Este lustro que está por terminar ha resultado especial para Guatemala puesto que en ese lapso atestiguamos el inicio y el final de una eficaz lucha contra la corrupción mediante investigaciones serias y documentadas que permitieron iniciar procesos contra personas que históricamente fueron y se consideraron intocables por la justicia. Todo empezó con una investigación sobre cómo operaban los aparatos clandestinos y cuerpos ilegales en el contrabando de mercancías que ha sido tradición en nuestras aduanas. A partir de una serie de escuchas telefónicas, la Comisión Internacional Contra la Impunidad en Guatemala pudo establecer la participación de funcionarios del más alto nivel en el negocio y de esa cuenta se presentó el Caso La Línea en el que figuraron como principales implicados el Presidente y Vicepresidenta de la República.
Como era tradición, se señaló a los políticos y funcionarios que formaban parte de la trama, pero hay que decir que en el Caso La Línea no se mencionó a los particulares que se beneficiaban con el contrabando. Y tal vez por ello fue tan granítica la unidad que mostró la ciudadanía que acudió a la plaza con el grito de “castigo a los corruptos” y Guatemala vivió momentos espectaculares porque se sentía entre la ciudadanía un sentimiento de unión para que la impunidad terminara para “esa clase de gente”.
Rememorando esos días y lo que se expresaba en los medios, en la plaza y en las redes sociales, uno hubiera pensado que no habría vuelta de hoja y que habíamos encontrado el rumbo. Y sin duda que, si todo se queda en la investigación y castigo de los políticos, desechables en el sistema de todos modos, la lucha hubiera continuado con el respaldo unánime. La no mención de los contrabandistas sino sólo de quienes les hacían los mandados era la clave.
Pero cuando, como debía ser, se iniciaron procesos que incluyeron a la contraparte de los políticos, es decir poderosos e influyentes empresarios, todo empezó a cambiar y ya no hubo plaza ni hubo ese unánime reconocimiento a CICIG y el MP. No digamos cuando se destapó el caso de cooptación del Estado y, de colofón, el del financiamiento al partido de Jimmy Morales y allí se armó Troya porque ya no eran tan solo “unos empresarios” sino la “mera mengambrea” y su aparición marcó el inicio del fin de todo lo que se había avanzado contra la corrupción. Velásquez y Aldana dejaron de ser héroes para convertirse en odiados personajes y surgió el pacto llamado a ser la trinchera del sistema corrupto.
Termina, pues, un lustro de antología.