Eduardo Blandón

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Fecha de nacimiento: 21 de mayo 1968. Profesor de Filosofía, amante de la literatura, fanático de la tecnología y enamorado del periodismo. Sueño con un país en el que la convivencia sea posible y el desarrollo una realidad que favorezca la felicidad de todos. Tengo la convicción de que este país es hermoso y que los que vivimos en él, con todo, somos afortunados.

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Eduardo Blandón

Vivimos días delicados en los que, por su propia naturaleza, debemos tomar con la serenidad exigida por las circunstancias.  Lo natural es la excitación y el miedo, el pábulo y los extremos, el desequilibrio.  Lo sobredimensionado no hace bien a ninguno, llevándonos a situaciones peores a los que la realidad nos impone.

Ya me dirán que es fácil decirlo.  Sí, es cierto, pero hay que recordarlo y tratar de vivirlo.  Para ello, quizá es bueno recurrir a diversas estrategias existenciales que nos acerquen a una vida más sensata. Sin ánimo de fingir maestría en el arte, puedo recomendar (eso es válido particularmente para mí) algunas ideas que puedan ayudarlo a vivir estos días con mayor provecho.

Lo primero, probablemente, sea recurrir a la meditación.  No importa si es religioso o no, quizá convenga encerrarse en su estudio o habitación para, cerrando los ojos y controlando la respiración, oxigenar el espíritu.  Esto no tiene que ver con ser miembro Rosacruz o afiliado a la masonería, es un ejercicio generador de paz cuyo efecto inmediato es librarnos de las tensiones.  Pruébelo.

En estos días puede practicar el ayuno.  No me refiero a abstenerse de los alimentos, sino a la privación del mundo digital.  Le hará bien distanciarse de las redes sociales.  Twitter y Facebook son nefastos para la propagación de las noticias falsas en materia pandémica.  No las frecuente, huya despavorido e intente volver a lo básico: caminar, tocar la guitarra, leer o ejercitarse en el arte culinario.

¿Qué tal si se concentra en pendientes?  Sí, puede trabajar (es más, quizá “debe trabajar” desde casa), ordenar la oficina, la librera, lavar el carro, arreglar el baño y hasta hacer pinitos de jardinero.  Quién sabe si redescubre esa abandonada vocación de técnico multiusos -factótum, les llamaban antiguamente-.  Eso ocupará su mente y de paso, con toda certeza, lo hará feliz.

Por último, pero no por eso menos importante, debe volver al universo espiritual.  No me juzgue con premura, lejos de mí invitarlo a la oración (conozco la calidad profana de la mayoría de mis lectores).  Es una invitación a la lectura. Si ya antes le recomendaba oficios, labores y distracciones manuales, ahora le sugiero una vuelta a los libros.  No les tenga miedo, anímese a unas cuantas páginas por día, eso ejercitará su memoria y le habilitará a ver el mundo desde puntos de vistas alternos.

Una cosa más, esfuércese en tomar distancia de los sentimientos apocalípticos.  Sí, la situación es delicada, pero no es el final de los tiempos.  El problema es que por naturaleza somos dramáticos y encontramos signos de apocatástasis en cada acontecimiento. Eso, aderezado con nuestras inseguridades y miedos, son la ruina del carácter y la vida beata.  Saldremos de esto, pongamos lo mejor de cada uno y sonriamos porque, de verdad, lo mejor está por venir.

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