Alfonso Mata
¿Ante qué estamos?
Con el COVID-19, estamos hablando de una enfermedad que nos ha forzado a interrumpir nuestra vida cotidiana familiar, laboral, escolar y económica, obligándonos a una cuarentena hogareña que nos aísla en un espacio y sin saber por cuánto tiempo y que está cambiando nuestra forma de relacionarnos con los demás, nuestros seres queridos y con el vecindario inmediato. En algunos eso constituye una novedad sin mayores inquietudes. En otros, un calvario de emociones y sentimientos que generan alegría o sufrimiento o nuevos descubrimientos de relación con el prójimo y todo ello sucediendo en medio de mucho aburrimiento o nuevos descubrimientos, que indudablemente al salir de la cuarentena cambiara en muchos la forma de comportarse y accionar. Vivimos tiempos de esperanzas, temores, expectativas, alegría y sufrimiento y cada despertar diario, nos pone frente a un porvenir cuajado de neblinas.
Estamos hablando de una pandemia que no sabemos cómo nos impactará. Que no sabemos con exactitud si su impacto en Guatemala será de mayor menor o igual letalidad por su abultada mortalidad y su globalización tan rápida. Estamos hablando de una pandemia provocada por el virus SARS-CoV-2 contra el cual aún no existen vacunas ni un conocimiento completo del cuadro clínico que genera entre los enfermos y no enfermos, pero a todos nos plantea una incógnita de vida o muerte. Incluso las sociedades y gobiernos más poderosos del mundo, se sienten como probablemente se sintieron los navegantes del siglo XVI al arrojarse a una travesía sin saber exactamente hacia dónde; sin que una carta de navegación precisa les dijera sin error hacia dónde vas. Estamos viviendo en medio de un océano embravecido de incongruencias políticas y sociales, que es incapaz de generar un sistema de salud claro y poderoso para luchar contra toda esa desavenencia que padecemos y está por venir.
Finalmente nos espantan los pronósticos de la carrera científica por encontrar una respuesta y una posible cura a la marcha emprendida por el SARS-CoV-2. Pero mientras los científicos dan esta pelea y se pelean, algunas proyecciones sacadas de modelos de inteligencia artificial señalan que la presencia del coronavirus en el planeta podría durar hasta 2024, y que alguna forma de distanciamiento social podría ser necesaria hasta 2022. Esa presencia, probablemente como la de los virus que provocan la influenza, podrá ser estacional. En el hemisferio norte se pronostica que “Aparentemente el virus continuará circulando como un virus estacional de invierno”. En el nuestro no tenemos pronóstico.
¿Por qué es tan difícil esta enfermedad?
Este es elemento importante de considerar. Primero porque nos topamos con un virus de nombre SARS-CoV-2 que desconocemos y no se manifiesta igual a los que conocemos. Puede estar diferenciado en cuanto a sus formas de transmisión, su configuración de virulencia, y por los efectos que produce dentro de nuestro cuerpo.
Pero por otro lado, cada uno de nosotros, cada grupo de población, presenta diferencia marcadas en cuanto a grado de salud y de enfermedad, que indudablemente son condiciones previas que afectan el trabajo que el virus hace dentro de las células de nuestro cuerpo. Este indudablemente es un argumento individual, político y económico de temor.
Un segundo argumento de dificultad y de recelo, tiene que ver con la magnitud de las diferencias socio económicas que hay en nuestra nación y que funcionan como determinantes de cómo se comportara el virus en los individuos que forman esos estratos. Indudablemente en los estratos con menos salud, el trabajo del virus y sus secuelas pueden causar daños más graves como hemos visto con otras infecciones.
Otro elemento a considerar es el lugar en que ataca el virus. Se sabe que el mayor ataque se da en ciudades grandes y que posteriormente esos ataques van hacia las áreas rurales. Pero en las ciudades se centra especialmente en las clases sociales de más vulnerabilidad: aquellas que tienen condiciones de vida laboral y doméstica malsana y capacidades limitadas para afrontar su salud tanto antes como durante la pandemia y de acceso a servicios y medicamentos, medidas sanitarias y de prevención. Por lo tanto no es tan cierto el dicho de que SARS-CoV-2 no respeta clases sociales; probablemente tiene la potencialidad de llegar a todos; pero quienes sufrirán el impacto, serán las clases sociales de alta vulnerabilidad y si eso lo vemos hacia el futuro, también es una pandemia transclasista, pues los impactos económicos y sociales que tendrá a largo y mediano plazo, son las clases más depauperadas las que lo sufrirán. Es decir, aquellos grupos que tienen alguna condición cultural, ambiental, económica y de acceso a servicios sociales, que les crea vulnerabilidades.
