Por ANDREA RODRÍGUEZ
LA HABANA
Agencia (AP)
Alicia Alonso, la gran dama del ballet cubano que se mantuvo en los escenarios por 75 años y fue un ícono de la lealtad artística al sistema socialista en Cuba, falleció ayer. Tenía 98 años.
La noticia fue confirmada a The Associated Press por Miguel Cabrera, el historiador del Ballet Nacional de Cuba y amigo cercano de la artista. Cabrera dijo que la Prima Ballerina Assoluta murió en el Hospital CIMEQ en La Habana alrededor de las 11 de la mañana.
Prácticamente ciega la mayor parte de su vida, Alonso se mantuvo hasta el final de sus días al frente del Ballet Nacional de Cuba, aunque en los últimos tiempos las decisiones ejecutivas las tomó su sucesora Viensay Valdés.
En estos meses apareció poco en público y se la vio muy deteriorada, con sus largas manos de marcados huesos y el rostro más frágil y anguloso. Casi no se ponía de pie.
Alonso fue una ferviente simpatizante de los hermanos Fidel y Raúl Castro desde el triunfo de la revolución en 1959.
De singular rostro, expresivo perfil en punta y técnica dancística inigualable, con su personalidad carismática atrajo el amor, pero también el odio. Tuvo fama de mujer despiadadamente exigente y enemiga de aquellos que se cruzaban en sus decisiones.
Algunos discípulos lamentaban que no ocultara el favoritismo desmedido por uno u otro alumno en detrimento del resto a los cuales marginaba.
Pero ante todo, fue la pasión desbordante lo que impulsó su vida: «Arte, maestría y sufrimiento, las tres cosas que marcaron mi carrera», sintetizó la prima ballerina assoluta de Cuba en una entrevista con The Associated Press a finales de la pasada década.
Nacida el 21 de diciembre de 1920 en La Habana, Alonso inició su formación artística en 1931 en la Escuela de Ballet de la Sociedad Pro-Arte Musical.
Poco después se trasladó a Estados Unidos, donde continuó sus estudios con Enrico Zanfretta, Alexandra Fedórova y varios profesores eminentes de la School of American Ballet.
Hasta entonces era Alicia Ernestina de la Caridad del Cobre Martínez, pero en 1936 se casó con su colega y compatriota el maestro Fernando Alonso y conservó por siempre el apellido de él, incluso después de divorciarse.
A finales de la década de 1930 estaba lista para su debut profesional y lo hizo en Broadway, trabajando en comedias musicales.
En 1939 ingresó al American Ballet Caravan, antecedente del actual New York City Ballet, y se incorporó al Ballet Theatre of New York cuando este se fundó un año después.
A partir de allí su carrera cosechó toda clase de éxitos interpretando los papeles más destacados del repertorio clásico y romántico junto a los grandes de la coreografía mundial: Mijail Fokine, George Balanchine, Leonide Massine, Bronislava Nijinska, Antony Tudor, Jerome Robbins y Agnes de Mille.
Su preocupación por desarrollar el arte de las puntas en Cuba la llevó en 1948 a fundar en La Habana el Ballet Alicia Alonso y dos años después la Academia Nacional de Ballet.
Poco a poco fue ganándose un prestigio que para algunos jóvenes rozó el pánico a su figura.
En medio de la agitación política del gobierno de Fulgencio Batista, Alonso se negó a bailar en la isla mientras el dictador estuviera en el poder. En 1957 inició una gira por la Unión Soviética y en 1959, tras el triunfo de la revolución, volvió a Cuba.
Al año siguiente organizó el I Festival Internacional de Ballet de La Habana, en el que se presentaron en los años siguientes varias de las compañías más reconocidas del mundo.
Después del triunfo de la Revolución cubana el primero de enero de 1959, el entonces presidente de Cuba, Osvaldo Dorticos y el primer ministro en esa época, Fidel Castro, firmaron una ley (la No. 812) en la que «quedó establecido el respaldo del Estado al Ballet Nacional de Cuba», como lo recordó Abel Prieto, que era ministro de Cultura de Cuba en el año 2008, cuando se cumplió 60 aniversario esa compañía.
Prieto recordó cómo el famoso crítico de danza británico Arnold Haskell (1903-1980) calificó al Ballet Nacional de Cuba de «milagro cubano».
En esa fecha el exmandatario Fidel Castro, fallecido a los 90 años en 2016, le envió una carta a Alicia.
Con los años, Alonso fue perdiendo cada vez más visión.
Varios desprendimientos de la retina dejaron a la bailarina viendo apenas luces y sombras la mayor parte de su vida. Fuera del escenario, empero, siguió montando coreografías, decidiendo cada gira y cada programa de la compañía.
Fidel Castro le impuso múltiples condecoraciones, algunas de las más altas de Cuba como la Orden José Martí o la de Héroe del trabajo.
Su retiro definitivo del escenario se anunció el 29 de diciembre de 1995, al bajar el telón tras una presentación de «Farfalla», en la ciudad italiana de Faenza pero siguió al frente de la compañía.
Sólo un sinsabor profesional a veces la amargó, según reconoció: la deserción de Cuba de algunos bailarines que, como pichones, ella vio crecer, aunque en los últimos años permitió que varios de esos talentos volvieran a presentarse en la isla.
En Cuba y en el extranjero su trabajo le mereció las más altas condecoraciones y compañías como el Ballet Theatre of New York o el Bolshoi de Moscú reconocieron su figura haciendo sendas presentaciones de homenaje en las temporadas 2010, cuando ella cumplió 90 años.
Le sobreviven una hija, Laura Alonso, un nieto, Iván (Monreal Alonso), y dos bisnietas, Carmen y Camila, así como su segundo esposo, Pedro Simón, con el que contrajo matrimonio en 1975 y quien es director del Museo Nacional de Danza creado por Alicia Alonso en 1998.