Juan Antonio Canel Cabrera
Escritor

Siempre me fascinó esa primaria y doble función que tiene las ventanas: permitirnos ver hacia afuera y, a la vez, dejar que desde afuera la imaginación juegue a diseñar la intimidad que se resguarda de los ojos transeúntes. La ventana, según el lugar en donde uno se coloque, puede ser luz u oscuridad. Es decir, evidencia o misterio. De un lado permite ver; del otro, imaginar. Y aún hay un aspecto más misterioso de las ventanas: cuando están cerradas. Baudelaire se encarga de recordárnoslo:

“Quien desde fuera mira a través de una ventana abierta, jamás ve tantas cosas como quien mira una ventana cerrada. No hay objeto más profundo, más misterioso, más fecundo, tenebroso y deslumbrante que una ventana tenuemente iluminada por un candil. Lo que la luz del sol nos muestra siempre es menos interesante que cuanto acontece tras unos cristales. En esa oquedad radiante o sombría, la vida sueña, sufre, vive”.

La utilidad práctica de las ventanas ha sido segundona respecto a la de las puertas. La puerta se abre y uno entra; sin embargo, la ventana es una especie de centinela que deja imaginar, pero no permite la entrada; salvo que se trate de la entrada nocturna, al estilo de Julián Sorel, al cuarto de Madame de Rénal. Eso, como digo, sucede en el terreno práctico. No así en el lenguaje poético. Porque lo poético no es práctico, aunque sí funcional. La puerta permite entrar y constatar la realidad del cuarto, de la casa, del edificio; la ventana, no. Y allí está anidado lo maravilloso de la poesía-ventana: nos permite imaginar otra realidad que, quizá, sea imposible, lo cual no le quita el gozo lúdico o trágico de la imaginación. Y aquí es donde aparece Gustavo Bracamonte con su nuevo poemario Ventanas.

A lo largo del ejercicio poético de Gustavo hay una constante temática: la preocupación social; la indagación y comprensión de los hondos problemas de la sociedad sin dejar a un lado la hondura personal, la tristeza, el amor, el llanto. Todo el andamiaje de su arte está reforzado por su sensibilidad social. No es una sensibilidad ejercitada desde una ciudadela desvinculada del contacto humano sino, por el contrario, ha sido puesta a prueba en su transitar por los propios caminos del pueblo; no es un arte que se funde en lo libresco, sino que la imaginación surge del contacto social; de conmoverse ante las injusticias y arengar a favor de una sociedad fraterna. Su poesía, en ese sentido, siempre ha sido un cantar del pueblo. Pero estemos sabidos que el pueblo no sólo canta sus alegrías; también sus tristezas; sus sueños y desencantos. Ama y odia. Por eso, las ventanas de Gustavo Bracamonte son una especie de ojos del pueblo; según el punto de vista, permiten ver lo luminoso de la vida y, también, lo obscuro.

“Por la ventana
entra el diario de las putas y
su estriptís de necesidades,
el olor a pólvora
de mundo agonizante,
tufo a gorjeo quemado
a carne descompuesta,
ciega y muda de cantos.”

No obstante, Gustavo recuerda:

“Mi madre decía,
es necesario que las ventanas
estén siempre abiertas
que la gente de las casas
respire vida no quede ciega
no quede sorda de mundo y
se repare humanamente
del dolor de país en trance”.

Y se repite la vieja pregunta sobre si la realidad necesita poetizarse; sobre si es estéril o efímero que se haga. Gustavo, a través de los poemas que componen Ventanas, nos dice que sí; que la realidad necesita poetizarse para que nos sensibilice; para que nos haga más humanos y nos recuerde el compromiso de la fraternidad. ¿Es un compromiso la fraternidad? Sí; es un compromiso para nuestra propia sobrevivencia; para que la violencia no nos rebalse y nuestra conexión con el mundo y la naturaleza sea de respeto, de alegría, de promisión. Para que nos muestre a los humanos cómo somos y nos ayude a entendernos.

La realidad, al poetizarse, se convierte en idealidad; es decir, en otra realidad que, por imaginaria es posible; a la que aspira el poeta para que se convierta en canción, en proclama, en denuncia, en amor, en testimonio de vida.

Muchos dirán: “Yo no he visto que un poema componga las circunstancias o arregle las situaciones”. Como diría un conocido mío: puro cierto; un poema no arregla la situación de manera directa; sin embargo, ayuda que la veamos de manera más profunda; que la razón le reserve un espacio a la intuición. Que la lógica copule con el sentimiento. Nos ayuda a no ver sólo la superficialidad, sino a indagar en lo profundo y misterioso de cada ser humano; década sociedad. La poesía es el ablandador de nuestra carne: le permite a nuestro espíritu que se esponje en ella para sentir de mejor manera su conexión con el mundo y las personas. Por eso, a través de la poesía se puede evocar las viejas ventanas, quizá ya desaparecidas y sentir que:

Me viene el olor a naranja madura,
a níspero recién masticado en la vega del abuelo,
a almendra recién caída al patrio de la casa.

¡Ah, misterio poético el de las ventanas! Pueden estar en las casas de habitación, en las casas de muñecas de los juegos infantiles, en los castillos de arena que construimos a la orilla de la plaza, en las camionetas, en el hospital y hasta en el nombre de un sistema operativo en el mundo de la computación; sólo que lo llamamos en inglés: Windows. Algo tendrán las ventanas que son tan emblemáticas para el ser humano. Sin embargo, las pasamos tan desapercibidas. Tiene que venir el poeta para que corra las cortinas de nuestros ojos y las veamos como agujeros de contemplación.

Por otro lado, las ventanas sucias de un vehículo, por ejemplo, sirven para que los jóvenes jodones escriban sobre la superficie polvorienta; “lávame, coche”. Las ventanas pueden también, mostrarnos su veleidosidad por medio de su indiscreción; si no, que lo diga Hitchcok en su película, La ventana indiscreta. Asimismo, la ventana, como comunicadora de la tragedia, nos permite ver al piloto de autobús asesinado y cubierto por una lona percudida que se burla con desdén de la vida y nos hace pensar que:

“La vida huye fragmentada de pies a cabeza,
huye vida
viendo de soslayo a la gente disminuida,
hilvanada con redes sociales,
huye vida
oscurecida con gobiernos magros y
el puntual culto a la indiferencia y a lo inicuo. Huye vida…”

Las ventanas, pues, bien vistas no son sólo aberturas que pueden abrirse o cerrarse; también pueden llegar a ser obras de arte; vestirse de elegancia cuando muestran sus vestidos de vitrales que las magnifican con sus colores que entran durante el día y salen de noche.

Y, bueno, delante o detrás de ellas se agazapa la poesía que espera a cada momento de la vida, ser descubierta. Y ese es el mérito de Gustavo Bracamonte, habernos hecho el favor de reencontrar el ventanal poético y compartirlo con nosotros.

El poemario de Gustavo Bracamonte no se conforma con mostrarnos sólo la poesía verbal de las ventanas; también comparte páginas con otra forma poética: la imagen; en este caso, la fotografía. Las palabras de Gustavo se acompañan con las fotografías de Vinicio Interiano que son una especie de vitral que esplendece el poemario. La poesía, pues, en este trabajo de Bracamonte, es como una chava preciosa que, a su hermosura, le añade la elegancia de un vestido hecho, precisamente, a su medida.

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