Juan Antonio Mazariegos G.
Han transcurrido apenas cuatro días del periodo de aislamiento social, ordenado por el Presidente de la República, en una medida a mi juicio acertada, para impedir el contagio masivo de los guatemaltecos por el COVID-19. En medio de este proceso de adaptación y resignación, sobre aquello que podemos continuar realizando, ahora de otra manera y aquello que ya no podemos hacer, empiezan a formarse las interrogantes sobre las reales posibilidades de implementar en un país del tercer mundo como lo es Guatemala, unas medidas tan drásticas y cual será nuestra real capacidad para enfrentar la situación.
Según se analice uno u otro estudio, el tejido económico de Guatemala se compone de entre 60 o 70% de personas económicamente activas que componen la economía informal, quienes laboran de sol a sol mediante algún autoempleo, son subcontratados por otros, deambulan en la informalidad, los cuales, sin importar el caso en el que se encuentren, tienen como común denominador la precariedad y el vivir al día. Como parte también de este tejido económico nacional, entre un 30 o 40% de la población económicamente activa conforma la economía formal, estas últimas personas y empresas que también trabajamos de sol a sol, asumimos riesgos, pagamos nuestros impuestos, los salarios de muchos otros, prestaciones y demás responsabilidades. Uno y otro grupo nos diferenciamos por el nombre, pero finalmente componemos en conjunto, el tejido económico del país.
Detrás de cada empresa u obra que existe en Guatemala hay un enorme tejido económico que se integra por la señora que vende jugos de naranja en la esquina, el que cuida las motos a la vuelta, el tendero del otro lado de la acera y un sinfín de otros personajes que no aparecen en la planilla de la empresa pero que al final dependen tanto o más de ella que los mismos trabajadores. Si lo ampliamos desde la perspectiva de cada trabajador que recibe su salario en la empresa, encontraremos que el tejido económico se extiende a sus hogares, las personas que proporcionan aquello que se consume en sus hogares, sus centros de educación o los de sus hijos y hasta en sus lugares de ocio. A cada uno de estos lugares y a todas esas personas, van a parar los quetzales que un trabajador se gana con el sudor de su frente en la empresa, mes a mes.
Tendemos a creer que los problemas de unos u otros son diferentes por el tamaño de la empresa, la capacidad económica o hasta por la industria en la que se desarrolla. La verdad como dice el dicho, como es el sapo es la pedrada y hay ciertos desafíos y problemas como el que ahora enfrentamos que nos ponen contra las cuerdas, sin discriminación alguna de poder, riqueza o tamaño, porque simplemente nos dañan a todos.
Sin duda alguna lo más importante es la salud de las personas, pero no muy lejos viene el que pensemos en cómo mantener el tejido económico del país. Es urgente ir más allá de un plan de reactivación que sirva para pagar aumentos a los sindicatos estatales, es necesario hablar de diferir (no dejar de pagar) los impuestos y contribuciones para empresas y trabajadores, reducir la tasa líder de interés, incrementar el gasto público en infraestructura, debemos luchar por mantener también el tejido económico de nuestro país, después de la crisis igual necesitaremos seguir viviendo.