Alfonso Mata
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Mediodía del 30 de abril del presente año, Ramiro Fonseca comanda el grupo seguido de Comparini, Mejicanos, Cruz, Soto, Celo, la única mujer, Morales, Castellanos, Cossich, Estrada, Sosa, De la Riva. Todos nonagenarios, reúnen milenarios recuerdos y vivencias. Aquellos médicos que se autodenominan “La vieja guardia” se habían citado en el “Club Italiano” para verse, recordar y actualizar aventuras de su vida estudiantil, académica, profesional y sentimental. Sabias enseñanzas salían de sus mentes y corazones y en un acto de reflexión más que de acusación, nos hacían anotaciones sobre los tiempos de ayer con los de hoy.

Fue más bien en la década de los 70 cuando cambió la actitud tradicionalista de la medicina que aprendimos en la Facultad en épocas pre y pos revolucionarias y luego en nuestras especialidades. Pero más fuertemente lo fue a partir de los 80, cuando eso se acompañó de cambios espectaculares en ciencia y en técnica. Lo triste en ello es que a la parte humanística no le fue también, retrocedió. El enfermo, la enferma; el niño, el adulto o anciano, con sus deseos, dolores, sufrimientos, angustias y miedos, día a día se presentaban a las puertas de nuestras clínicas en busca de curación y consuelo; pero en la actualidad, ese ser necesitado de afecto humano, ha dejado de ser el centro del sistema médico y este lo ocupa la enfermedad, entidad totalmente despersonalizada y considerada únicamente patológica.

La atención médica ha dejado de ser la atención de todas las cosas que le suceden a alguien –afirma uno de ellos, y muchos médicos de las nuevas generaciones, se vuelven explotadores despiadados de la ciencia y la técnica, sin ver ni importarles, condiciones y medio en que vive el paciente.

– Luego de un momento de reflexión, otro añade:

El profesional de la medicina, ha perdido el sentimiento de solidaridad ante el enfermo y la enfermedad y sigue como ley suprema otras ambiciones, estableciéndose una lucha competente y despiadada falta de ética. Atrás quedan las ideas de gremio, pues el mercado se ha convertido en el principal regulador del ejercicio médico. Esto, como bien se sabe, está libre de todos los elementos restrictivos tradicionales, estableciéndose entre el contacto de colega a colega y de estos con sus enfermos, leyes anónimas y mecanismos que enfocan especialmente los propios intereses profesionales, y eso obliga a hacer cosas, ajenas al ejercicio de la relación humana y libertad de decisión.

– El almuerzo continúa, y alguien toma partido en el curso de la plática:

El médico del siglo XXI, se ha vuelto empleado del mercado; está trabajando en función de la ley económica y ésta es tirana, irrespetuosa y a veces injusta y él que no quiera jugar dentro de esto queda fuera; esto es de extrema repugnancia, pero él que no toma partido, tiene que prepararse a ejercer cuesta arriba.

– Las bromas alternan con la seriedad de los recuerdos y la nostalgia de un pasado ido, pero las reflexiones siguen su hilo:

La otra cosa que ha cambiado y reorientado el ejercicio médico ha sido el progreso de la ciencia y de la técnica médicas, brutal en los últimos veinte años y que ha impactado en la organización del ejercicio profesional, a tal punto que, muchas veces, el médico ya no escudriña el problema de salud, los problemas se imponen al médico a través de los resultados de la ciencia y la técnica.

– Eso es formativo -interrumpe alguien:

Claro, otro elemento diferencial entre el ayer y el ahora es el desequilibrio formativo. La Preparación académica actual del médico, descansa sobre la competencia como elemento clave y no guarda relación con la cooperación y la fraternidad. Las escuelas formativas son masivas, a lo que se añade una confusión del móvil de la ganancia y sus consecuencias; por lo que, no carece de fundamento, la afirmación “metalización de la carrera”. Los nuevos profesionales no tienen la culpa, ven y aprovechan las oportunidades, actúan sobre todo económicamente, buscan formas nuevas de adquirir utilidades y añaden muy poco al valor objetivo de la profesión. El enfermo y la enfermedad se convierten en fines de sus necesidades; no tienen la culpa, es formativo, no hay razón objetiva para creer en el servicio al prójimo y sobre compartir una vida común.

– De pronto un chiste:

Tres hombres se juntan para platicar sobre las razones de su larga vida. Tengo 90 años y nunca fui tomador, bebedor, mujeriego alguno, afirma Miguel. Te gano replica Manuel: tengo 92 y además de lo que dices, nunca me metí a político. Luis los mira irónicamente: los jodo muchá –afirma con un hilo apenas perceptible de voz- yo soy mujeriego, bebedor, fumador y político y mírenme, igual a ustedes. Los otros sin salir de su asombro le preguntan ¿Cuántos años tenés? Sigue un silencio y Luis susurra: 37 años.

Las cámaras fotográficas registran los momentos y de pronto una voz se alza: -¡Muchá!, no abran mucho la boca, porque se les van a caer las placas.

La conversación continúa: En lo cierto, la vida social también ha cambiado al igual que los individuos; se basa en la opinión que se recoge de los medios de comunicación, la publicidad y las redes sociales. Se dice que la familia, la sociedad, la patria, bien vale que subsistan, pero apegadas a la ciencia que es lo que da legitimidad y dignidad ahora a la vida de cada quien y de todos.

– ¿Que querés decir? Preguntan todos.

Se le atribuyen a la ciencia propiedades contradictorias y a la salud y a la enfermedad se les ha quitado el alma; son un objeto de realidad científica. Comportamientos, conductas, creencias, resultan ser facultades mal definidas, irreductibles a la comprobación científica. Por consiguiente, actividades inferiores en la respuesta a la salud y la enfermedad, de las cuales no se debe seguir consejo y obediencia y, por consiguiente, el paciente se ha trasformado de una individualidad a una personalidad ideal. Ideal para la técnica y la ciencia.

– El calor de los tragos y el degustar de la comida y la charla, diluye tristezas y acerca felicidad a todos aquellos rostros que parecen unidos por un pacto que no es de inquietos, preocupados, doctorales de otros tiempos; son rostros serenos; ni tristes ni alegres del todo, pero si agradecidos, demasiado libres a fuerza de convencidos.

Así pues, sea cual sea la vida que hemos llevado cada uno, en todo momento ha sido de entrega consciente e inteligente, comprometida con la medicina y no puramente materialista, que se ignora e ignora a los demás. Ejercimos una medicina en que veíamos la enfermedad y al enfermo como si lo que les ocurriera fuera producto no solo de una repetición única (la ciencia) sino como una infinitud de combinaciones que producen y pueden producir comportamientos mórbidos diferentes, gracias al espíritu humano que las posee. Si no amábamos a cada uno de nuestros pacientes, los respetábamos como únicos y en ello empleábamos razón e instinto.

La reunión continúa encantadora y rica en recuerdos, finalmente una reflexión general es lanzada por uno de ellos y que reproduciremos en la próxima entrega de “Hora Salud”.

 

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