Adrian Zapata

zapata.guatemala@gmail.com

Profesor Titular de la USAC, retirado, Abogado y Notario, Maestro en Polìticas Pùblicas y Doctor en Ciencias Sociales. Consultor internacional en temas de tierras y desarrollo rural. Ha publicado libros y artículos relacionados con el desarrollo rural y con el proceso de paz. Fue militante revolucionario y miembro de organizaciones de sociedad civil que promueven la concertación nacional. Es actualmente columnista de el diario La Hora.

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Por: Adrián Zapata
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En primer lugar es necesario hablar en plural cuando nos referimos a las inclinaciones ideológicas de los grupos sociales. No es cierto que haya una izquierda y una derecha. Hay izquierdas y derechas. O sea que el pluralismo político e ideológico no es un concepto que se refiera sólo a los antagónicamente posicionados. Ciertamente las democracias se caracterizan por el pluralismo en general, ya que deben ser incluyentes, posibilitando la participación en la lucha por el poder a todas las tendencias ideológicas y políticas.

No existe un pensamiento único en uno u otro lado. Existen tendencias, entre las cuales hay diferencias que no pueden ser ignoradas. Sin embargo, la coexistencia de tendencias obviamente no implica que en un país como Guatemala objetivamente pueda haber infinitas posibilidades programáticas.

Si nos casáramos con un pensamiento único, la lucha política sería entre caníbales. Se comerían entre sí los de izquierda y los de derecha, buscando que sólo sobrevivan los “auténticos”. Esto suele pasar principalmente entre las izquierdas, que se descalifican entre ellos en una tenaz lucha entre arcángeles guardianes de la fe, es decir de la ideología. Pero también pasa entre las derechas, donde la descalificación suele girar en torno a los señalamientos sobre debilidades para enfrentar a los demonios izquierdistas.

El pensamiento único es el camino para el fundamentalismo y termina convirtiendo a quienes lo practican en sectas cuasi religiosas.

Traigo toda esta reflexión a colación para referirme al luto de los “progres” y a la borrachera de las derechas.

El triunfo de Giammattei ha sumido a los “progres” en el pesimismo total. Otros sectores de las izquierdas, las más radicales, no se encuentran en esa depresión porque nunca aceptaron que Sandra Torres pudiera ubicarse en ese ámbito, máxime cuando la candidata se volvió evangélica, pro empresarial, pro Israel, etc., con tal de disminuir su antivoto, objetivo que nunca alcanzó por más atuendos que utilizara.

Las derechas, por el contrario, están borrachas de alegría. Veían imparable el triunfo de Sandra Torres y temían que volara rauda hacia el chavismo. Los tranquilizó las últimas encuestas, pero no se calmaron sus angustias, hasta el domingo por la noche.

A mi juicio urge que pase la resaca, tanto la depresiva como la eufórica.

Pareciera ser el momento de lograr acuerdos, cada quien en su ámbito, pero también en un intento conjunto por superar la polarización existente para buscar la concertación nacional. No se trata de claudicar en los ideales, sino que de encontrar acuerdos programáticos básicos. No hay que renunciar a las utopías, en ellas encontramos el rumbo estratégico de nuestra práctica. Pero Guatemala necesita acuerdos nacionales de corto y mediano plazo.

Si Giammattei se asume plenamente como representante de los intereses conservadores más obtusos, su gestión será un nuevo paso hacia la debacle social y política del país, cada vez más cercana. Sería el justo heredero de Jimmy Morales.

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