Lo ocurrido ayer en Quetzaltenango, donde una turba trató de linchar a un grupo de deportados porque alguien regó la voz de que venían contagiados de coronavirus es totalmente inaceptable y debe ser objeto del mayor repudio. El presidente Giammattei ayer mostró su indignación por el comportamiento de esas personas que arremetieron contra el centro recreativo Atanasio Tzul en la zona 11 de Xela, actuando con un odio irracional que no es de, ninguna manera tolerable nunca, pero mucho menos en las actuales circunstancias.
Lo primero que se debe entender es que matando o linchando a alguien no se resuelve el problema de la pandemia. Sólo Dios sabe si entre los revoltosos no iba alguien ya contagiado haciendo estragos entre la multitud enardecida; pero todos los que corrían de un lado a otro, según se ve en espeluznantes videos, pueden resultar contagiados el día de mañana y seguro que ninguno quisiera que el resto de la gente pensara que lincharlos es la mejor solución. En este problema nadie puede presumir de total inmunidad frente al virus que nos amenaza a todos.
Tema aparte es el trato despectivo y también de odio que reciben los migrantes tanto en México como en Estados Unidos, desde donde son deportados, pero ponerles la etiqueta de propagadores del virus en Guatemala es un absurdo y una gran injusticia. Pero aún en el caso de que alguno de ellos esté contagiado no lo convierte en la víctima de la inmolación que pretenden grupos salvajes como los que vimos ayer.
No podemos convertirnos en una sociedad que anda regando odio por todos lados y haciendo peor la ya grave situación que atravesamos como país. Es tiempo de ser solidarios y eso implica ser compasivos con los que puedan estar contagiados y no hay forma de que se pueda tolerar alguna manifestación de odio.
Estamos en un equilibrio social precario y no podemos andar soltando chispas que puedan generar explosiones. El linchamiento es un delito grave y ahora es el momento de perseguirlo y sancionarlo para sentar precedentes que no afecten la paz social.
Un pueblo que se dice cristiano y donde imperan los grandes valores de una cosmovisión centrada en el valor de la vida no puede actuar como salvaje. Ni siquiera mencionamos lo mucho que este país le debe a los migrantes porque no es únicamente la vida de los migrantes la que preocupa, sino la de cualquier persona que pueda ser tachada como fuente de contagio y que, en vez de recibir atención, lo que recibe es insulto y violencia.