Por: Alejandro Bravo
¿Para qué leer un libro de poemas del siglo pasado? Por eso mismo, por la poesía. Versos de una chilena que se yergue sobre la Cordillera de Los Andes y mira a toda América Latina. Poesía de una maestra, sencilla como el alfabeto y dulce como la palabra paz. Poesía para arrullar niños, poesía compenetrada con la naturaleza, fresca como el Río Blanco donde bajó a beber la poeta en la Sierra Andina, poesía que retrata mujeres intelectuales de Nuestra América como Victoria Ocampo y a la maestra rural, Lolita Arriaga de México. Poemas profundamente americanos como El Maíz y más chilenos que la cueca, como sus poemas a su patria.
Gabriela Mistral (Vicuña, Chile 1880-Nueva York, Estados Unidos 1957). Vivió, enseñó y escribió. Escribió 5 libros de poesía: Desolación (1922), Ternura (1924), Tala (1938), Lagar (1954) y Poema de Chile (1967 póstumo). El Premio Nobel de Literatura le fue otorgado 1945 “por su poesía lírica inspirada en poderosas emociones y por haber hecho de su nombre un símbolo de las aspiraciones idealistas de todo el mundo latinoamericano” fue el fundamento de la Academia Sueca para otorgarle el premio.
Afirman algunos críticos que en su primer libro Desolación se percibe influencia de Vargas Vila, de Rubén Darío y de Juan Ramón Jiménez. El prólogo a la tercera edición de ese libro la define muy bien: Gabriela Mistral no ha sido la primera en romper con las tradiciones de la poesía castellana; halló el terreno preparado por toda una evolución que inició Rubén Darío; pero ha dado a su obra un sello que la distingue y que está en la fuerza bíblica, en el amor intenso y único, del cual derivan todos sus cantos, el cariño a los pequeñuelos y el sentimiento de la Naturaleza, el fervor religioso, los mismos intervalos de serenidad en que se siente el jadeo del cansancio y la languidez que dejan los espasmos.
Ternura, su segundo libro es una poesía tierna, llena de arropos, de canciones de cuna, de cuentos y juegos. Poesía para niños llena de ternura, de una mujer que no fue madre, pero sí maestra que volcó en sus alumnos todo el amor que llevaba dentro.
En Tala ella alude al despojo del yo para emprender el viaje hacia la escritura. Sobre Lagar, apunta Jaime Quezada que fue escrito durante la Segunda Guerra Mundial, mientras atronaba el ruido de los tanques y las bombas ella escribía un manifiesto de paz.
Al recibir el Premio Nobel, en su corto discurso dijo con mucha humildad: “Por una venturanza que me sobrepasa, soy en este momento la voz directa de los poetas de mi raza y la indirecta de las muy nobles lengua española y portuguesa”.
A esa grande poeta latinoamericana rinde homenaje el Fondo de Cultura Económica con la bien cuidada edición de la Antología preparada por el escritor chileno Jaime Quezada. Expresa el antólogo: lección de aprendizaje, entonces, en la obra de Gabriela Mistral, porque de cada tema- vida, naturaleza, geografía, territorio- se desprende una enseñanza, una manera educadora de motivar espíritu y sentido… La palabra hecha verso, desprendida bellamente de su lengua.