Adolfo Mazariegos
Cada fin de año, en lo particular, suelo tomar unos minutos para repasar brevemente las cosas que han podido alcanzarse con éxito durante el año que pronto habrá de concluir, así como aquellos objetivos que, a veces, por alguna razón que tal vez escapa a nuestra voluntad, van quedando rezagados en el camino. Ese ejercicio siempre me ha parecido necesario y funcional para replantear -quizá- las estrategias y esfuerzos pertinentes que, de alguna manera, permitan alcanzar todos esos objetivos que nos hayamos planteado (o al menos una parte de ellos, si fuera el caso). Sin embargo, además de ello, a pesar de que cualquier época y día son buenos para el efecto, el fin de año es también una excelente oportunidad para decir o escribir una sencilla palabra con la que, las más de las veces, podemos expresar mucho más de lo que tal vez imaginamos en primera instancia, esa palabra es: “gracias”. Agradecer o simplemente reconocer que el agradecimiento tiene un poder extraordinario que ojalá no pasáramos por alto tan a menudo, es absolutamente gratificante y necesario (por lo menos, a mí así me parece). Por tal razón, con las líneas de este sencillo texto deseo expresar, aunque suene trillado, mi más profundo y sincero agradecimiento a todas aquellas personas con las que he tenido la fortuna de compartir en algún momento a lo largo del 2019, aunque haya sido por un breve instante o, aunque haya sido por las razones menos imaginadas o esperadas. Y por supuesto, gracias por la familia, por el trabajo, por la salud; gracias por los compañeros, por los buenos momentos y por la comida que nunca ha faltado en mi mesa; gracias por las buenas charlas, por los buenos libros, por las grandes historias; gracias por las invitaciones, por los obsequios, por los amigos; gracias por las risas de los niños desconocidos en la calle, por la lluvia a veces inesperada y por los ojos que, sin mayores pretensiones, a veces nos ven con ternura inusitada; gracias por aquellos que ya partieron pero que estuvieron y seguirán estando con nosotros, por los días vividos y por los que aún nos quedan por vivir -sean muchos o pocos-, y por el aprendizaje y el dolor que a veces experimentamos (que del dolor también se aprende)… Gracias por todo aquello que no alcanzo a mencionar pero que ha formado parte indispensable y maravillosa de los 365 días que están por despedirse. Siempre hay alguien que no la pasa tan bien en estas fechas (y a lo largo de todo el año), por lo que, si nos queda un minuto entre festejo y agradecimientos, dediquémosle también un momento a quienes no han tenido la fortuna que quizá nosotros hemos tenido, porque, mientras unos festejan, otros están sin qué comer, sin un empleo digno, sin un hogar o, en el peor de los casos, despidiéndose, con tristeza, de alguien muy querido… De mi parte, muchas gracias; que el 2020 sea próspero y venturoso para todos.