Alfonso Mata
El mal estado nutricional y la desnutrición, se asocia con cuadros de multimorbilidad y mayores complicaciones para su control, y deberían de ser áreas de preocupación para los sistemas de salud, porque su descuido como el que ahora tenemos, significa mayor inversión en cuidados y costos no solo para el sistema de salud sino también para la sociedad.
La relación del mal estado nutricional y el aumento de frecuencia y de severidad de las infecciones, ha sido demostrada en niños y adultos. Igual respuesta se ha obtenido al estudiar esa relación en enfermedades como diabetes, cardiovasculares, metabólicas, degenerativas y osteomusculares.
En la población de la tercera edad, la desnutrición y la pérdida de peso involuntaria, contribuyen a la disminución progresiva de la salud, la reducción del estado funcional físico y cognitivo, el aumento de la utilización de los servicios de atención médica, la institucionalización prematura y el aumento de la mortalidad. Es muy probable que a una buena parte de la población de esta edad, bajo esas condiciones le vaya a tocar contaminarse con el SARS-CoV-2 y provocar una COVID-19 sumamente grave y llena de más complicaciones y por consiguiente con mayor incidencia de letalidad.
Es muy posible no solo en nuestro medio, esto ha sido demostrado en todo el mundo, que en los sistemas de salud, muchos profesionales de la salud abordan de manera inadecuada los problemas multifactoriales que contribuyen al riesgo nutricional y la desnutrición en procesos agudos de enfermedad. Una suposición errónea común, es que las deficiencias nutricionales, son una consecuencia inevitable del envejecimiento y la enfermedad y que la intervención para estas deficiencias es mínimamente efectiva y secundaria en momentos donde todo se concentra en la COVID-19. Es muy posible, eso solo el tiempo lo dirá, que la falta de una evaluación y tratamiento nutricional como parte rutinaria de la atención en los ancianos, haya fallado mucho en los tratamientos de los ancianos con COVID-19 en otras latitudes y contribuido en parte, al fracaso de sus tratamientos tanto en el ámbito ambulatorio como hospitalario.
La evaluación y el tratamiento nutricional deberían ser una parte rutinaria del cuidado de todas las personas mayores …mas en estos momentos
¿Por qué decimos esto? la incidencia regular de desnutrición varía del 12% al 50% entre la población de ancianos hospitalizados y del 23% al 60% entre los adultos mayores institucionalizados. Cuando no es directamente atribuible a la enfermedad subyacente, la desnutrición en los ancianos se debe más comúnmente a la depresión, el uso de medicamentos anoréxígenos y la dependencia del personal para alimentarse. Cuando hablamos de desnutrición en el adulto, hablamos de desnutrición proteico-calórica o energética como siendo la que engloba el gran espectro de los síndromes: de un lado el marasmo, el reflejo de la deficiencia de energía y, el kwashiorkor, resultado de relativa deficiencia de proteínas y por otro la obesidad. Pero también hay que considerar que hay desnutrición por deficiencias de vitaminas, minerales y oligoelementos.
La desnutrición a menudo se debe a uno o más de los siguientes factores: ingesta inadecuada de alimentos; elecciones de alimentos que conducen a deficiencias o excesos en la dieta; y enfermedad que provoca un aumento de los requerimientos de nutrientes, una mayor pérdida de nutrientes, una absorción deficiente de los nutrientes o una combinación de estos factores. De tal manera que la insuficiencia nutricional en los ancianos puede ser el resultado de uno o más factores: fisiológicos, patológicos, sociológicos y psicológicos. La dificultad para el clínico radica en identificar los factores subyacentes que contribuyen al problema y cómo intervenir de manera efectiva.
Factores que influyen en la mala nutrición en la población de edad avanzada:
Se ha observado una disminución fisiológica en la ingesta de alimentos en personas a medida que envejecen, independientemente de la enfermedad crónica y la enfermedad. Los cambios fisiológicos que disminuyen la ingesta de alimentos, a menudo denominada anorexia del envejecimiento, implican alteraciones en los neurotransmisores y las hormonas que afectan el impulso de alimentación central y el sistema de saciedad periférico.
La pérdida de masa corporal magra y la disminución de la tasa metabólica basal observada en personas de edad avanzada, también pueden influir en el apetito y la ingesta de alimentos.
La disminución sensorial tanto en el olfato como en el sabor, disminuye el disfrute de los alimentos, conduce a una disminución en la variedad de la dieta y promueve un mayor uso de la sal y el azúcar en la dieta, para compensar estas disminuciones.
La patología subyacente y el tratamiento médico pueden causar anorexia y desnutrición directamente. Los trastornos del sistema gastrointestinal, que van desde problemas con la dentición y la deglución hasta dispepsia, reflujo esofágico, estreñimiento y diarrea, están relacionados con una ingesta deficiente y una mala absorción de nutrientes.
Muchas enfermedades (p. Ej., Enfermedades tiroideas, cardiovasculares y pulmonares) a menudo conducen a una pérdida de peso involuntaria a través del aumento de la demanda metabólica y la disminución del apetito y la ingesta calórica.
Las enfermedades crónicas como la diabetes, la hipertensión, la insuficiencia cardíaca congestiva y la arteriopatía coronaria, se tratan con restricciones dietéticas y con medicamentos que afectan la ingesta de alimentos. Debido a que el azúcar, la sal y la grasa contribuyen al sabor de los alimentos, las restricciones dietéticas pueden hacer que los alimentos sean desagradables. Las drogas afectan el estado nutricional a través de efectos secundarios (p. Ej., Anorexia, náuseas y percepción alterada del gusto) y a través de la alteración de la absorción de nutrientes, el metabolismo y la excreción.
La vida a grandes edades, puede ser un momento de múltiples pérdidas a través de la jubilación, la discapacidad y la muerte de amigos y familiares, así como el cambio en el estado financiero, social y de salud física. Estos cambios pueden conducir a la depresión, una causa bien conocida de anorexia y pérdida de peso. Incluso el estado de ánimo deprimido transitorio (como con el duelo) puede causar una pérdida de peso clínicamente significativa. La depresión a menudo no se reconoce en las personas mayores, muchas de las cuales se ven por quejas claramente somáticas. La desnutrición puede ser un síntoma de depresión en los ancianos.
Fines prácticos para el manejo en estos momentos
Las intervenciones apropiadas para abordar las deficiencias nutricionales pueden incluir una o más de las siguientes acciones:
• Seleccionar y montar los mejores métodos diagnósticos y de clasificación del anciano, definiendo mejor el estado nutricional de la población mayor de 60 años y contribuyendo a su clasificación tanto en las unidades de salud como en las comunidades.
• Determinar la magnitud de la problemática, identificar grupos de riesgo y definir programas de salud
• Definir la causa por que aparece y persiste la desnutrición en la comunidad, típico para poder implementar medidas preventivas
• Se deben reforzar los criterios de juicio clínico nutricional en estos momentos para pacientes institucionalizados y ambulatorios de la tercera edad.
Una forma de implementar esta tarea es a través de estudiantes universitarios hay que tipificar a nuestros ancianos a fin de establecer con claridad la mejor forma de atenderlos especialmente considerando la mala nutrición como un riesgo más.