Giovany Emanuel Coxolcá Tohom
Escritor

Hay quienes fueron del lápiz al lapicero, hay quienes, del lapicero a la máquina de escribir y, otros, de la máquina de escribir a la computadora. Aún quienes aprendimos el arte de la mecanografía vemos con nostalgia la máquina a la que no tuvimos acceso en nuestros años de secundaria. En una década, con unos años más, con unos años menos, hemos visto la aterradora velocidad a la que la tecnología nos obliga a vivir o sobrevivir. Hace un tiempo, por acá, pocos podían trazar todas las letras del alfabeto y pocos conocían las operaciones elementales de aritmética. O simplemente su forma de asumir el mundo no era la que se enseñaba en las escuelas. Se medía la distancia entre poblaciones con otro sistema de medición, se nombraban las cosas del mundo, y el mundo mismo, con otras palabras, las que habían sido de toda la vida y de pronto se volvían inapropiadas. Ver hacia esos años es reencontrarnos con las historias que nos contaban a la orilla de fogatas durante las noches de invierno. Nos enterábamos de la existencia de un lugar llamado «Los antiguos tiempos». Quienes resguardaban estas historias nunca cruzaron el umbral de las aulas y se quedaron midiendo las distancias entre ciudades y poblaciones con un sistema que nosotros íbamos olvidando, medían el tiempo a partir del incienso y no del calendario, nombraban las cosas en el mundo de un modo que a ratos nos era de imposible comprensión.

La tecnología, sin embargo, vino a imponer un ritmo de vida al que no estábamos acostumbrados. Con ella llegó la necesidad de tener a la mano un teléfono, acceso a internet, no para conocer el mundo, sino para sentirnos parte de las inmensas olas de invisibilidad y anonimato al que se reduce todo lo que transcurre en una pantalla de teléfono o de computadora. Pocos recuerdan los años escolares, años en los que los libros escasamente aparecían en los anaqueles y, si estos años, cercanos todavía, se van quedando fuera del recuerdo, el tiempo de nuestros antepasados cada día amanece más al fondo del horizonte.

Los contadores y guardianes de los «Antiguos tiempos» se han alejado de nuestra memoria. Algunos de ellos han muerto, otros se han quedado en la oscuridad que viene con los años. Pocos se detienen a ver hacia el pasado porque a pocos les importa. Todos quieren vivir a la velocidad de la tecnología, ser escuchados sin escuchar, ser vistos sin ver a nadie. Mientras la tecnología formó las autopistas por donde transita el mundo entero, el mundo entero fue aprendiendo a quedarse solo. Hoy casi nadie puede darnos noticias de lo que ocurre del otro lado de la calle, como si, fuera de las propias noticias y de los propios acontecimientos, nada más estuviera aconteciendo.

En un momento en el que la tecnología, o quienes la controlan, desplaza la memoria e inventa un pasado a su conveniencia, el ejercicio crítico y didáctico, la búsqueda real del sentido de nuestra identidad se vuelven un compromiso irrenunciable. Así lo han asumido varios compatriotas, no por coincidir en un país, sino por su gesto solidario para que la humanidad no sucumba. Ahora, con todo lo que las redes sociales desechan, legitiman y desacreditan en un instante, es necesario poner la vista y el corazón en lo que nos puede devolver lo más noble que el ser humano ha conquistado a lo largo de siglos: la educación de la infancia y la juventud.

Quienes no ven más allá de la inmediatez tecnológica no pueden conocer su pasado y quienes no pueden llegar a su pasado, tendrán una identidad a medias. Es necesario reconocer nuestras heridas y nuestras esperanzas para saber quiénes somos. Cierto es que, de nuestro idioma y primer hogar, fuimos obligados a migrar a uno con el que nombraron las formas de torturar a nuestros antepasados, pero también es cierto que el momento de tomar la palabra no debe postergarse más. Por suerte, con la llegada del idioma español a estas tierras venían algo más que saqueadores y criminales: venía, casi en silencio para no ser descubierto, el espíritu de Cervantes, que también es nuestro.

