibia e intemperante. Hay que seguir probando.
¿Y si en lugar de hombres que gobiernen probamos con mujeres? Ya, el problema es el género. Vamos a las urnas, cambiamos pensando en esas cualidades diferentes que adornan el sexo bello. ¿Resultado? Otro fracaso más. Tanta ilusión nos hacía. Pensamos en rosa y los colores no fueron distintos. Tenemos que idear nuevas opciones, tarde o temprano tenemos que acertar, es solo seguir intentando.
Quizá el problema sea de interculturalidad. Los blancos han sido históricamente cabezadura, egoístas, excluyentes. La solución es que nos gobierne un líder del pueblo, que venga de la provincia, él conoce las necesidades de la comunidad y sabrá tratar a la población con una sensibilidad alejada del orgullo de las clases dominantes. Y, ¡Zas! Volvemos al principio, castigados con la maldición de Sísifo.
Así se nos va la vida, sustituyendo y delegando. Somos una máquina productora de fantasías. Casi lo hemos probado todo: curas, pastores, generales, civiles, filósofos, analfabetas, hombres, mujeres, ricos, pobres… y no damos en el blanco porque creemos que la vida la define una persona. Olvidamos que el devenir es ciertamente multifactorial, pero dependiente sobre todo de la acción social.
Esto no significa que los líderes tengan escasa importancia, pero su valor ha sido sobreestimado. La efectividad de quienes encabezan los movimientos revolucionarios proviene de la unidad aglutinadora de los grupos organizados. Una golondrina no hace verano. ¿Y las estatuas? Simbolizan un momento histórico determinado, son prototipos (es parte de nuestra necesidad mimética y afán pedagógico), pero subyace en esa figura la comunidad sin la que el ícono no aparecería orondo en ese espacio público.