Alfonso Mata

Usted no me lo está preguntando, pero después de 500 años, no hemos ni queremos sustituir la mano que se nos extiende con soborno y corrupción, por la espada de la justicia, y todo porque no creemos que el verdadero vivir, es forjar personalidad cargada de acción de deber cumplido y con moralidad de consecuencias y resultados justos y honestos. Somos gente de promesas diarias e incumplimientos siempre; y en consecuencia, no concebimos buscar y montar gobiernos buenos y de prosperidad, lo que nos ha permitido crear –y con mucho éxito– complejas redes de corrupción y soborno, tal como nos lo mostró la CICIG y por eso muchos la odiamos: nos desnudó ante el mundo y eso atentó contra nuestro pudor nacional y nos avergonzó ante todos.

Bien dicen algunos –aunque eso no necesariamente sea real– que sembrar justicia donde todo es violencia, es arar en el mar. Sembrar comercio y saber para progresar donde todo es soborno y robo, es querer levantar maíz entre piedras. Bien se puede decir que vivimos en donde prohibiendo se permite; descubriendo encubres; asegurando ofendes; y diciendo la verdad mientes. Así que somos deudores continuos de justicia que no queremos pagar ni ahora ni luego y sabemos y aceptamos, por eso callamos, que ni menor delito es lo que hace el ciudadano privado del que perpetua el funcionario público y por eso, justa causa no puede haber ante ningún juez: peca el uno y el otro, todos somos compadres en el delito.

Aquí la justicia no quiere prisa, sino negocio. Aquí abundan noticias y acontecimientos tristes y los buenos son raros y escasos. Aquí no hay negocios justos sino chuecos y proscritos. Aquí mientras los más trabajan y pierden honradamente, además de ser menospreciados, los otros tranzan, holgan y ganan, tornándose poderosos y apreciados. Y así, como dicen, el tiempo se nos va entre las manos. Corren los días y nada cambia, corren los años y cada cuatro reafirmamos nuestra forma de ser y nadie hecha las barbas en remojo para propiciar cambios y los que lo hacen harto pierden en el negocio y a veces hasta la vida, y todo sigue igual.

¿Cómplices del homicidio social? ¡Quizá! Pero a mí no me tocan tanto sus consecuencias, ni me acosa desesperación por sobrevivir a diario, aunque a mis parientes del interior les apremia el hambre. Mal no me siento; pues acá, cada quien debe luchar por lo suyo y los suyos y si no puede dentro del terruño, obligado es hacerlo desde el extranjero. Lo único que hago es huir de caer en delitos y como por acá decimos: no pretendo aunque sí ansío vivir bien: me basta con no morir de hambre y darle techo y educación a mis hijos. No tengo pena alguna ni soy cómplice de nada; la única esperanza que tengo es que Dios algún día se compadezca de nosotros. Sólo de lejos escucho el infernal sonido de la política y por eso no soy quejoso de ella, aunque sí del tráfico.

Cartas del Lector

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