Juan Jacobo Muñoz Lemus

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"Guatemalteco, médico y psiquiatra"

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Juan Jacobo Muñoz

En asuntos del ser, la idea al final, es llegar a hacer bien las cosas. Pero al principio, hay que empezar por hacerlas. Claro que primero, hay que tener con que hacerlas y saber lo que se tiene que hacer.

Mi caso no es distinto al de muchos, lo que ya me sirve para evitar que me sienta único. Pero en un tiempo, quise tener el monopolio de la verdad y con excesiva discrecionalidad, intenté vivir sin rendir cuentas; hasta que el destino me alcanzó.

Sin conciencia de las imágenes, no me quedaban más que las palabras y lo que yo creía que decían. No entendía que las palabras son metáforas que hay que atreverse a interpretar.

Hablaba de más, quería dar el segundo sermón de la montaña. Ahora se, que cualquiera que esté actuando con la intención de ser un santo, ya tiene perdida la opción. Y aprendí también, en la relación con los demás, que cualquier diálogo se termina, donde no cabe la idea contraria, o tan siquiera la duda.

El caso es que, atravesaba los treinta, y tenía en la mano la evidencia de que todo lo que amaba, se desmoronaba a instancias mías. Solté todos mis excesos, y quedé a la deriva.

Recuerdo todo ahora, porque hace unos días, falleció un autor famoso, Alberto Cortez. Yo cantaba mucho una canción suya, “Castillos en el aire”; junto con otra de Joan Manuel Serrat, con un nombre muy largo; “Uno de mi calle me ha dicho que tiene un amigo que dice conocer un tipo que un día fue feliz”. Creo que las prefería, por aquello a lo que me dedico.

Pero pasó que un día, cuando intentaba empezar a caminar sin ayuda de muletas, me encontré escuchando otra canción de Cortez. Una que se llama, “Cuando un amigo se va”. Sin saber cómo, caí de rodillas, llorando como un niño de pecho. Se me iba el resuello diría cualquier señora que sabe de criaturas y de sus incontinencias emocionales. Yo atribuí el momento a que estaba muy sensible por aquellos días.

Pasó un tiempo y puse atención otra vez a la canción, y reparé en ella. Tiene varias, pero hay un par de estrofas que me hicieron recapacitar con emoción. Una, “Cuando un amigo se va, una estrella se ha perdido, la que ilumina el lugar donde hay un niño dormido”. Y la otra; “Cuando un amigo se va galopando su destino, empieza el alma a vibrar porque se llena de frío”.

Las interpretaciones, más que válidas por su certeza, lo son por el sentido íntimo y profundo que logran en el alma de quien las logra. Es como traer algo del inconsciente a la conciencia, hasta lograr una experiencia emocional que algo corrija, a través de la conmoción, el estremecimiento y una conversión que se hace inevitable.

Lo que yo buenamente entendí, es que algo moría, aunque tal vez solo se movía y me hacía el espacio. Un amigo que también era yo. Que yo moría y vivía al mismo tiempo, en una especie de superposición cuántica. Vivo y muerto a la vez, en dos dimensiones distintas del universo, incapaces de convivir e interactuar.

Una vida sin sentido me ayudó a darle sentido a mi vida. Y entendiendo que no soy una única realidad, no puedo imaginar cuantos más de mí se han sucedido, y cuantos más emergerán como inmanencias que son, inherentes a mi ser.

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