Si con nuestros códices en llamas, la intención también fue reducir a cenizas nuestra memoria —más de diez mil códices calcinados en una sola noche—, generación tras generación nuestra voz se mantuvo, a veces hasta al fondo de la tierra en espera de tiempos fértiles y propicios para germinar, a veces entre las semillas que los pájaros perpetuaron de barranco en barranco, generación tras generación y, otras veces, en la voz de quienes nunca asistieron a la escuela y nos hablaron de un lugar llamado «Antiguos tiempos».

Con la Invasión, nuestros antepasados, de ser dueños de su destino fueron obligados a trabajar hasta caer muertos, con estos hechos es fácil imaginar o preguntarse cómo llegamos con vida al presente, si la intención fue hacernos morir de sed, hambre y cansancio, cientos de años antes de que naciéramos. En las montañas y barrancos que alguna vez fueron caminos, perduran las voces de quienes perdieron la vida bajo una carga de piedras, encadenados de pies y manos; no es extraño, entonces, que en ciertos lugares y a ciertas horas aparezcan espantos y se escuchen voces provenientes de otros tiempos. Si nuestros antepasados fueron reducidos a polvo y cenizas, desde las raíces de los árboles más antiguos salen a nuestro encuentro; pero si es cierto que desde estos majestuosos árboles perduran nuestras voces, nuestra memoria, también es cierto que, ahora, con otros nombres y otros rostros, pretendan quitarnos los pocos bosques que nos quedan.

No elegimos el lugar para nacer, tampoco elegimos nuestro pasado. A ratos se nos impone una historia extraña, con héroes ajenos, con otras voces y una forma de ver en llamas el grito de los nuestros. Esa es una de las razones por las que, una o dos generaciones anteriores a la nuestra, vieron en las instituciones educativas un lugar peligroso para los hijos. Nadie volvía ileso después de un día en el aula, levantado a base de cañaveral, caña de milpa y pita de maguey, levantada a base de adobe y tablas viejas y, en años recientes, con cemento, hierro y block.

Si alguien corre con suerte y pasa cerca de la escuela en donde estudió, vuelve a presentir los irrecuperables tiempos de la infancia, vuelve a verse frente a la vieja pizarra de madera, memorizando vocales y consonantes para nombrar el mundo, como si antes de eso no hubiera nombrado ya todas las cosas a su alcance y, aún las de su imaginación; y conociendo los diez números con los que se desata el infinito. En esos años nadie se preguntó por qué era educado en un idioma extraño, por qué debía nombrar con otras palabras los caminos, el cielo, los árboles, los ríos y la tristeza. En esos años nadie pudo ver al fondo del horizonte, en donde nuestros códices fueron destruidos. San Andrés Semetabaj, en este sentido, es un lugar de tiempos heroicos y también de tristezas. El hecho de que este municipio se nombre en dos idiomas es porque el precio que pagamos por el derecho a uno de ellos es muy alto. Justo es que tomemos la palabra.

Hace un poco más de diez años adquirí en una venta de libros usados mi primer título publicado por el Fondo de Cultura Económica, un ejemplar sobreviviente de la lluvia, del sol y del tiempo de Guatemala, las líneas de su mano de Luis Cardoza y Aragón. Cuando Erwin Coxolcá se hizo cargo de mi pequeña biblioteca, trató de repararlo. En aquel gesto de amor y respeto a la palabra, daba el primer paso para un proyecto importante en el municipio. Lo de él siempre fue la educación, la promoción de la lectura crítica y recreativa en las aulas.

Si somos una generación que ama el libro es porque, en nuestra infancia, nos quedamos con la ganas de tener uno en la mano. Así se lo dije un día a José Luís Perdomo Orellana, maestro en las letras y en la vida. Perdomo me habló de César Medina Lara, a cargo del Fondo de Cultura Económica en Guatemala y el Caribe y de su compromiso con la cultura, con las letras y con la educación de las nuevas generaciones en los países de habla hispana. En efecto, César Medina es de las personas por las que uno sigue confiando en la Humanidad. Erwin Coxolcá, quien es parte del Concejo Municipal de San Andrés Semetabaj, propuso la idea, iniciativa que a Gaspar Chumil Morales, alcalde municipal, le pareció no solo viable sino necesaria. A nivel local y regional se debe contribuir al fortalecimiento de la educación en todos los niveles. El compromiso con la niñez, la adolescencia y la juventud tiene que ver con fomentar desde temprana edad la lectura crítica por medio de la lectura lúdica y recreativa. Así nació la posibilidad de abrir una filial del Fondo de Cultura Económica en San Andrés Semetabaj.

