Alfonso Mata
lahora@lahora.com.gt
Los guatemaltecos siempre nos estamos quejando de que las cosas no van bien. Los paganos son dos fantasmas: la izquierda se queja de la derecha y la derecha de la izquierda, mientras que los visiones del centro tratan de equilibran esa derecha e izquierda y en medio de esa batalla, la realidad se torna estrecha en su comprensión y para su cambio.
Lo cierto es que cada quien en ese mundo de ensueño, construye su jardín, haciendo de lo subjetivo un mal general enfrascado en dos lapidarias frases: “yo creo” y “eso es así”. Y en medio de eso, los políticos astutamente usan la cura: el «silencio». Es la mejor manera de hacer que los ciudadanos olviden cualquier error o mala voluntad y mejor si ello se acompaña de la distracción.
El colapso de la salud no escapa a esto, recae en los hombros de los ciudadanos que, silenciosos, aceptan o rechazan las pocas soluciones a su alcance y o paradoja, entre más cerca se tiene y vive del problema, más se rechaza. Cosa tan sencilla como la vacuna contra el virus del papiloma humano, un causante del cáncer cérvico uterino -frecuente dentro de nuestra población femenina- a más de una madre he escuchado decir: “para qué se la voy a poner, acaso mi patoja es una prostituta”. Así somos y estamos; después de protestar, después de haber gritado nuestro dolor e inconformismo frente a una salud pública devastada por la corrupción y la política de los sindicatos, compañías farmacéuticas, cuando se nos pide colaborar, nos hacemos a un lado.
Amo a la gente como es, digo esto sin una pizca de ironía o sarcasmo y aun creo y lucho por una real salud pública en manos de la gente, pero después de ver la misma película durante años y años, tuve que rendí mi esperanza ante la realidad y entonces me surge la pregunta ¿por qué la gente actúa así? Pregunta que no he logrado responder del todo, pero sí ver las consecuencias de ello.
A los guatemaltecos no nos interesa nada que vaya más allá de un círculo muy limitado de cosas: dinero a como dé lugar, un conformismo que parece patológico y en sus formas más inocuas disfrazamos la vida como la búsqueda de la «moda». Nuestro diario hacer se llena en parte de construcción de puentes, para dejar pasar y esperar al otro lado a «que alguien haga algo en esto, esto y esto» – y, por supuesto, la responsabilidad es de otros, jamás nuestra y al final de todo ello, nos revestimos con una forma de cobardía atávica, desarrollada durante largos siglos de dominio de algunos sobre nosotros (los gobiernos los aceptamos, no como subsidiarias internas del «pueblo», sino de intereses de afuera, de otra nación o de unos pocos dentro de la nuestra). Todo ello en nuestro diario vivir es sazonado con chismes fraguados a conveniencia, delitos de toda magnitud y sentido, comidas abundantes y bebidas otro tanto y una sexualidad promiscua y clandestina, que ha creado una poligamia para pasarla lo mejor aunque no de hecho más saludable y, en cualquier caso, a la luz del día.
Es difícil ante ese vivir tan lleno de imágenes propias y a conveniencia, solicitar peticiones de colaboración y asociación; eso sólo tiene respuesta favorable cuando se está en grave peligro de desaparecer o descender de posición social. La atención médica, la salud pública, se ha deteriorado enormemente en los últimos años, al punto que su actuar no responde como debiera ser, a las necesidades actuales. El único interés parece ser tanto en los prestantes de atención como en los demandantes, reducir los costos y aumentar las ganancias, pero esto es difícil de revertir, sin una fuerza política que convierta la salud en un caballo de batalla tarea de todos. No veo otra cosa para actuar, como un estímulo para mejorar el problema.
También estoy convencido de que no es correcto esperar (ni de otros ni de nosotros mismos) que los individuos analicen el problema a la luz de la ciencia y la técnica. Los sistemas sociales funcionan solo en parte a la luz del conocimiento y la razón, pero también de las experiencias y frustraciones vividas en carne propia y los intereses productores de esperanzas. Los guatemaltecos a pesar de tener evidencia de muchas instituciones públicas y privadas poco honestas, seguras y eficientes, a pesar que muchos medios de información dan a conocer todos sus defectos constructivos y de actuación; la gente, nuestra conciencia pública, sigue confiando en ellos. Así que podemos escuchar el crujido que producen las estafas de salud en las últimas décadas, sin mover por ello un dedo.
Entonces una proporción muy grande de la población, no comprende la relación real entre la regla y la excepción y hemos convertido las excepciones en la regla. Resultado: se vuelve solo cuestión de tiempo, que uno entre a la fila de enfermos; y de esa cuenta, el concepto de un Sistema Nacional de Salud Pública solidario y universal, el regalo más hermoso que hemos recibido de nuestra Constitución, es tan solo una ilusión, falseada por una falta de responsabilidad institucional pública y privada e individual para conseguir la protección de la salud.
En tal orden de cosas, el debate de la salud, aunque abierto, es pobre, tanto técnica como políticamente, desacelerando cualquier intento de acercar el sistema de salud pública, ni aun en términos económicos, produciéndose como resultado final, el sacrificio al verdadero principio de desarrollo y conservación de la salud, como lo es la solidaridad y el uso adecuado de la ciencia y la técnica, cosa que muchas veces principia por alterar intereses privados e individuales, los cuales nadie quiere tocar.
Los estudios han demostrado que nuestro límite biológico de vida anda por los 115-120 años, más allá del cual la naturaleza no nos permite ir. Y acá nos topamos con otra incongruencia, no solo no queremos modificar las instituciones, sino que vemos el crecimiento de un mundo de personas mayores con todas sus patologías, que no quieren renunciar al dinero, ni al poder ni a las sillas, como lo demuestra la gerontocracia que va en aumento, conformando un mundo sin futuro y con un mal presente para todos. Por lo tanto, la medicina y la salud, su compromiso con el estudio y el trabajo, deben abordarse no para hacernos inmortales, sino para lograr la mejor calidad de vida posible.
Es a partir de nuestra incipiente llamada etapa democrática que estamos perdiendo calidad y años de vida con una velocidad de crecimiento excepcional e imprevista en la incidencia de todas las enfermedades crónicas degenerativas, Co-patogénesis que nos acompaña a muchos. Es imposible para la Salud Pública, soportar la carga económica, producto en parte del tipo de atención y asistencia que damos. La prevención primaria entendida como protección del trabajo, el medio ambiente y las drogas no son temas distantes y separados, como bien lo escribe el Papa Francisco en el «Laudato Si»: “es la ecología necesaria del hombre y la economía enferma que no queremos abordar como una prioridad absoluta”. Por consiguiente, la Salud Pública no debe ser vista como mandato del Estado sino en un empeño nacional de todos para todos.