Jorge Carro
Director de la Red de Bibliotecas Landivarianas
Presidente de la Asociación Enrique Gómez Carrillo
Cuando pude concluir la lectura de “Paco Urondo -Biografía de un poeta armado-”, de Pablo Montanaro (publicado por Bärenhaus), lo hice envuelto en lágrimas y recuerdos…
Confieso que creí conocer a Paco y al adentrarme en la biografía que escribió Montanaro, asumí más de medio siglo de incomunicación entre Urondo y yo, incomunicación que evidentemente se inició mucho antes de comenzar en 1968 mi autoexilio; posiblemente a fines de los años 50. Por entonces, yo que era periodista de espectáculos de “La Hora” (diario del Partido Comunista) ya me había distanciado de Urondo, al que (quizá equívocamente) consideraba un dandi simpático, políticamente lejos de mis ideas, que había unido “llegado” de Santa Fe a “Poesía Buenos Aires”, grupo del que me separé por razones políticas no poéticas, en 1955.
Fue en Santa Fe, quizá en 1954 donde conocí a Urondo: Santa Fe era un pequeño paraíso culturoso donde Miguel Brascó, Hugo Gola, Fernando Birri, Adelqui Camusso y otros, saludaban a la modernidad al igual que al inmenso y transparente poeta Juan L. Ortiz que mateaba a la otra orilla del Paraná.
Gracias a Pablo Montanaro y a su biografía de Paco, fui solo asumiendo mi desconocimiento de Urondo, al que por última vez vi y abracé en la casa de Venezuela 725.
Página tras página, entre algunas inexactitudes especialmente relacionadas con el grupo “Poesía Buenos Aires” de los que fui testigo, pasado el meridiano del libro, fueron mis lágrimas las que me impedían seguir leyéndolo mientras descubrí a «otro Paco», bien diferente al que me tomaba el pelo por las críticas de cine y teatro que publicaba en «La Hora» (el diario donde trabajé hasta su clausura, entre otros, con Juan Gelman, Osvaldo Dragún, Carlos Gorriarena, Juan Carlos Portantiero y Andrés Rivera.
Confieso no recordar (a mis jóvenes 86 febreros) cual fue el último libro que me hizo llorar… Gracias Pablo Montanaro por tu “Paco Urondo -Biografía de un poeta armado-”, que destruyó toda la historia oscura de Paco elaborada sin la menor duda por las desinformaciones que brindó internacionalmente la Dictadura a la prensa y que me llegaba en mi autoexilio a veces en Chile o en Venezuela o en Puerto Rico…
Y volví nostálgicamente a enamorarme de Lilí, como lo estuvo Mario Trejo, y regresé a los cafés donde los Viñas se reunían cerca de las mesas de nuestros hermanos surrealistas (Aldo Pellegrini, Juan Antonio Vasco, Julio Llinas, el Coco Madariaga, Olga Orozco…) y en la librería de Gategno (casi frente a la Galería Pacífico y la Jockley Club de Viamonte Florida) volví a tentarme con algún libro de Paul Eluard que había llegado de Francia, mientras con Paco admirábamos subrepticiamente guardaban libros en sus abrigos.
Y volví a recordar cómo me dolió la muerte del hijo de Lilí y las lentejas que cocinaba Urondo y como ya en Guatemala, me iban llegando noticias de Paco junto con sus libros de poesía que crecían en mi biblioteca.
Leer la biografía desencarnada y cíclica, parida más que escrita por Montanaro, fue por momentos desgarradora, porque -reitero- no conocía los detalles de años en los que Urondo fue asumiendo que “del otro lado de la reja está la libertad”, como ese 14 de febrero de 1973 (un día después que yo en Guatemala había cumplido mis primeros 40 años) en que fue detenido por los represores en su quinta de Tortuguitas.
Como lo recuerda Beatriz Urondo (“En el núcleo familiar Pablo nunca hablaba de su militancia” – pág. 186) también recuerdo que las noticias que algunos amigos me escribían desde Buenos Aires, jamás me comentaban (seguramente por temor) ni de la militancia de Urondo ni las de otros compañeros. Esto de ninguna manera es una excusa, por eso reitero mi agradecimiento a Pablo Montanaro que con su biografía fue aclarándome una época de Argentina que desconocí en mi autoexilio.
Al igual que a Osvaldo Bayer o a Roberto Cossa o a Carlos Campa, me sorprendió saber que Paco militaba con los Montoneros (págs. 236 y 256); de igual manera que me sorprendió leer (pág. 255) que según el periodista Eugenio Méndez (“Confesiones de un montonero”) la “operación del asesinato -de José Ignacio Rucci, secretario de la CGT- estuvo a cargo de Urondo”. No pude creer lo que estaba leyendo y aún hoy después de volver a releer esta biografía me duele creerlo. Como me duele creer que Lilí, fue quien denunció que Paco la había dejado para unirse sentimentalmente con Alicia (págs. 271y 275).
Leer (págs.274 y 275) el “testamento” que de puño y letra dejó Urondo, es desgarrador… y me costó leerlo porque tenía los ojos llenos de lágrimas.
Por tanto, recomiendo a los que deseen conocer la vida militante de un poeta que fue asesinado por la dictadura de su país, que es el mío, Argentina, que lean “Paco Urondo – Biografía de un poeta armado”, de Pablo Montanaro. Un poeta que dio su vida el 17 de junio de 1976 para que nada sigiuiera como estaba…
Parafraseando a Rodolfo J. Walh (otro desaparecido): “Gracias Paco por tu lección… y perdóname”.
PRESENTACIÓN
Los poetas pertenecen a esa especie de ciudadanos universales cuya nacionalidad trasciende fronteras. En La Hora tenemos una sensibilidad particular hacia esas personalidades tocadas por los dioses para hacer de intérpretes de la realidad. Creemos que su capacidad para acceder a otras dimensiones a través de la palabra los hace portadores de un mensaje casi siempre de beneficio para los lectores que los frecuentan.
Por ello, presentar al poeta Paco Urondo de la manera como lo hace nuestro colaborador, Jorge Carro, nos permite conocer, amén de las condiciones de vida del escritor, al hombre que explora el misterio con lentes especializados. Así, la experiencia no puede sino enriquecer la perspectiva para situarse desde horizontes distintos como consecuencia de la cotidianidad.
En esa misma tónica, ofrecemos el texto de Jorge Ortega Gaytán, titulado, “Extraterrestres Faltos de Amor”, en el que el ensayista examina la obra de Julia Kristeva, “Historias de Amor”. El artículo es un abordaje rápido de ideas claves para estimular la lectura y quizá también para provocar el debate de una pensadora que merece nuestra atención. No está de más, en consecuencia, revisar el contenido y juzgar por nosotros mismos la originalidad de sus conceptos.
Deseamos que la edición siga gozando de su beneplácito. Por esa razón y para la variedad de nuestros lectores, incorporamos las contribuciones de Gustavo Sánchez Zepeda, Miguel Flores y Vicente -Chente- Vásquez. Estamos seguros que disfrutará la lectura tanto como lo hemos hecho nosotros desde la edición. Le deseamos un merecido descanso. Que le aproveche.