Méndez Vides
Escritor

“Darío fue un hombre sencillo que tenía miedo a la oscuridad”

Hace apenas ciento y cuatro años, los leoneses enterraron a Rubén Darío como al más grande renovador latinoamericano de la poesía en lengua española. La vida es breve, no cabe duda, y las modas vuelan. Pero la epifanía de Darío trascendió a su tiempo. Él lo supo, y con arrogancia recomendaba a sus seguidores del apasionado movimiento modernista de Buenos Aires que “Lo primero, no imitar a nadie, y, sobre todo, a mí”.

Fue enterrado parcialmente en la catedral de León, al lado derecho del altar mayor, bajo un felino de mármol desfallecido y triste. Siete cañonazos se dispararon al aire en su honor, sonaron las campanas de la ciudad al unísono, mientras en misa solemne se le rendía honores de príncipe. El cuerpo llegó incompleto a su última morada porque el sabio doctor Debayle extrajo sus vísceras durante la autopsia, y aprovechó para quedarse con el cerebro con la intención científica de analizarlo y descubrir en dónde radicaba el secreto de su inteligencia prodigiosa. Tal atrevimiento produjo una intensa disputa entre los deudos legales y el médico, y el cerebro del poeta permaneció horas en prisión dentro de un frasco en formol esperando la decisión del Presidente de la República, quien otorgó la reliquia a la viuda oficial, Rosario Murillo. Al sabio Debayle le entregaron el corazón para consolarlo, según cuenta su biógrafo Edelberto Torres en La vida dramática de Rubén Darío, y los riñones fueron donados a la Universidad.

El principal poeta de Centroamérica nació el 18 de enero de 1867 en Metapa, una mínima aldea en Matagalpa. El recorrido de dos días de León a Metapa, atravesando extensas tierras desérticas y áridas, lo hizo su madre Rosa Sarmiento en carreta jalada por mulas cuando ya estaba a punto de dar a luz. Iba huyendo del mal trato de su marido Manuel García. Nació Rubén en la casa de la tía Josefa, en un pequeño cuarto de esquina, donde hoy está el triste museo al cual peregrinan sus admiradores. El sopor es agobiante, el cielo azul y, a lo lejos, se escucha el rumor de la corriente de agua del río, en la actualidad confundido con los motores de los automóviles que circulan por la carretera asfaltada.

Pero la vida del poeta niño no transcurrió sino una temporada fugaz en dicho paraje natural, porque los tíos llegaron por hijo y madre, y regresaron a León, para vivir a la sombra del coronel Félix Ramírez y Bernarda Sarmiento, quienes se convirtieron en los padres adoptivos de Rubén, luego de que Rosa optó por seguir a Honduras al estudiante Soriano de quien se enamoró.

El poeta fue bautizado como Félix Rubén García Sarmiento, pero de niño se hacía llamar Rubén Ramírez, utilizando el apellido de su “papa Félix”, hasta cuando se enteró de que sus padres naturales eran otros. Y por ser de los García le correspondió ser también de los Darío, nombre de un ilustre antepasado que los precedió, don Darío Mayorga. El poeta resultó ser de los Darío, y así llegó el apellido por referencia al periódico El Termómetro de Rivas cuando teniendo 13 años apareció impreso su primer poema con la firma que pasó a la historia.

Rubén fue un niño prodigio, a los tres años ya leía, y tenía una memoria prodigiosa. Cuentan que se aprendió el diccionario de la Real Academia de la Lengua de memoria. Los incrédulos podían preguntarle por complejas palabras elegidas al azar, y él recitaba literalmente la descripción de su significado.

León era una ciudad poblada de intelectuales, donde el niño aprendió a leer y querer a las letras, se familiarizó con sus sonidos, embebido en Las mil y una noches, El Quijote y la Biblia mientras tocaba el acordeón.

Su “papá Félix” le enseñó a montar a caballo, lo llevó a conocer el hielo (como Aureliano Buendía en Cien años de Soledad), le dio a probar el placer de las entonces exóticas manzanas de california y lo inició en el embrujo del champagne. Tras la muerte del Coronel, Darío queda en el abandono junto a su madre adoptiva, quien trata de motivarlo para que se convierta en aprendiz de sastre, pero Darío se resiste porque no le gusta hilvanar, él quiere ser tocador de campanas y ya ha demostrado que tiene una facilidad natural para hacer versos, comunicando un sentido dentro de los límites que definía la métrica clásica. En las tertulias literarias de los adultos compite con los expertos, a quienes sorprende, lo que provoca del licenciado Felipe Ibarra, un distinguido letrado de entonces, la famosa profecía: “Este cabezón nos va a ganar a todos”.

