Fernando Mollinedo C.
Colectivamente, el mundo está más estresado, preocupado, triste y dolorido por lo que nunca se había visto. Una encuesta global refleja que el índice de emociones negativas alcanza niveles récord en la reciente historia humana, debido al agravamiento de los problemas mundiales.
Abordo este tema a raíz de lo que en las últimas dos semanas he observado de forma directa y en videos lo que sucede con el comportamiento de los adolescentes en el ámbito escolar y en el seno de sus familias.
En términos generales, la progresión del pesimismo y la tristeza en la población corresponde en gran medida a dos factores: A) el uso no regulado del internet, donde los jóvenes encuentran toda clase de noticias, comentarios e incluso prácticas sobre la forma de evadir los supuestos problemas escolares y de su hogar. B) La indiferencia de los padres y madres de familia que por diversas razones no tienen control sobre sus hijos y no se enteran de sus actividades escolares ni los grupos de amigos que frecuentan en forma personal o por medio de las redes sociales.
La opinión pública considera que el mundo es cada día más peligroso e inestable, lo que provoca sentimientos de angustia y distorsiona la visión de la realidad debido a las crisis mundiales de refugiados, las interminables guerras, desigualdades sociales, pero ¿cuál es la razón principal para el aumento de la angustia en la sociedad guatemalteca? O, ¿siempre hemos vivido angustiados por el futuro y el diario vivir?
Vivimos las irrefrenables violencia y delincuencia en las áreas urbanas y rurales, sean éstas en las calles, autobuses; en la economía, en redes sociales, en la escuela y hasta en los templos religiosos. La violencia escolar daña de igual forma a las víctimas y testigos que la observan, dejando huellas psicológicas, sociales y escolares que se manifiestan años después durante la vida adulta con rencores, odios e indiferencias, así como en drogadicción, delincuencia y depresión.
La edad escolar más sensible es a los 13 años cuando los adolescentes inician la educación secundaria y principian a darse cuenta de la realidad en que viven: hogares desintegrados, alcoholismo o indiferencia de los padres hacia los hijos creyendo que su obligación consiste únicamente en cebarlos; eso los induce a comportamientos antisociales que manifiestan estar inconformes con su realidad. Es evidente que las relaciones familiares sólidas representan recursos importantes para facilitar las estrategias de adaptación en los alumnos expuestos a episodios que implican daños sicológicos o físicos.
Cuando un alumno es testigo de un acto de violencia grave como una agresión física sin fundamento, amenaza con algún tipo de arma, robo o vandalismo ante lo cual es impotente, las escuelas deben alentarlos a reaccionar, pues al callarse concibe que podría ser objeto de esos actos convirtiéndose en un factor de deserción, consumo de alcohol, drogadicción e incluso propensión al suicidio.
Los esfuerzos en materia de prevención e intervención en los casos de violencia escolar deben centrarse en evitar los comportamientos agresivos de los jóvenes.