Luis Fernandez Molina

luisfer@ufm.edu

Estudios Arquitectura, Universidad de San Carlos. 1971 a 1973. Egresado Universidad Francisco Marroquín, como Licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales (1979). Estudios de Maestría de Derecho Constitucional, Universidad Francisco Marroquín. Bufete Profesional Particular 1980 a la fecha. Magistrado Corte Suprema de Justicia 2004 a 2009, presidente de la Cámara de Amparos. Autor de Manual del Pequeño Contribuyente (1994), y Guía Legal del Empresario (2012) y, entre otros. Columnista del Diario La Hora, de 2001 a la fecha.

post author

Luis Fernández Molina

La Segunda Guerra Mundial sacudió los cimientos de toda Europa. Los habitantes de esa “península de Asia” (Nietzsche), apenas se reponían de la pesadilla y estaban confiados, convencidos, que en esas partes “civilizadas” del mundo nunca más se iban a repetir las atrocidades que acababan de sufrir. Pero se equivocaron por ingenuos e imprevisores (excepto Churchill). Años antes de las declaraciones de guerra a Hitler, se dieron algunos movimientos que debieron encender las alarmas. Los reclamos alemanes del corredor del Danzing, los Sudetes, Alsacia y Lorena, Alta Silesia, la “anexión”, etc. En pocas palabras, más corrimientos de fronteras para enmendar los entuertos del Armisticio (1919) que supuestamente ponía la lápida a la Primera Guerra Mundial.

La historia no es más que una sucesión de relatos de fronteras elásticas que se han ido adaptando como consecuencia de interminables guerras de conquista. Los corrimientos se han dado desde Nabucodonosor, pasando por Alejandro, el emperador Chin, los romanos, el gran Khan, los mogoles, etc. Dijo Napoleón que los cañones son herramientas que sirven para dibujar las fronteras.

En los albores del siglo XX los mapas presentaban una Europa muy diferente. Figuraba en el centro el complejo Imperio Austro Húngaro, variopinta ensalada de muy distintas nacionalidades, idiomas, religiones, escrituras, etc. En el cercano oriente el imperio Otomano absorbía, igualmente, otro abigarrado mosaico de naciones y culturas: libaneses, sirios, palestinos, jordanos, griegos, entre muchísimos otros. Los “genios” políticos de los países ganadores planificaron en 1919 una distribución de países en un esquema equilibrado que, supuestamente, garantizaba la paz permanente. Grandes equivocaciones.

En medio de esas turbulencias quedan desprotegidos miles de personas. Poblaciones enteras que, pasivas, quedan al garete en medio de las fronteras corredizas. Decenas de miles, cientos de miles y hasta millones que en poco tiempo cambian de Estado o se quedan “sin Estado”, judíos, gitanos, palestinos, etc. Comunidades que son forzadas a pertenecer a determinada potencia o que son repelidos de la misma. Quedan en el aire; no tienen patria, son los “apátridas.” Tienen que buscar refugio en un Estado ajeno, ya sea porque son perseguidos en el propio (religión, etnia) procurando la seguridad que brinda el Estado que los recoge. Por otra parte, están los individuos cuya integridad o vida peligra por sus actividades políticas o de tipo relacionado que, por lo general, deriva del propio gobierno. Estas personas procuran que otro Estado les dé “asilo” para salvar su vida.

En otro orden están los migrantes económicos. Los seres humanos somos también una especie migratoria con mayor vocación que las bandadas de aves o los cardúmenes que navegan, porque tenemos mayor facultad de discernimiento. Buscan países con mejores oportunidades de trabajo y crecimiento. No son víctimas directas de persecución grupal (ni individual) pero sí de condiciones de vida deplorables (guerras y extorsiones). No son perseguidos ni de apátridas, pero al final terminan como refugiados, “extraños”, en tanto no sean asimilados al país de destino.

Poco después de la Segunda Guerra, la ONU (nueva versión de la difunta Sociedad de Naciones), abordó el tema de los refugiados que estaban sufriendo grandes poblaciones. Fue por eso que, en 1951, se adoptó la Convención sobre el “Estatuto de los Refugiados y de los Apátridas”. En varios artículos del Convenio se hace mención a la Segunda Guerra Mundial o a los hechos “Acontecimientos ocurridos antes del 1 de enero de 1951.” Su aplicación es muy específica respecto las consecuencias de la reciente conflagración, pero, hoy día, no es el instrumento propicio para regular los nuevos fenómenos migratorios actuales; no significan lo mismo: apátrida, refugiado, asilado y migrante económico.

Artículo anteriorEl lado oscuro del lado bueno
Artículo siguienteTrump: Cumbre del G7 será en Camp David