50 años de la revuelta de Stonewall: más resistencia con más pluma
Roberto M. Samayoa Ochoa
Director
Festival de cine “La Otra Banqueta”
Stonewall fue el detonante. No era la primera vez que la policía perseguía a un grupo de mujeres lesbianas y hombres homosexuales. Tampoco Nueva York era la primera ciudad en la cual ocurría ni era esta la primera vez en la historia de la humanidad. Ni la homosexualidad fue descubierta en la década de los 60 ni era la primera vez que “los invertidos”, “afeminados”, “marimachas” eran perseguidos. Ya en los campos de concentración el distintivo del triángulo rosa identificaba a las personas homosexuales. Hay múltiples experiencias previas en distintos países incluyendo Latinoamérica, como la masacre de los “108” en Paraguay acontecida en 1959 durante la dictadura de Alfredo Stroessner, o el “Baile de los 41”, ocurrido a principios del siglo XX en Ciudad de México y que involucraba al yerno de Porfirio Díaz a quien desaparecieron de la historia para evitar el escándalo. Lo ocurrido en la madrugada del 28 de junio de 1969 en el ahora icónico bar de Stonewall en Greenwich Village, Nueva York, Estados Unidos, sería el detonante de una revolución global.
Sylvia Rivera (1951 – 2002) y Marsha Johnson (1945 – 1992) son las dos mujeres que encabezaron la revuelta de un grupo de drag queens, transexuales, lesbianas y jóvenes gay sin hogar, los cuales se defendieron con puños y botellas de los abusos policiales en Stonewall, el bar que albergaba a la comunidad variopinta por orientación sexual, por rol de género o incluso por origen étnico ya que Rivera era de origen puertorriqueño – venezolano y Johnson era afrodescendiente. Johnson fue una activista reconocida desde principios de los años 60 hasta su muerte ocurrida en situaciones no esclarecidas. Ambas mujeres fundaron la Street Transvestite Action Revolutionaries (STAR). Rivera por su parte fue fundadora del Gay Liberation Front y la Gay Activist Alliance mientras que Johnson fue organizadora y mariscal del ACT UP o Coalición para desatar el poder.
Una vez más la lucha por los derechos humanos tiene su punto de combustión en la calle, en la resistencia, en el hartazgo por el abuso recibido y en el cruce de variables sociales de discriminación entendiendo que discriminar es dar un trato distinto que genera desventajas o restringe derechos a las personas que en esencia son iguales y que gozan de los mismos derechos es por eso que la policía en Stonewall no podía violentar a dos personas por su forma de vestir, por sus ademanes o por su forma de ser. Los disturbios en Stonewall continuaron durante tres días y estos dieron inicio a dos conceptos: “poder gay” y “orgullo gay”, nacidos ambos con pluma y maquillaje.
De Stonewall a la fecha hay camino recorrido y logros alcanzados, por lo menos formalmente, sobre todo en el ámbito de los Derechos Humanos ya que se reconoce que las personas no heterosexuales o no binarias en el género tienen los mismos derechos que cualquier persona, el problema es que las legislaciones de muchos países no han sido formuladas desde el marco de Derechos sino desde el marco de conductas morales y religiosas y la influencia que grupos conservadores anti derechos tienen sobre los organismos legislativos es fuerte.
En el ámbito de la salud, la Organización Mundial de la Salud desclasificó a la homosexualidad como una enfermedad mental desde 1990, lo cual ha contribuido para que en el 30.33% de países a nivel global, según la Asociación Internacional de Lesbianas, Gays, Bisexuales, Trans e Intersexuales (ILGA), se reconozca la identidad de género con lo cual una persona puede cambiar su nombre, en algunos países como un simple trámite administrativo y en otros, pidiendo requisitos que pueden ser restrictivos. Guatemala no cuenta todavía con una ley de identidad de género y es este uno de los principales objetivos de los colectivos y grupos de lesbianas, gay, bisexuales, transexuales, transgénero, queer, intersexuales y otras (LGBTTQI+), del país.
Uno de los temas más visibles y que despierta mayor polémica por razones religiosas, aunque no es el más importante, en cuanto a ejercicio de derechos alcanzado por las personas LGBTTQI+, es el derecho al matrimonio. El matrimonio entre personas del mismo sexo es permitido en treinta países y en doce países más se permiten las uniones civiles entre personas del mismo sexo. De estos países, diez son americanos a los cuales se sumará Costa Rica, que lo hará efectivo a partir de mayo del 2020.
