Víctor Ferrigno F.
Por su dimensión, impacto y letalidad, la lucha contra el COVID-19 se asemeja a librar una guerra, contra un enemigo desconocido, que nos tomó por sorpresa. Los grandes estrategas militares, de antaño y actuales, advierten que la victoria en una conflagración se asegura antes de iniciarla; es decir, contando con una estrategia y tácticas coherentes y abarcadoras, armamento y suministros suficientes, un ejército de combatientes entrenados y motivados y, ante todo, gozando del apoyo de la población. ¿Contamos con todo esto?
Cuando el médico Alejandro Giammattei Falla tomo posesión como Presidente de Guatemala, hace apenas diez semanas, la pandemia ya había iniciado, y heredó un sistema nacional de salud en condiciones desastrosas. El presupuesto es totalmente insuficiente, la infraestructura es obsoleta o está inconclusa; el desabasto de equipo, insumos y medicamentos es constante; el personal médico y paramédico trabaja en pésimas condiciones físicas, laborales y contractuales; la corrupción campea por doquier; y la población está sumida en la pobreza, la desnutrición y muere por enfermedades básicas y curables.
Hace dos mil años, el general chino Sun Tzu desarrolló en su obra cumbre El Arte de la Guerra las claves filosóficas, el conocimiento de la naturaleza humana, y el dominio de la ciencia militar para alcanzar la victoria en un conflicto. En su tratado recomienda “conoce al enemigo y conócete a ti mismo, y sobre tu victoria no caerán dudas”.
Para conocer y derrotar al COVID-19, Giammattei deberá buscar asesoría con quienes mejor lo conocen: China Popular y Cuba. Deberá superar su anticomunismo patológico, y rebelarse al CACIF y a la administración Trump, que ayer recibió agradecida un avión con insumos y personal de Rusia, para combatir la pandemia que ya se le fue de las manos, constituyéndose como el país con más contagiados. El presidente Andrés Manuel López Obrador se asesoró con ambos países desde enero, y hoy día México acusa uno de los índices de contagio más bajo y más lento, sin haber tenido que recurrir a la paralización económica de manera inicial.
Sé que suena utópico que Giammattei solicite tal asesoría, pero es urgente pues, sin desvalorizar lo que ha realizado, adolece de una estrategia integral, lineamientos tácticos idóneos, y el Estado carece de capacidad hospitalaria, económica y socio-política para enfrentar la crisis que se nos viene.
Según la Universidad de San Carlos, en base a los estudios del Instituto de Investigaciones de la Escuela de Ciencias Físicas y Matemáticas, se calcula que el número de contagiados sintomáticos se acerque a los nueve mil, en mayo, utilizando los modelos matemáticos y las tasas de contagio (6.7) según la experiencia de otros países más afectados. Ergo, harían falta 1,260 camas para enfermos severos (14%); habrá 531 al terminar los nuevos hospitales, equivalentes al 42%.
Se cuenta con 60 ventiladores mecánicos, y se requerirán 315, para los enfermos graves (5%); faltaría el 79%, más decenas de personal capacitado y fondos suficientes.
A las carencias hospitalarias súmesele pobreza, exclusión, desnutrición, y hambre crónica, más la que originará el paro. Al respecto, el General Tzu sostenía: “Los habitantes constituyen la base de un país, los alimentos son la felicidad del pueblo. El príncipe debe respetar este hecho y ser sobrio y austero en sus gastos públicos”.
Somos un pueblo heroico y luchador, pero los datos duros y la experiencia política apuntan a que será muy difícil ganarle la guerra al coronavirus y a la codicia, y ya sabemos que nos tocará poner los muertos, que se sumarán a centenas en el resto del orbe. ¿Será posible que esta pandemia nos haga cambiar, y después del caos construyamos un mundo para todos? De los sobrevivientes dependerá.