Mario Alberto Carrera
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Cuando se es virgen y prometida –y la jovencita no ha probado las mieles de la libido exultante- se pueden suponer de ella virtudes, gracias y oficios de la más casta e inmaculada pubescencia. Sobre todo si por las tardes se entrega a delicadas artes, propias de su género que, por lo mismo, le han evitado escuchar los disparos arteros de las ejecuciones extrajudiciales, que de toda la vida se han cultivado en el país, dentro de las que alcanzaron medalla de oro la modalidad de “ley fuga”, en tiempos del dulce dictador Jorge Ubico (ubicuo) Castañeda.
La presunción de inocencia es un plausible principio y teoría judicial. Pero yo en lo particular la encuentro -como ideal- perfecta; mas en la práctica de la mayoría de delitos, en cambio, me arranca una discreta sonrisa de escepticismo.
En el caso de una núbil doncella uno puede otorgar toda la presunción de inocencia que las leyes señalan -como un principio que beneficia al humano- suponiendo, también por ejemplo, que tal señor o joven es de buenas costumbres y formas. Y lo mismo estamos obligados a inferir y connotar cuando una joven jamás se le ha visto por rincones oscuros del barrio dándose unas “detalladas” de Padre y Señor nuestro.
Otra cosa ocurre en torno a la buena fama de la virtuosa que exige presunción de inocencia. Se le otorga, si es proba porque con su currículo se lo ha ganado, negándole la flor de su virtud a aquel que no pase primero por el altar como Dios manda.
Pero en la segunda vuelta o balotaje -como se le llama con propiedad- de estas elecciones de 2019, nada más alejado ocurrió del caso virginal que arriba expongo, es decir el caso de los comulgantes-postulantes-candidatos que se acercarían al altar de los comicios.
Ni Sandra Torres ni Alejandro Giammattei pueden pretender que el público crea que se les debe otorgar presunción de inocencia. Si finalmente los votantes se decantaron por uno de los dos –dándole con ello un marco de legalidad local e internacional al hecho- no es porque los votantes crean que son núbiles comulgantes con derecho a presunción de inocencia. Sino porque a la gente se le ha insertado y atornillado en el cerebro -desde antes de que nazcan- que ¡“deben votar”! Y por eso hubo balotaje. Por ese baboso imperativo categórico kantiano que supuestamente desde muy adentro del ¿espíritu?, nos indica sin ninguna presión “que debemos hacer el bien”: votar. Imperativo del que Nietzsche se rio en varios de sus libros. ¡Si no hay candidatos de calidad no deberíamos votar y punto en boca!
Pero allá van los embelequeros a depositar su voto.
La señora Torres tiene un currículo en negro que da horror y por el que será procesada indudablemente. Pero como no fue ella la que ganó, entonces toca pensar qué “futuro” nos espera con el señor doctor don Alejandro Giammattei y Falla, tan discutido, tan denostado por la señora de cierto canal-garaje. Tan implicado en el caso Pavorreal y tan cuestionado por su servilismo lacayo ante Álvaro Arzú. Conviene decir que tampoco su Vice es tan beato. Tiene tanto tiempo de estar en “política” y el que anda entre la miel algo se le pega.
Tendría que venir Francisco desde Roma para hacerle una limpia a Giammattei con hierbas del vudú para que algo se le quitara de su nigérrimo currículo. De momento lo que la ciudadanía consciente y democrática espera de él es más de la misma guarrería histórico encomendera. Sin CICIG y con las mañas de siempre, retornaremos al pestilente pasado. Eso se puede afirmar sin o con presunción de inocencia virginal.