Sin embargo, no todo son avances. Según la ILGA, en países como Brunei, Irán, Arabia Saudita, Yemen, Sudán, Mauritania y partes de Nigeria, Somalia, Siria e Irak la homosexualidad se castiga con la pena de muerte. A estos países se suman otros 62 que criminalizan las relaciones sexuales entre personas del mismo sexo. Hay casos particulares como Rusia en donde a pesar de que las relaciones fueron legalizadas en 1993, existe desde el 2013 la ley contra la propaganda homosexual, promulgada por Vladimir Putin, que condena con cárcel y multas, la difusión de cualquier tipo de promoción de la homosexualidad dirigida a menores de edad.
En el caso de Guatemala, según datos de Asociación Somos y del Ministerio Público publicados por el medio digital Nómada (https://nomada.gt), en el año 2018 ocurrieron en el país 33 asesinatos contra personas de la diversidad sexual, 20 mujeres trans y 13 hombres gay son las víctimas. En el mismo período la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos indica que ocurrieron 24 asesinatos de personas LGBTTIQ+. Otra cifra alarmante es la que reporta OASIS, que en el año 2017 ocurrieron 232 asesinatos con saña considerados como crímenes de odio y entre los años 2014 a 2018 se reportaron 888 casos de agresión. Además de que no quedan reportadas las violaciones correctivas que tiene como víctimas sobre todo a lesbianas y a personas trans, tal como indica Stacy Velásquez en declaraciones públicas: “esto no es transfobia, es violencia de género”. “Por panochas, por hueco, por maricón” son palabras escritas en las pieles de los cuerpos de personas LGBTTIQ+ asesinadas en Guatemala en el 2019.
Stonewall es un referente global pero lejano considerando los pocos avances logrados en el país, aunque también es cierto que cada vez hay más personas que asumen abiertamente su orientación sexual, que se involucran en actividades públicas y hay más referentes públicos. Desde hace diecinueve años se organiza en el país el Desfile de la Diversidad sexual e identidad de género y el número de participantes y asistentes va en aumento. Ya han quedado atrás los años cuando eran más las personas LGBTTIQ+ apostadas en las aceras que participando en la marcha. La marcha del Orgullo genera polémica y cuestionamientos del tipo “Si hay un día del orgullo gay, también debe haber un día del orgullo hetero” “Si no se celebra el día heterosexual, es discriminación”.
¿Se puede estar orgulloso de ser homosexual? ¿Se puede sentir orgullo de ser discriminado? ¿Se puede vivir con orgullo teniendo la condición de ciudadano de segunda categoría? La vinculación de la palabra orgullo a esta manifestación pública está relacionada con demostrar a la sociedad que se está orgulloso de ser como se es y de vivir la vida que se quiere vivir sin que ninguna otra persona pueda juzgar, condenar o matar por eso. Está relacionada también con demostrar que se está orgulloso por ser diferente, por cuestionar trasgredir las normas rígidas de género: las mujeres pueden ser “masculinas” y los hombres pueden ser “femeninos” con todo lo que ser masculino o femenino conlleve en el imaginario social. Se siente orgullo también de contar con lo más preciado: dignidad como persona por encima de cuestionamientos morales o de creencias religiosas.
De igual manera el vivir con orgullo significa encarnar elementos de lo que se considera una cultura disidente, diversa, no binaria, festiva, resiliente, que en Guatemala necesariamente debe pasar por la reformulación de una identidad desde los pueblos originarios, desde el reconocimiento de los privilegios y de la desigualdad económica y social, desde la historia de violencia y desde los distintos eventos migratorios internos y externos ocurridos desde los años 60 a la fecha. El riesgo de la construcción de una propia identidad de diversidad sexual en Guatemala es que se quede a medio camino y se adopte únicamente la imagen del hombre gay, blanco, musculoso lo cual sería una traición a la propia realidad.
Por lo general se aprende que se debe sentir orgullo por elementos externos como símbolos, paisajes, personas, himnos, banderas, pero no por lo que la persona es, ya que está mal visto que una persona sea “orgullosa” cuando en realidad la palabra hace referencia a la satisfacción por lo que atañe en su identidad a la persona, como una muestra de autoestima o por logros alcanzados por lo que sentir orgullo por vivir una sexualidad contestataria y disidente es doblemente cuestionado.
