Sandra Xinico
sxinicobatz@gmail.com

Ese triple desprecio hacia las mujeres de pueblos originarios por raza, género y clase incrementa la violencia y saña en nuestra contra, porque nos desvaloriza por completo, nos convierte en menos que cosas y todo esto es político pues tiene que ver con el poder, ya que existe la intencionalidad de ejercer control y dominio sobre nuestros cuerpos, sobre nosotras, lo cual es parte de un proceso institucionalizado que se valida cotidianamente con ideas construidas para dar legitimidad social a la desigualdad; de esta forma se aprende a asignar valor, a ubicar a las personas en el lugar que aprendimos que les corresponde. ¿Cuánto valor se le puede asignar a la vida de un ser triplemente despreciado?

El cristianismo desde sus inicios ha mermado la vida e integridad de las mujeres, la historia lo demuestra. Quemadas en la hoguera, asesinadas a pedradas, ahorcadas, así mataron a miles de mujeres en nombre de Dios. Parece que este país mientras más cristiano se vuelve más violento se torna. Esto debería ser una contradicción, pero estamos hablando de una creencia que se ha impuesto con sangre, construido en detrimento de las mujeres, que ha recurrido a la violencia desde su origen, por esto es que a mayor conservadurismo religioso mayor agudización del machismo y la misoginia, porque la Iglesia como institución se ha resistido a desmontar su propia estructura jerárquica de poder y sigue legitimando la desigualdad entre hombre y mujeres, porque se trata de privilegios, de mantener el control, el poder de su lado.

En países colonizados como Guatemala, persiste hasta hoy la idea colonial de que las indias, los indios somos salvajes, como animales de monte, cuyos cuerpos deben ser domesticados a la fuerza y con toda la violencia que esto requiera para someter, porque lo humano debe primar sobre lo animal, de esto se trata lo “civilizado”. Hemos pasado quinientos años en este ciclo de violencia; habitamos un país que se construyó a puro genocidio. Aquí la vida de las mujeres indias no vale nada, por esto socialmente no impacta lo que a nosotras nos ocurra, porque no todas las vidas valen la pena ser nombradas, no todos los asesinatos de mujeres indignan en la misma intensidad, hay casos de los que nadie habla porque hasta asesinadas no valemos lo mismo. Para este sistema somos seres despojables y desechables.

Los casos de femicidio de mujeres indígenas además de invisibilizados difícilmente accederán a la justicia, porque el racismo también es determinante en este proceso, que revictimiza a las familias de las víctimas a través del menosprecio de un trato racista desgastante, que llega a ser insostenible por las condiciones de empobrecimiento. Estas condiciones provocan que no haya registro de todos los casos de femicidios porque no todos se reportan, tiene que ver en esto el idioma, los recursos económicos, la movilización, o hasta el hecho de no haber estado nunca inscritas en el registro nacional, como si no hubiese existido.

Estamos hablando también de una sociedad dominada por el miedo.

Sandra Xinico Batz

sxinicobatz@gmail.com

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