El papel del Estado
Partamos de dos premisas que enfrenta en este momento el sistema de salud:
Dado que todos somos potencialmente susceptibles a infectarnos con este virus, este continuará teniendo presencia. No sabemos por cuanto tiempo. Pero también se sabe que:
Los cambios en el transcurso de una temporada de una infección provocada por SARS-CoV-2, son impulsados por la fracción de la población que es inmune al virus. Aparentemente el virus continuará circulando como un virus.
Esa situación planteada, agarra a los sistemas de salud del aparato público y privado en una condición de incompetencia y debilidad para enfrentar la pandemia. Ni en las sociedades más ricas, las estructuras públicas y privadas de salud, han podido detener la pandemia: desde el modo de detectar el problema hasta el de tratar sus consecuencias. Desde la falta de información oportuna rápida que permita actuar de manera adecuada, hasta seguridad preventiva a los afectados vulnerables y susceptibles. ¿A qué obedece esto?. En parte a que los sistemas de salud han sido considerados y pensados para la atención de casos individuales y no en casos donde la individualidad es trascendida por la forma en que se origina el proceso y la forma en que éste se replica, como lo plantea el SARS-CoV-2. El virus necesita exactamente la forma en que están organizados los seres humanos y nuestras instituciones, para propagar con más eficiencia. Es lo social lo que les facilita su divulgación. Una estructura social de la salud no existe para atacar debidamente este tipo de problema. Es un vacío de conocimiento que resulta limitado o resulta una limitante, para atacar una pandemia.
Pero a eso hay que añadir una ausencia de políticas de equidad dentro del sistema de salud y la falta de integración del mismo a los otros sistemas de atención social, a una articulación de organización social que permita ver el sistema de salud no como una entidad institucional, sino que como una organización social.
La debilidad política-social para atacar la pandemia
Se puede resumir en el siguiente argumento: No tenemos una visión participativa de unidad en la salud, de forma que reúna en un esfuerzo único social e institucional su actuar como lo demanda la pandemia y la cuarentena. Lo que tenemos es un sistema vertical, individual y medicalizado. Por lo tanto, funciona como un sistema de arriba abajo, donde existe una inteligencia investida y un proceso de respuesta de igual magnitud ante problemas de salud en que su aparecimiento, crecimiento y divulgación depende de un entorno social y ambiental y una conducción política que favorece su difusión.
El concepto de salud que enmarca el marco ideológico del sistema de salud de casi todos los países del mundo, pero también de su accionar, define más bien no un hecho de salud- enfermedad que se está planteando y se está dando en la realidad, sino un marco teórico: ausencia de enfermedad es una condición de completo bienestar físico, mental. Ese léxico transformado en una idea, no ha sido traducido en esfuerzos por recuperar a un individuo de desviaciones de ese estado. Pero a la hora que se dan hechos como pandemias y epidemias en las estructuras sociales (su propagación, trasmisión y difusión) no existe ni se consolida el sistema ni en lo político ni en lo social, para evitar que eso suceda. Eso lo vivimos a diario con el manejo de las enfermedades crónicas, las epidemias infecciosas como la actual, la mala nutrición, entre otras.
A su vez, las estructuras institucionales y la forma en que se enseña la salud pública, es un trabajo que se desarrolla como una receta independiente del menú de realidades sanitarias. Es aquella ilusión de conocimiento que nos aporta el paradigma positivista, que cree que la realidad de salud es una realidad de fragmentos de partes que no se relacionan entre ellas como factores de riesgo o causalidad de enfermedad, más allá del hecho biológico de la enfermedad. Esos fragmentos caminan por su lado: el saber clínico del saber epidemiológico, la formulación de marcos terapéuticos clínicos de los epidemiológicos; la atención profesional de la adquisición de recursos y materiales; la formación académica, de la salubrista; el ejercicio de la medicina del hacer sanitario y ambas de la investigación; la toma de decisiones de los políticos de las enseñanzas de la ciencia. Y todo eso salta a la vista con los acontecimientos actuales. Es evidente en estos momentos ese estado de fragmentación que no lleva a soluciones poderosas.
