Jorge Santos

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Defensor de derechos humanos, amante de la vida, las esperanzas y las utopías, lo cual me ha llevado a trabajar por otra Guatemala, en organizaciones estudiantiles, campesinas, de víctimas del Conflicto Armado Interno y de protección a defensoras y defensores de derechos humanos. Creo fielmente, al igual que Otto René Castillo, en que hermosa encuentra la vida, quien la construye hermosa.

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Por Jorge Santos

Por favor, por un momento imagine a una persona que desesperada por el medio en el que vive, lleno de violencia, injusticia social, pobreza, hambruna y sin un horizonte viable que le permita divisar un cambio a estas condiciones, decide súbita o planificadamente la búsqueda de una mejor condición de vida. Imagine usted las mil y una vicisitudes que atravesará está persona hasta alcanzar su objetivo, hasta llegar a ese anhelado sueño de poder vivir dignamente, no sobrevivir. Ahora deje de imaginar y piense en su familia, tanto la nuclear como la extendida, piense en amigos y conocidos que han emprendido el camino hacia la búsqueda de una mejor sociedad que en la que estamos viviendo. ¿Ya hizo número de cuántas personas que se encuentra en esas situación conoce? Yo contabilicé al menos 9 personas de mi entorno familiar cercano y al menos 7 amigos y amigas de infancia que corrieron y huyeron de este país, no por antipatriotas o por falta de amor a su tierra, sino por necesidad y por el derecho de encontrar algo que jamás encontrarán en este país diseñado para unos pocos.

Si sumáramos a todos nuestros familiares y amistades que han migrado, lograríamos poner nombre y apellido a los millones de guatemaltecos y guatemaltecas que de diversas formas han emprendido ese tortuoso camino de la migración y que luego de sobrellevar una reiterada violación a sus derechos más elementales como violencia física y psicológica, en algunos casos torturas, en otras violencia y agresión sexual reiteradas, hambre, sed, cansancio profundo, logran llegar a un sueño bien mercadeado y publicitado. Estando allí, de nuevo inician otro proceso de exclusión y marginación. Millones de trabajadores y trabajadoras explotadas por el mercando, inundan la sociedad norteamericana de dignidad y contenido. Expulsados de su tierra, de su comunidad, de su familia, de sus amigos trabajan de sol a sol en condiciones infrahumanas y aún así logran el doble, el triple de lo que en esta sociedad lograrían.

Ellos y ellas, siempre concebidos como estadísticas, mantienen a la economía nacional a más de 2,500 kilómetros de distancia; aportan más que cualquiera. El año pasado enviaron alrededor de US$ 9 mil millones; eso es más de que lo aporta el fracasado modelo agroexportador primario creado por la oligarquía guatemalteca. En medio de una crisis mundial, el xenófobo y racista Donald Trump se atreve a devolverles a esta tierra de exclusión, y nosotros les negamos nuestra solidaridad, les recibimos con violencia y desconfianza. Mal pagamos a quienes salvan de las garras de mayor pobreza al país; pero con los hambreadores y saqueadores del pueblo somos indulgentes. No podemos dar paso a esto, no podemos ser Trumps en Guatemala. Debemos exigir y respetar la dignidad de quienes se han movilizado para garantizar en esta tierra salud, alimentación, seguridad y acogimiento.

Dedico esta reflexión a millones de Elba, de Carlos, de Marvin, de Óscar, de Juan, de Layla, de Titos, de Senovia, de Marlon, de muchos y muchas guatemaltecas.

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