Cartas del Lector

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René Leiva

La vieja coprocracia gobernante en los tres organismos del Estado es una prueba persistente de que la mierda también tiene una ideología, residual pero ideología al fin, al final del aparato digestivo social.

Suele ocurrir que el hombre –o la mujer—de talento, alejado de la política partidaria y la función pública, a quien puede considerarse un doctor Jekyll, cuando de opiniones y actitudes ideológicas se trata impetuosamente le brota el adormecido míster Hyde que lleva dentro. El pacífico y juicioso ciudadano -o ciudadana- se transforma en energúmeno al instante. El míster Hyde ideológico que lo habita, en sus opiniones y razonamientos puede mentir, engañar, ofender, difamar, afirmar que el fuego es frío y el sol oscuro, ver micos aparejados y tomar por enemigo mortal al antagonista de sus ideas. Una vez se calma vuelve a él –o ella—el prudente y ecuánime doctor Jekyll, como si nada. (Este espécimen puede ser confundido con anfibios y miméticos ideológicos, pero las diferencias son notables.)

En el inconmensurable reino de la inteligencia la ideología es solo una provincia, y no de mayor importancia.

La ideología que cree y ha hecho creer que tiene el monopolio y exclusividad de la libertad, palabra comodín, palabra mágica, palabra mantra, palabra prótesis, palabra abracadabra, palabra genio de la lámpara. ¿Libertad?

“Vendo ideología en magnífico estado, con poco uso, casi nueva, todos sus accesorios, aditamentos y afiliados incluidos. Precio a convenir”.

Las ideologías, para su viabilidad, estilan dividirse en sectas, herejías, escisiones pasajeras, personalismos, egos, envidias, celos, admiraciones rencorosas… todo lo cual construye un espacio holgado, hace que el aire y la luz circulen, se oxigenen e iluminan los rincones, pasadizos, recovecos. Espaciosidad, aire y luz, elementos del enorme espejo en donde la ideología debe verse a sí misma, de vez en cuando.

Poner a Dios, sin su aquiescencia, de lado de la ideología propia es señal de orfandad intelectual, experiencia parvularia de la vida, timoratez e hipocresía, endeblez cultural, fariseísmo clerical, blindaje histriónico…, lo cual el Señor no ve con buenos ojos.

Cuando las credenciales y cartas de presentación de una determinada ideología son fanatismo, intolerancia, irracionalidad, discriminación metódica, actos bestiales o inhumanos (racismo, xenofobia, sexismo, machismo, ecoterrorismo, militarismo, guerrerismo, aversión letal a los derechos humanos…), allá cada cual que le abra su casa, su cerebro, su corazón, su sepultura.

¿Cuánto de mito, magia, superstición, teología, teratología, teleología, metafísica, patafísica, fetichismo, politeísmo, animismo, canibalismo, panteísmo, esoterismo, erotismo… encierran y dispersan las ideologías desde la condensación de los tiempos?

A la insistente pregunta que se hace la ciudadanía honrada y trabajadora, “¿de dónde ha salido tanto hijo e hija de puta últimamente?” la respuesta obvia es: de la ideología, de sus abominables, corruptas e impunes entrañas, por supuesto.

A estas prematuras alturas los mentados “designados”, cabezón electo incluido, ya me tienen hasta el copete, y eso que soy Calvinisti.

 

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