Francisco Cáceres

caceresfra@gmail.com

Nació en Guatemala el 19 de Julio de 1938; tiene estudios universitarios y técnicos en ciencias jurídicas y sociales, administración empresarial, pública, finanzas, comunicación, mercadeo y publicidad. Empresario, directivo, consejero y ejecutivo en diversas entidades industriales, comerciales y de servicio a la comunidad. Por más de 28 años consecutivos ha sido columnista en este medio.

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Francisco Cáceres Barrios
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Mis abuelos acostumbraban almorzar los domingos en compañía de sus hijos y nietos. Por azares del destino cinco de los diez hijos que tuvieron, sobrevivieron lo necesario para poder disfrutar de esos grandiosos momentos de convivio familiar, sin embargo, solo las tres hijas mujeres con sus respectivos esposos eran los que asiduamente asistían. Muy ocasionalmente los dos varones imbuidos en sus compromisos familiares de sus respectivas esposas les impedía asistir, lo que sumado a que mis dos tías no habían tenido descendencia, este aprendiz de escribiente, hijo único, era quien aprovechaba disfrutar de las amplias y variadas conversaciones de los mayores, en donde muchas, muchísimas veces, escuché decir de más de algún personaje de ese entonces la expresión –¡ese sí que es un hombre decente!

En repetidas oportunidades pedí explicación sobre qué quería decir realmente ese calificativo de decente, a lo que insistían en responderme que la decencia es uno de los valores más importantes para darnos a respetar. Esto quiere decir, repetían la aclaración, que sin esos valores un ser humano no es decente y por lo tanto no merece respeto, pues la honradez y la rectitud son características de la decencia, las que impiden cometer actos delictivos, ilícitos o moralmente reprochables.

Por ello es que ahora cada vez que hablo, escribo o comento sobre los comportamientos de los políticos, quien quiera que fuera, considero que debiera conservar por encima de toda su decencia si es que desea que lo respeten y lo mismo va para los profesionales o para el desempeño de cualquier oficio u ocupación. Hoy, muchísimos años después, cada vez que nos reunimos con mis nietos puedo hablar sobre el mismo tema, especialmente cuando hablamos sobre la política repitiendo, insistiendo y hasta machacando esos mismos valores y principios inculcados alrededor de la gran mesa del comedor de mis abuelos.

A estas alturas, bien podría estarse gestando una pregunta en alguno de mis lectores que dijera: ¿A cuenta de qué se habla tanto sobre el tema de la decencia? Pues para mí y para quienes tuvimos la suerte de que nuestros ancestros nos hayan inculcado desde la niñez estos principios y valores, el cobrar, gestionar o recibir un solo centavo por una indemnización que no corresponda, ya fuera un magistrado, diputado o cualquier otra persona que haya sido electa o designada claramente para un período determinado, no es un acto decente, porque simplemente no le asiste ningún derecho, salvo si hubo o existió una norma o pacto previo en contrario. Asimismo, para quienes ahora aducen que todos los trabajadores tienen derechos laborales, sencillamente les pregunto ¿será decente aducir derechos sin haber sido legislados o convenidos previamente?

Hoy más que nunca es común escuchar que encontrar un político decente es tan difícil como hallar una aguja en un pajar, porque si los conceptos indispensables para lograr dicha formación no le fueron inculcados desde una sana infancia, en la adultez difícilmente los van a poder lograr.

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