Es oportuno recordar que “el espacio está sexuado de muchas y complejas maneras y la heterosexualidad se nos presenta como ‘natural’ a través de su imbricación con el espacio y sus usos” (Hubbard 2001: 54). Apropiarse del espacio público desde una identidad sexual no heterosexual es uno de los elementos que más se evidencia en el orgullo y en las manifestaciones públicas y que resulta más molesto para algunos sectores de la sociedad e incluso dentro de los mismos colectivos LGBTTIQ+. Se asume que la sexualización del espacio se da solo desde la “naturalidad” de la heterosexualidad, así no parece inadecuado ver a mujeres de punta en blanco al lado de deportistas sudorosos o de hombres desaliñados, pero sí molesta, en un doble rasero, ver a mujeres trans que, sin necesidad de apoyarse en un hombre, muestran su cuerpo retador o a hombres que con el torso y piernas desnudas no necesitan de una pelota para hacerlo. El uso del espacio público desde lo heterosexual es natural, pero desde las otras orientaciones es contestatario.
Otro de los motivos para sentir orgullo es el simple hecho de existir. Durante los últimos 35 años, ya sea por las pandemias del sida y de la violencia de género, muchas personas de la diversidad sexual han muerto, primero socialmente por el estigma y la discriminación y luego por la falta de acceso a la salud y a la educación. En un informe de 2019 la Corte Interamericana de los Derechos Humanos (CIDH), llama la atención sobre la necesaria promulgación de leyes y políticas, que se produzca información sobre violencia basada en la orientación sexual y la identidad de género y recuerda que la violencia ejercida contra mujeres lesbianas, bisexuales y transexuales son manifestaciones del sexismo estructural e histórico. Los hechos de Stonewall de 1969 no fueron reportados por ningún medio escrito en Guatemala. Hagamos que la historia cambie.
Presentación
Nos complace presentar a los lectores el artículo sobre el cincuentenario de la revuelta de Stonewall. Un acontecimiento que es una especie de parteaguas en la lucha por el reconocimiento de los derechos civiles de lesbianas, gays, bisexuales y transgéneros. No es un tema fácil, sabemos que genera debates apasionados entre intelectuales y mucho más entre creyentes, pero es importante conocer el tema para aprender a dialogar de manera serena y sin prejuicios.
En La Hora tenemos la convicción del espacio que debemos ofrecer a todo tipo de expresiones de pensamiento como una forma civilizada de búsqueda conjunta de la verdad y convivencia fraterna. No evitamos los temas que puedan parecer espinosos porque vivimos en una sociedad abierta y temas como este ayudan en la formación del criterio que se traduce en una moral incluyente digna del siglo XXI.
Roberto Samayoa, el autor de la colaboración, se refiere a esa “historia de orgullo” de la siguiente manera:
“La vinculación de la palabra orgullo a esta manifestación pública está relacionada con demostrar a la sociedad que se está orgulloso de ser como se es y de vivir la vida que se quiere vivir sin que ninguna otra persona pueda juzgar, condenar o matar por eso. Está relacionada también con demostrar que se está orgulloso por ser diferente, por cuestionar trasgredir las normas rígidas de género: las mujeres pueden ser “masculinas” y los hombres pueden ser “femeninos” con todo lo que ser masculino o femenino conlleve en el imaginario social. Se siente orgullo también de contar con lo más preciado: dignidad como persona por encima de cuestionamientos morales o de creencias religiosas”.
Con el texto anterior, presentamos otras reflexiones no menos importantes. Dennis Escobar Galicia, por ejemplo, ofrece más allá de una reseña cinematográfica, su crítica social a partir de las injusticias que plantea el filme. Igualmente, Adolfo Mazariegos al tiempo que reconoce la influencia de Internet y las redes sociales, afirma que ha llegado el momento de replantearse las formas tradicionales de hacer política.
Por último, no olvide leer los aportes de crítica de arte de Miguel Flores, la propuesta poética excepcional de Elvira Sastre y el relato de Leonidas Letona Estrada. Estamos seguros que disfrutará tanto como nosotros ese esfuerzo literario-intelectual de nuestros colaboradores. Feliz fin de semana y hasta la próxima.