Juan José Narciso Chúa

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Guatemalteco. Estudió en el Instituto Nacional Central para Varones, se graduó en la Escuela de Comercio. Obtuvo su licenciatura en la USAC, en la Facultad de Ciencias Económicas, luego obtuvo su Maestría en Administración Pública INAP-USAC y estudió Economía en la University of New Mexico, EEUU. Ha sido consultor para organismos internacionales como el PNUD, BID, Banco Mundial, IICA, The Nature Conservancy. Colaboró en la fundación de FLACSO Guatemala. Ha prestado servicio público como asesor en el Ministerio de Finanzas Públicas, Secretario Ejecutivo de CONAP, Ministro Consejero en la Embajada de Guatemala en México y Viceministro de Energía. Investigador en la DIGI-USAC, la PDH y el IDIES en la URL. Tiene publicaciones para FLACSO, la CIDH, IPNUSAC y CLACSO. Es columnista de opinión y escritor en la sección cultural del Diario La Hora desde 2010

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Juan José Narciso Chúa

El único pacto social que hemos consensuado en Guatemala fue la Constitución Política de 1985, con esta carta fundamental se inició la etapa democrática, para muchos representaba la oportunidad de cambiar el sistema desde una plataforma distinta, desde una perspectiva diferente. El cambio era la constante, la esperanza era permanente. 35 años después la situación pareciera que juega un giro dramático, en donde la situación poco ha cambiado, pero la institucionalidad se ha desarticulado, con alternativas de regímenes que poco avanzan y nada dejan para el largo plazo.

¿Qué ha ocurrido desde entonces? Ciertamente, hemos seguido las reglas establecidas por el juego democrático: el libre juego de ideas y de representación política, la irrupción de una gran gama de partidos políticos, la realización de elecciones libres, la alternacia de distintos regímenes de gobierno y únicamente se puede hablar de un bache con el golpe serranista, por lo demás, aún la caída de la dupla de Pérez y Baldetti, se desarrolló en el marco de la civilidad. Sin embargo, poco se ha modificado la estructura de poder político y económico.

Para la mayoría la democracia se encuentra en una recesión que no termina nunca. Ante cada cambio de Gobierno, se abren pequeñas ventanas de oportunidad, pero las mismas se cierran prontamente. El deterioro de la situación social es evidente y dolorosa. El ejercicio de la política se ha convertido en un juego macabro, pero además inentendible. La presión de las élites económicas es constante, pero sin visión de futuro.

Encima de ello, la independencia de los poderes del Estado se destruyó desde el momento que los procesos de elección de congresos y cortes, corre cumpliendo las formalidades de la democracia para asegurar alternancia, pero a la sombra de los procesos de elección se tejen una serie de maniobras orientadas a asegurar que magistrados, cortes y jueces, sean alfiles de un sistema que persiste en mantener el control del Estado y sus instituciones.

Los políticos son únicamente instrumentos de las élites económicas, pero juegan sabiendo que su resultado es de ganar, pues al obedecer no alteran el tablero, al contrario el proceso está determinado para que nada cambie, que todo se estanque, que la apariencia domine, pero al final nada ocurra. Al final la vergüenza pasa y la riqueza se queda en casa, se dicen todo el tiempo los políticos corruptos y cooptados. Las élites económicas aceptan este enriquecimiento ilícito puesto que asegura mantener los beneficios, los privilegios, asegurar las rentas y mejorar las ganancias.

¿Para qué leyes como la de la competencia?, si al final el mercado lo controlan ellos, asegurando precios altos, rentas elevadas y ganancias importantes. Para qué cambiar la Constitución si al final lo que interesa es mantener el sistema sin ningún cambio. ¿Transformaciones de fondo?, ¡¡no hombre¡¡ no tienen sentido, mientras el mecanismo de intercambio de la corrupción mantenga el destino inalterable del país, que importa.

¿Que los grupos de poder ilícitos se hayan adueñado de espacios importantes del Estado y del territorio?, no importa, en la medida que nos dejen mantenernos y continuar en la juerga de control del Estado y las instituciones. Que vengan nuevos presidentes, que se instalen nuevos equipos de trabajo en cada régimen, que mantengan el control, que hagan comisiones contra la corrupción, para que no hagan más que aspavientos con casos de poca monta.

Sí, nuestra democracia entró en la etapa recesiva más seria de la historia, ya nada importa, únicamente se imponen las élites y los políticos en mutuo contubernio, así como los militares que continúan siendo un factor de poder, que hoy se ve aún más. La democracia en recesión y la sociedad en depresión. Vaya paradoja.

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