La fragmentación político social e institucional dificulta la acción
La burbuja político-salubrista construye con los datos teóricos de saberes sin conectarlos a la realidad; sin producir análisis en un contexto de una sociedad basada en la acumulación de riqueza y de exclusión social sistemática. Pero sobretodo, antepone intereses partidistas y ambiciones propias a ese ejercicio.
Esta pandemia y probablemente otras que veremos en el Siglo XXI, se producen en sociedades donde las condiciones para generación de nuevos virus se dan en contextos del extractivismo agrícola o del trabajo con animales, de industrialización en gran escala contaminante en ciudades y poblados hechos a la medida del gran capital y no a la medida del buen vivir de las mayorías. Se da en sociedades que están profundamente segregadas en clases sociales en donde hay barrios caóticos de proletariado y de trabajadores de clase media y baja y donde hay estructuras de movilidad, patrones de trabajo, que son propios de riesgos a la salud. Y es en esos modos de vivir, mejor dicho son esos modos de construcción de base de un vivir y trabajar, donde aparecen las vulnerabilidades que nos hacen susceptibles al virus y a transmitirlo: Los virus tienen servida la mesa en esos espacios y pueden ser transmitidos velozmente en algunos de ellos.
La paradoja que tenemos enfrente: Lo ecológico.
Asistimos entonces a la creación de sociedades inmunologicamente más vulnerables y facilitadoras de despliegue de microorganismos y tóxicos. Y eso aun en sociedades más desarrolladas que la nuestra ¿no es esto una paradoja? Claro que sí. Nos enfrentamos a una civilización en pleno Siglo XXI de avances técnicos, científicos, y económicos sin precedentes, no así ambientales, que están pidiendo a gritos generar una nueva organización social fundamentada en lo ecológico; pues, toda organización social descansa en un nicho ambiental y en un espacio y un tiempo donde funciona y ejecuta todo su accionar el mundo que nos rodea. A la fecha hemos construido más sobre nuestros deseos y eso ha significado consecuencias dramáticas en la expansión de una serie de procesos destructivos de la vida humana, pero también, de la vida que acompaña al ser humano y patrones de indefensión que son marcados por una sociedad de clases. Patrones y procesos destructivos ambientales.
El choque de un proceso destructivo social ambiental de siglos ha generado una sociedad humana de clases. Ese equilibrio de mutuo beneficio que ha existido siempre entre la sociedad y la naturaleza y que vemos aunque bastante degradado en su carácter en sociedades campesinas, agrícolas a pequeña escala; en grupos ancestrales indígena. Ellas son distintas a una sociedad donde se va expandiendo un equilibrio altamente destructivo contra el ambiente, que está dejando la biosfera del planeta en un hilo.
Cuando se convierte la ciencia, pero especialmente la tecnología que es un bien común, en un fin para la aceleración de la acumulación y del enriquecimiento y de las pasiones humanas inmediatas, dejan estas de proporcionar efectos protectores y evolucionistas y se trasforman en un recurso contra-vida, y pasan a ser flechas hirientes para el deterioro de los ecosistemas y las formas humanas.
De tal forma que, en ese movimiento de doble vía: destrucción acaparamiento, van haciéndose cada vez más peligrosas las relaciones de seres vivos y formulándose nuevas reacciones epidémicas, porque se va conformando una naturaleza biológica (biosfera) que se torna agresiva y por otro lado en la sociedad resultante de ese choque, se expande la miseria y la exclusión social, la desesperación migratoria, que genera patrones de vida, que no tienen los soportes y las defensas adecuadas y que al final se encarnan en los cuerpos, en las mentes, no sólo a través de las enfermedades virales, sino también de las vectoriales como el dengue, el zika, el cáncer, la obesidad y las enfermedades mentales. Esas pandemias no son visibles ya qué no generan pánico, a pesar de que matan incluso más.
El saber sin organización se torna ignorancia
El análisis de lo que está sucediendo en este momento, muestra una discrepancia entre la ciencia como elemento para la planificación y organización; entre el modelo que la ciencia determina que debe usarse y el modelo político. Sin embargo, para defender lo público nos dice la ciencia, la única herramienta para enfrentar una pandemia que tiene un gobierno, es una fuerte organización de lo público basado en la ciencia y eso no se hace.