Rubén entra a la escuela del Convento de San Francisco auspiciado por su tío político, pero debido a una riña con el hijo de su protector es retirado, y se aferra a los jesuitas expulsados de Guatemala con quienes lee en latín los hexámetros de Virgilio, sorprendidos ellos por la prodigiosa memoria del muchacho y su rápida asimilación de toda enseñanza.

A los 14 años ya tiene reunido material para publicar un libro, con poesías y prosas, incluidos ejercicios en el español arcaico del Cid Campeador, y es asiduo invitado a fiestas sociales, cumpleaños, bodas, bailes, donde declama sus propios versos y escribe dedicatorias galantes a las damas en sus álbumes y abanicos. Sus artículos en los diarios liberales inquietan a los conservadores, quienes lo acusan de vago.

Ayudado por almas generosas llega a Managua, con una propuesta hecha al Congreso para ser enviado a estudiar a Europa. Los diputados liberales de León (impulsores de la unión centroamericana) lo apoyan, pero la mayoría de conservadores separatistas se oponen y rechazan la petición. Desfallece Darío en la Managua de calles polvorientas, donde circulan perros, caballos y cerdos, pero en cuya biblioteca descubrió las nuevas ideas y estuvo expuesto a la dicha de participar en fiestas familiares muy diferentes a las de provincia.

En Managua conoce a Rosario Murillo, su afrodita, con quien se quiere casar de inmediato pero los amigos que lo quieren lo separan, y por medio de una colecta logran enviarlo de vuelta a León. Rubén continúa hacia El Salvador donde siendo apenas un adolescente es invitado por el Presidente a residir en el hotel de lujo de la época, con quinientos pesos en plata que desparrama en champagne e invitaciones a los bohemios que lo rodean, hasta cuando cae en desgracia por extralimitarse con una joven artista que era protegida del mandatario y habitaba en el mismo hotel. Entonces fue recluido por la policía en un instituto secundario, donde lo obligan a enseñar sin poder salir a la calle por nueve meses. Rubén ya había deslumbrado a los 16 años a la sociedad salvadoreña recitando su Oda a Bolívar desde el palco presidencial, pero luego es abandonado a su suerte y vagabundea y contrae la viruela que casi lo mata.

A su regreso a Nicaragua sufre profunda decepción amorosa al enterarse que su Rosario Murillo cayó en brazos ajenos, y quiere desaparecer. El salvadoreño General Cañas le aconseja que viaje a Chile, donde él tenía contactos porque había sido Embajador, y despeja el temor de Darío por la imposibilidad económica, diciéndole: “vete a nado, aunque te ahogues en el camino”.

Rubén es ayudado por las colectas de amigos para comprarle un pasaje a Valparaíso, y la aventura valió la pena, porque fue en Chile donde publicó Azul, el libro germen del modernismo. En Santiago descubrió a los parnasianos franceses, e inicia el aprendizaje del idioma galo que le enseña las técnicas que él aplicará en español. Es en Chile donde en una tertulia sobre la obra de Campoamor, Darío se retrae para escribir su famosa décima, el retrato del poeta en diez versos octosílabos que enmudeció a los chilenos y deslumbró a los españoles:

“Este del cabello cano

como la piel del armiño

juntó su candor de niño

con su experiencia de anciano;

cuando se tiene en la mano

un libro de tal varón,

abeja es cada expresión

que, volando del papel,

deja en los labios la miel

y pica en el corazón.”

Su habilidad para versificar lo hace notable, pero pronto brilla mucho, lo que genera celos de sus contemporáneos, y le declaran “la conspiración del silencio” por lo que se ve obligado a retornar a León, en donde ya no pudo adaptarse porque casi de inmediato huye hacia El Salvador, donde se ubica y se casa con Rafaela Contreras, una jovencita de apenas 17 años, con quien se comprometió por lo civil el mismísimo día del golpe de estado del General Ezeta, lo que obligó a Darío a huir hacia Guatemala a la mañana siguiente. Aquí fue aceptado y apoyado por el Presidente Lizandro Barillas, quien lo empleó en El Diario de Centroamérica, y luego lo hizo fundador de El Diario de la Tarde. Ejerciendo el periodismo conoció a Enrique Gómez Carrillo y lo ayudó, porque fue Darío quien promovió su partida a Europa, para impedir que se apagara la llama de su genio.

Rubén tenía 24 años cuando realizó en Escuintla su boda religiosa con Rafaela Contreras. Iniciaron su vida juntos en la ciudad de Guatemala, y aquí se hacen notorios sus miedos a la oscuridad, por las almas y espíritus que lo perseguirán siempre, y adquiere la costumbre de dormir entre cuatro velas encendidas, una en cada esquina del lecho, o velar bebiendo hasta el amanecer. En Guatemala descubrió la mitología griega y la literatura de los pueblos precolombinos, e incrementó su hastío y el gusto por las bebidas espirituosas.

