Por Víctor Muñoz
Carmelina Cruz jamás pudo imaginar que el día que conoció a Venancio Canales su vida cambiaría de manera radical. Ella, que siempre había sido reacia a las cosas de amores intuyó que Venancio Canales era el hombre con quien podría compartir su vida. Es que el individuo desde el mero principio se mostró atento, cariñoso y servicial; y es más, estuvo de acuerdo cuando ella le propuso llevarlo a su casa para que lo conociera la familia.
Y la familia lo conoció y estuvo de acuerdo con la relación porque este Venancio era un hombre atento, cariñoso y servicial. Y las cosas comenzaron a caminar bien. Un viajecito a La Antigua, cine los domingos por la tarde, fiestecitas familiares, etc.
Al cabo de unos ocho o nueve meses de amable relación, Venancio, con ese su modo tan amable y educado le propuso a Carmelina tener relaciones más cercanas y más íntimas, cosa que la hizo escandalizar absolutamente, pero al cabo de tres fines de semana de suave persuasión, de que no va a pasar nada y de promesa de futuro matrimonio, ella cedió.
Luego de un primer encuentro, Venancio se comportó todavía más amable y cariñoso. Lo que al principio le había parecido a Carmelina algo inaudito, de la noche a la mañana llegó a ser la cosa más natural y corriente del mundo, como debe ser. Y comenzó a hacer planes para el futuro matrimonio; planes que le hizo saber a su cariñoso novio. Éste solo la escuchó muy atentamente, le dijo que estaba de acuerdo y que comenzaría a prepararse para tan trascendental acontecimiento.
Y en esas estaban cuando Carmelina descubrió que venía familia en camino. Un poco asustada al principio, pero llena de una felicidad un tanto pueril, se lo hizo saber a su novio, quien sin mostrar ninguna emoción sólo se la quedó mirando despacio y le dijo que no tuviera pena, que solo arreglaría un par de cosas pendientes y arreglarían lo de la boda.
El tiempo comenzó a pasar y ella a sugerirle, un poco tímidamente al principio, pero un poco más incisivamente después, lo de la boda, a lo que él siempre le respondía que sí, que claro, que solo arreglaría lo pendiente y ya hablarían de eso; y de manera amable y educada le recordaba que no tuviera pena, que su palabra estaba empeñada y que estando así las cosas, en menos de lo que ella se imaginaba estarían arreglando lo de la boda.
Cierto viaje de última hora hacia Sudamérica de parte de la empresa en la que trabajaba el hombre; una enfermedad viral que se complicó al extremo de sufrir una hospitalización de más de un mes, saldar ciertas cuentas y arreglar ciertos asuntos hicieron que el tiempo transcurriera sin que se concretara nada, pero eso sí, Venancio siempre hacía promesas de pronta solución a todo; sin embargo, entre arreglar esto o aquello llegó la hora del nacimiento de la criatura. Venancio estuvo atento a todo, pagó puntualmente los gastos, hizo los trámites de la inscripción de su hijo en el Registro Civil; ante la mirada un poco hostil de la familia de Carmelina, acudió al bautizo de la criatura, que se llamó Venancio Canales Cruz, tal como debía ser; pero al cabo de tres meses se desapareció.
Al principio Carmelina no extrañó su súbita desaparición, ya que le tenía absoluta confianza, sin embargo luego de un mes de no saber nada de él comenzó a buscarlo, pero resultó que ya no trabajaba donde mismo ni vivía donde mismo; entonces Carmelina se vino a dar cuenta de que lo que sabía de Venancio era bien poco y se puso triste, y conforme fueron pasando los días y aumentando los reproches de su familia, su tristeza fue dejando paso a un enojo molesto hasta convertirse en furia resentida. Y claro, puntualmente llegaron los “te lo dije, que ese hombre no te convenía”, “ya viste, los hombres son todos iguales”, etc. Y sí, ella estaba furiosa, pero en el mero fondo de su corazón conservaba la esperanza de que cualquier día se aparecería Venancio con una explicación razonable, amable y convincente. Pero Venancio nunca se apareció.
Las casualidades a veces suceden porque sí, ya que en cierta ocasión se encontraron dentro de un supermercado. Él lucía bastante bien y no había cambiado. Seguía siendo el hombre educado, amable y servicial. La saludó muy amorosamente, le explicó ciertas cosas de la vida, acarició a su pequeño hijo, le dio sus señales de su nuevo trabajo y vivienda y le ofreció que ese mismo fin de semana se estaría comunicando con ella para finiquitar los detalles de sus asuntos y que para mientras tal suceso llegaba le daría el dinero necesario para los gastos del niño; leche y esas cosas. Y ella le creyó.
Pero llegó ese fin de semana y el otro y otros más y el hombre no se apareció. Ella lo llamó a su trabajo y él, de manera amable siempre le explicó que debido a esto y a lo otro no se había aparecido, pero que a más tardar ese fin de semana…
Cuando el niño hubo cumplido dos años Carmelina supo que no habría boda ni ayuda económica ni nada; entonces decidió vengar la afrenta y en un arranque de justo enojo se dirigió al Registro Civil. Luego de los trámites de ley su hijo pasó a llamarse Carmelino Cruz.
Una vez hecho el cambio llamó a Venancio y le dijo que su hijo ya no se llamaba Venancio Canales Cruz sino Carmelino Cruz. Y se sentó, totalmente satisfecha de haberse vengado de tal forma del falso y mentiroso hombre que era el papá de su hijo.