No resulta un pensamiento paranoico vislumbrar que las predicciones que hicieron muchos expertos sobre el pico se están cumpliendo con la acumulación de nuevos casos, al punto de que el mismo gobierno ha adelantado que podría darse un cierre total de quince días, situación que tiene sentido desde el punto de vista del control de los contagios, pero que plantea serios problemas en un país cuya sociedad tiene las devastadoras características del nuestro, donde hay tanta gente que vive día a día sin recursos para nutrir alacenas pues con dificultad logra reunir para los tres tiempos de comida. Es cierto que algunos han empezado a recibir el dinero de los programas sociales, pero la cantidad de quienes no tienen acceso a ellos es enorme, lo cual plantea problemas adicionales que no se pueden pasar por alto.
El crecimiento sostenido de los casos de coronavirus tendrá un efecto sanitario devastador porque nuestro raquítico sistema hospitalario no será suficiente para atender a las personas que tienen síntomas y ameritan hospitalización. Al día de hoy ya los hospitales tradicionales están recibiendo pacientes, además de los que se hicieron por la emergencia, y es cuestión de días que lleguemos a la plena saturación, aún si se logra ubicar en sitios adecuados a los pacientes asintomáticos. Reconocer la debilidad de nuestro sistema de salud es algo obligado en las actuales circunstancias porque se trata de una realidad que debemos encarar y con la que hay que lidiar. Pero de igual manera tenemos que reconocer la debilidad de nuestra estructura social, donde abunda la pobreza que se ha ido agudizando durante los más de dos meses que llevamos viviendo en estado de calamidad.
Y el gobierno descuida cuestiones fundamentales para informar y hacer conciencia, como el proveer a la población con detalle de la situación de la epidemia en el país y de su avance geográfico, no digamos la necesidad de mejorar rápidamente la capacidad de hacer pruebas de laboratorio confiables para comprobar nuevos casos, de manera que se le pueda literalmente seguir la pista a los contactos que tuvo cada persona contagiada, será muy difícil contener el creciente ritmo de la enfermedad y prevenir realmente un avance explosivo.
La lapidaria disyuntiva, término nunca antes tan bien expresado, que planteó el economista Ricardo Barrientos en el sentido de que la gente siente que tiene que escoger entre morir por el virus o morir de hambre, constituye una dramática realidad que hay que entender en el marco de lo que se vive ahora en el país.