Carlos Figueroa Ibarra
En México, alguien impertinente, que genera problemas evitables y crisis innecesarias, es llamado “chivo en cristalería”. Esta es la impresión que está dejando el presidente de El Salvador Nayib Bukele, quien pareciera empeñado en despilfarrar el gran capital político con el que ha llegado a la primera magistratura de su país. Puede decirse que el éxito ha acompañado a Bukele a lo largo de su vida. Se inició en las actividades empresariales desde la temprana edad de 18 años y su incursión en la política como publicista del FMLN pronto devino en candidaturas a puestos de representación popular. Ganó en 2012 la alcaldía de Nuevo Cuscatlán con 51% de los votos, la de San Salvador en 2015 con más del 50% y la Presidencia de la República en 2019 con 53% de los sufragios. Era el candidato natural del FMLN, pero las divergencias con dicho partido comenzaron a surgir y terminaron con su expulsión del mismo. El FMLN lo ha acusado con justa razón de ser errático en lo ideológico e impredecible en su conducta.
Bukele ha manifestado su profunda admiración hacia Andrés Manuel López Obrador. Su lucha contra la corrupción lo emparenta con el presidente mexicano, pero hay otros hechos que lo distancian. Entre ellos su visión de lo internacional en lo cual ha manifestado un alineamiento con la política de Estados Unidos de América. A horas de haber asumido la presidencia de El Salvador, expulsó a todo el cuerpo diplomático de la Embajada de Venezuela en tanto que no reconoce a Maduro como Presidente de dicho país sino a Juan Guaidó. Su visión de la seguridad nacional está alineada con la derecha en tanto que parece pensar en la mano dura como solución a la violencia delincuencial. Siendo ésta en El Salvador un verdadero flagelo, sus desplantes autoritarios para resolver un problema social, sus ocurrencias (decir que va a poner en celdas comunes a integrantes de maras rivales para que se maten), ha consolidado su popularidad en buena parte de la ciudadanía salvadoreña.
En estos días Bukele ha entrado en conflicto con el poder legislativo salvadoreño, al irrumpir en la Asamblea Legislativa acompañado de un contingente militar y policiaco armado con fusiles de asalto. Ha invocado el artículo 87 de la Constitución que confiere al pueblo salvadoreño el derecho a la insurrección para restablecer el orden constitucional en cuanto a formas de gobierno o evitar graves violaciones a los derechos constitucionales de los ciudadanos. La causa de todo este alboroto es que el poder legislativo no quiere aprobar un préstamo por 109 millones de dólares que Bukele necesitaría para modernizar el equipamiento de la Policía Nacional Civil (PNC) y de las Fuerzas Armadas para que estén mejor preparadas para combatir a las bandas criminales.
Resulta improcedente la invocación del referido artículo constitucional por diferir de la Asamblea en cuanto a un préstamo. Y empieza a generar imagen autoritaria, un presidente que amenaza con el uso de la fuerza al poder legislativo y que camina hacia disolverlo. Mal camino el de Nayib Bukele.