Imagen ilustrativa de abastecimiento de medicamentos. Foto: La Hora.

En una economía de mercado libre teóricamente los precios se fijan por la ley de la oferta y la demanda, siendo la competencia la gran reguladora, pero viendo el caso de las medicinas es obligado preguntar si aquí tenemos un verdadero libre mercado o tenemos una situación de libertinaje donde se manipulan los precios a sabor y antojo en perjuicio del consumidor. Preocupa en extremo porque no se trata de productos suntuarios que el consumidor puede dejar de comprar si los siente demasiado caros; son artículos de primerísima necesidad y por lo tanto los abusos con los precios tienen efectos devastadores sobre la salud de la gente.

Lo que ocurre es que el negocio de las medicinas es controlado por una especie de cartel que se pone de acuerdo fijando precios, práctica que empezó para repartirse el pastel de la compra de medicamentos que hace el Estado para abastecer su sistema de salud y esos acuerdos se han trasladado también al consumidor individual, razón por la que las instituciones públicas y el paciente pagan en Guatemala precios que son por lo menos cuatro veces mayores a los que se tienen que pagar en cualquier otro país del mundo.

Los mercados regulados no empezaron por capricho sino fueron producto cabalmente de los abusos cometidos por los monopolios o los oligopolios, especialmente en productos de primera necesidad. La colusión entre los que controlan la oferta aniquiló por completo el peso que la demanda puede tener en términos de ser elemento para la fijación de precios pues no hay competencia y por ello surgieron políticas orientadas a corregir una situación anómala y perjudicial para el mismo mercado. En otras palabras, sin abusos no existirían las regulaciones que, tristemente, se hacen necesarias como una respuesta social al comportamiento de sectores que producen esos mañosos acuerdos.

Ni siquiera los más fanáticos del libre mercado pueden justificar lo que está sucediendo con las medicinas en Guatemala y es preciso que se establezcan mecanismos de control para evitar el daño que se hace a cualquier persona que por diversos padecimientos necesita una medicina, no digamos el saqueo al Estado que significa la venta masiva de medicamentos sobrevalorados por puro capricho de quienes importan o producen las medicinas y se han constituido en un diabólico oligopolio.

En esa situación la demanda no juega ningún factor porque el enfermo no puede dejar de adquirir medicinas para reducir la demanda y obligar a la baja de precios porque el oligopolio sabe que tiene asegurada la venta, al precio que le dé la gana.

Redacción La Hora

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