Juan Jacobo Muñoz Lemus

juanjacoboml@gmail.com

"Guatemalteco, médico y psiquiatra"

post author

Juan Jacobo Muñoz

Un amigo muy querido me recomendó ver una película. Le hice caso y quedé hondamente agradecido con él; además que reforzó nuestra amistad que tiene mucho que ver con las cosas que ahí salen.

En la película se da un diálogo, entre una niña de siete años y su abuelo. La niña ha perdido a sus dos padres de manera más que trágica, y a su abuela también.

El abuelo entra a la habitación de la niña, le pregunta cómo se siente, y la niña le responde así:

–Siento como si toda mi vida va a ser marcada por la muerte y la tragedia.

En realidad la niña no dijo eso, pero si hubiera podido verbalizar lo que estaba sintiendo, lo habría hecho. Y hubiera dicho más, algo así como:

–Anhelo una vida feliz, abuelo. Tengo un deseo casi desesperado por la estabilidad y la felicidad. Así como la gente gorda anhela el chocolate, o los excursionistas perdidos anhelan ser rescatados. Quiero vivir una gran vida, una vida fantástica; pero me preocupa que la tragedia que parece seguirme, la tragedia que me trajo al mundo, evitará que eso ocurra alguna vez. Y yo no sé si pueda soportar otro golpe como este.

Pero lo que realmente dijo la niña, cuando el abuelo le preguntó cómo se sentía fue:

–“¿Vas a morir abuelo?”

–Sí, voy a morir. Probablemente antes de lo que a ti te gustaría. Si te soy honesto, voy a pelear como el demonio para quedarme contigo el mayor tiempo posible, para prevenir que una muerte más venga a tu puerta. Me voy a subir a la maldita caminadora y voy a reducir el consumo de carne roja. Voy a hacer lo mejor que pueda, para que pases tus años de adolescencia sin perder una maldita cosa más. Lo voy a hacer por tu madre y por tu padre; y voy a hacerlo por tu abuela. Pero sobre todo, voy a hacerlo por ti, que eres mi nieta. Voy a pujar diez años más, para que este cuerpo viejo y decrépito, no te abandone mi niña. Mi ángel.

El abuelo no dijo nada así. Lo único que alcanzó a decir fue:

–“No no, ya no más muertes por aquí. ¿De acuerdo?”

–“¿De acuerdo?”, respondió la niña, y fingieron un brindis con las manos.

Me quedé pensando en lo difícil que es experimentar emociones y afectos, y cuánto más difícil poder expresarlos. Los sentimientos existen, claro está. Son reacciones positivas o negativas a todo lo que ocurre en nuestra vida, convirtiéndose en la experiencia subjetiva y duradera, de las emociones que vamos coleccionando por el camino y que van dando sentido propio a nuestras vidas. Nada nos es emocionalmente indiferente, aunque quede a nivel subliminal.

Pero expresar los sentimientos es lo más difícil. Y cuando no nos atrevemos a la profundidad de nuestro interior, nos refugiamos en hacer cosas para evitar los conflictos, y nos perdemos en la lógica de las cosas concretas. Nos tornamos alexitímicos, quiero decir, sin lenguaje para el humor y con limitación para la vida imaginaria. Rechazamos lo que sentimos, y todo lo que negamos, se hace síntoma.

Las palabras tienen límite, son apenas un débil intento por explicar con nombre las cosas; pero los sentimientos son infinitos y hay que estar en contacto sincero con ellos. Lo siento mejor ahora que ya soy viejo.

Regresé a ser lo que era de niño, pero no como niño. Fue un gran trajín de castraciones y amputación de cosas lindas, solo para vivir cosas que no eran yo. Ahora puedo sentir de nuevo mi esencia y me siento en paz. Dejé de adornarme y de defenderme, dejé de pelear.

No conozco nada más entretenido que estar conmigo, y puedo sentir como me quiero.

Artículo anteriorPolítica, religión y “las Transnacionales de la Fe”
Artículo siguiente¡Gracias don Jorge Vega!