Aquí publicó la segunda edición de Azul, debido a la generosa intervención de amigos como Máximo Soto Hall y José Joaquín Palma, y los libros se pusieron a la venta en la tienda de don Julio Lowenthal. Pero un día le quitaron el empleo, desapareció El Diario de la Tarde, y el poeta tuvo que emigrar a Costa Rica, donde apenas pudo sobrevivir. Regresó a Guatemala esperanzado en tiempos del gobierno de Reyna Barrios, pero ya no fue bien recibido, a pesar de su fama creciente, y quería marcharse a Europa como Gómez Carrillo, porque “no vuelan los pájaros en el vacío”.

Es entonces cuando el milagro se sucede. En Nicaragua, un pariente Mayorga es nombrado Ministro, y lo propone como delegado acompañante a España, donde se relacionó por un breve período de tiempo con los más grandes poetas de la época. Viajó en el barco con Luis Debayle, quien sería el médico que lo acompañó al final de sus días. Al terminar la visita trató de quedarse en España sin suerte, porque no encontró ocupación ni espacio, y tuvo que regresar, pero el milagro continuó, porque el barco hizo escala en Cuba y luego en Cartagena, y en esta última resultó reunido con el expresidente Rafael Núñez, quien admiraba su poesía, y al enterarse que el poeta iba de regreso a Nicaragua lo detuvo porque: “Su espíritu se ahogaría en ese ambiente”. Y le propuso destinarlo a Europa, pero Darío se atrevió a pedir gustos, porque todavía no estaba listo para el Viejo Mundo, y quería vivir un tiempo en Argentina. Núñez le garantizó el sueño, poniéndose de acuerdo con el Presidente Caro para enviarlo de Cónsul General de Colombia a Buenos Aires, pero insistió visionario, y le exigió primero a una estancia pasajera en Nueva York y París, para que se presentara en Buenos Aires aturdido por las grandes capitales de entonces, a cumplir un trabajo incierto en un empleo que no existía, porque todo era una excusa para ayudarlo a pensar en grande.

La felicidad se nubló al enterarse a su regreso a Nicaragua, que había muerto su esposa Rafaela, y que tenía un hijo de ocho meses. En medio de las bullas y embriaguez, Darío es confundido por Rosario Murillo, quien enterada de su viudez lo envuelve en las redes del alcohol y lo manipula para casarse. Ella será la esposa oficial aunque no convivirán juntos sino días, porque Darío se marchó a Europa y a la Argentina, y ella sólo aparecerá en escena mucho más adelante, cuando él ya es una celebridad en París, a donde llega a reclamar su posición a su lado. De allí en adelante vivirán el conflicto de la propuesta imposible de divorcio, y ello lo recogerá moribundo en Guatemala para llevarlo a perecer a la patria.

Continuará…

PRESENTACIÓN

En estos días de aislamiento social, cuando el contexto mundial es desafortunado a causa de la pandemia que amenaza muchas vidas humanas, el Suplemento Cultural quiere llegar a su hogar para no desistir en la utopía de acceder a los clásicos, a la literatura y el arte en general en búsqueda de solaz, pero sobre todo de la creación de espacios para la reflexión y el desarrollo de las ideas.

En esta ocasión, presentamos a usted el artículo preparado por Méndez Vides, titulado, “Rubén Darío, el iluminado”.  Es un hermoso texto en la que su autor ofrece los grandes momentos de la vida el escritor nicaragüense y su paso por los países que fueron importantes en su vida.  Sin olvidar, como no puede ser de otra manera, la estadía del vate en Guatemala y el significado personal y social de ese acontecimiento.

Como podrá darse cuenta, Darío fue “humano, demasiado humano”, y si bien fue un genio reputado y reconocido fuera de las fronteras de su país natal, también es cierto que llevó una vida desordenada y llena de vicios que amenazaron las promesas de una obra que a la postre, menos mal, lo volvió inmortal.

Junto con Méndez Vides, se han sumado otros autores que usted ya conoce.  Nos referimos a Jorge Carro, Juan Fernando Girón Solares, Hugo Gordillo y Juan Antonio Canel.  Cada uno desarrolla sus propuestas, literarias, ensayísticas o biográficas, para enterarnos de sus propios universos valorativos.  Mención especial merece Gustavo Sánchez Zepeda por su exquisita selección de textos poéticos.

Auguramos lo mejor para su vida.  Mientras pasan estos acontecimientos inquietantes no se deje abatir.  Continúe positivo y conserve la esperanza.  Demuestre que el cultivo de las letras va más allá de los conceptos, que de lo que se trata es de aprender a vivir y de eso usted ha aprendido mucho a través del arte y la ciencia.  Usted puede salvar a los que tiene a su alrededor.  Estoy seguro de que sí puede.

Hasta la próxima.

Artículo anteriorEL CRISTO DEL PADRE GABRIEL
Artículo siguienteFundesa anuncia que gestionan 5 mil pruebas y piden más recursos