Si bien la letalidad de la COVID-19 se dice que es alta, cuando se vive por debajo del estándar de los indicadores de bienestar, descuido e incompetencia de los gobiernos, esas complicaciones y letalidad de la COVID-19 se duplica o triplica en los sectores de la población afectados en esos indicadores y encarecen los sistemas de salud. Lo que pudo ser un simple catarro se vuelve una neumonía.
Si nosotros comparamos los muertos en nuestro país por la pandemia, hablamos que estamos más bajos que Estados Unidos Italia España o la China. Esos países tienen muchísimo más muertos por millón de habitantes, tal vez cuatro o cinco veces. Si tomamos esos indicadores desconectados de nuestra realidad social y de la evolución de la trasmisión del virus, generamos una cartografía equivocada de las comparaciones, pues los tiempos de la epidemia son diferentes en estos momentos. Lo cierto es que ya habrá tiempo para estudiar quiénes murieron y se complicaron dentro de las estructuras de esas sociedades y sin temor a equivocarnos serán los estratos menos favorecidos los que aportaran mayor número de víctimas. Pero volvamos a lo nuestro.
Cuando uno mira con cuidado el futuro, se da cuenta que gracias a una organización desigual productiva y laboral, no vamos a poder hacer una cuarentena como se debe más allá de mes y medio, porque hay miles de miles de personas que tienen que salir y van a tener que salir a trabajar. Sí no se dan alternativas clínico terapéuticas y económicas rápidas y mejores en apoyo a la supervivencia, ello nos llevará probablemente a niveles de hospitalización y muerte semejante o superior a los de los países desarrollados, pues la gran masa de población, tendrá que escoger entre morir por el virus o morir en la calle. Ese es un fenómeno mundial y, probablemente, pasó en Italia y está pasando en España. Los trabajadores del sistema de salud están dando la vida por atención y cumplir con su deber. Los trabajadores de los servicios básicos, los productores y trabajadores del campo afanados en la producción agrícola también y aquellos del sector informal igual y mientras tanto, ¿qué está sucediendo con el liderazgo del sector privado?
Lecciones
Lo que estamos aprendiendo todos, es que en un futuro, lo único que nos pude salvar es crear lo que debe ser una sociedad con menos desigualdades y un sistema de salud más universal. Por supuesto que hay que darle una lectura a lo que está sucediendo con la COVID-19, el estado de excepción, la cuarentena, la distancia social. Esa lectura debe hacerse en tres planos: una política y una económica y quizá la que menos le interesa a los grupos y líderes del sistema político y el económico, la epidemiológica.
Políticamente no es complicado ver que la pandemia es una oportunidad para consolidarse en el poder e incluso transformarlo, quién sabe: la reelección presidencial, perpetuación en puestos, el cambio de la estructura de todo el sistema político y en lo económico. Cuando uno desglosa los fondos asignados a la pandemia, no puede imaginarse que encaminen hacia una mayor equidad y menos corrupción. Entonces, económicamente el estado de excepción y las estrategias sugeridas dentro de este, no contienen una forma de parar la maquinaria de lo que estaba y venía sucediendo, ni ha sido aprovechado para replantear a favor y dejando excepción, al que está más necesitado. Un nuevo endeudamiento más destructivo, un futuro aún más lejano, de organizar una respuesta política e institucional más adecuada al desarrollo de la nación es lo que se ve y vislumbra.
A su vez, no se ve estrategia socia-económica y menos política, que bajo las circunstancias en que estamos viviendo y se está dirigiendo y planificando la cosa pública, se pueda parar la desesperación y una de sus consecuencias: la migración; esa negra migración, qué tiene su origen fundamentalmente en el sistema que se ha construido económico-social y en la necesidad para poder sobrevivir de los excluidos en el sistema; esa disolución, probablemente permanecerá y se agudizará.
Es indudable que no estamos a la puerta de un cambio y si a lo que Naomi Klein en “la doctrina del shock” señalaba: aprovecharse del miedo para enriquecerse más, aumentar la inequidad y la vulnerabilidad epidemiológica. Si estos tres elementos aumentan con el COVID-19 la debacle política y social está servida.