A partir de reuniones y visitas a las instalaciones del Fondo de Cultura Económica en Guatemala y a San Andrés Semetabaj en las que participaron César Medina, Erwin Coxolcá, Valeria Cerezo y Gaspar Chumil Morales, el proyecto encontró su cauce. Poco a poco la filial del FCE en nuestro municipio estaba más cerca de ser una realidad. Faltaba la aprobación del proyecto de parte de las autoridades del Fondo en México.

El jueves 11 de julio del presente año, Paco Ignacio Taibo II, Director General del Fondo de Cultura Económica, compartió una conferencia en la Feria Internacional del Libro en Guatemala y habló de las proyecciones del Fondo en el mundo y, sobre todo, en la gran patria heredera del espíritu cervantino. En esa misma conferencia anunció la proyección del FCE en San Andrés Semetabaj.

El viernes 12 de julio, Gaspar Chumil Morales, Valeria Cerezo, César Medina Lara, y este servidor, nos reunimos con Paco Ignacio Taibo II, a las doce del mediodía, en las instalaciones del Fondo de Cultura Económica en Guatemala, nos reunimos a plantear oficialmente el proyecto.

Paco Ignacio, con su entusiasmo y aprobación, le dio la bienvenida a San Andrés Semetabaj a la familia del FCE, César Medina también manifestó su optimismo y simpatía por el proyecto. Valeria Cerezo, Gaspar Chumil Morales y yo, manifestamos nuestro permanente compromiso con estar a la altura de la trayectoria y prestigio del FCE. Los ausentes en esta reunión fueron Erwin Coxolcá y José Luis Perdomo Orellana, quienes, sin conocerse, hicieron que este proyecto naciera.

El 2019 fue declarado Año Internacional de las Lenguas Indígenas y el FCE lo celebra abriendo una filial en San Andrés Semetabaj, en donde más del setenta por ciento de la población es heredera de la cosmovisión indígena. Esa generosa apuesta por la educación la llevaremos siempre en el corazón y las futuras generaciones se lo agradecerán, siendo personas comprometidas con el fomento y difusión de la lectura.

El camino ha sido largo; pero hemos llegado a tiempos propicios para la siembra. Gracias por la luz y la lluvia.

Presentación

Un indicador de interés por la cultura en general, la literatura, la filosofía y los saberes, son sin duda los libros y las librerías en una ciudad.  Es por ello por lo que para nosotros es importante la difusión de esos espacios de cultivo del espíritu.  Las librerías, más allá de la crítica que se pueda hacer desde la perspectiva del burdo mercado, son referentes en la construcción del conocimiento.

Consciente de ese significado, Giovany Coxolcá, al tiempo que reflexiona sobre libros y librerías, celebra la presencia del Fondo de Cultura Económica en San Andrés Semetabaj.  Un hecho de incuestionable valor dada la importancia referida, pero también la oportunidad diversa para ese Municipio.  El autor del texto lo dice de la siguiente manera:

“El 2019 fue declarado Año Internacional de las Lenguas Indígenas y el FCE lo celebra abriendo una filial en San Andrés Semetabaj, en donde más del setenta por ciento de la población es heredera de la cosmovisión indígena. Esa generosa apuesta por la educación la llevaremos siempre en el corazón y las futuras generaciones se lo agradecerán, siendo personas comprometidas con el fomento y difusión de la lectura”.

Con el texto principal, se ofrecen las contribuciones de Max Araujo, Miguel Flores y el poeta Luis Pedro Villagrán.  Estamos seguros que la edición será del beneplácito de nuestros lectores y formará parte del tipo de lectura esperada cada semana desde estas páginas de La Hora.  Gracias por los mensajes enviados a la redacción y las sugerencias recibidas por nuestro espacio digital.  Le deseamos un feliz fin de semana.

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