Jorge Antonio Ortega Gaytán
Escritor y catedrático universitario

Lo sugestivo del subtítulo permite una fisura estructural en la conformación del libro: Historias de Amor (1997) de Julia Kristeva, el cual otorga un final a la temática general del texto.

El abordar el aspecto del amor como un remedio para la tragedia de lo mundano y de lo humano, hace que el análisis de esta lectura cuestione la referencia de los postulados que norma el dogma religioso occidental, el solo hecho de acercarnos a la posibilidad de un pensamiento que admita seres configurados sin la influencia de la palabra, desdibuja el esquema mental del perfil humano y su naturaleza.

“El ser hablante es un ser herido, sus palabras brotan de un problema para amar…” de lo anterior nace la interrogante de la validez del sufrimiento por el derecho de amar y ser amado, sobre todo mantener la vigencia de un código de valores creíbles, sólidos y permanentes ¿por qué? ¿para qué? Máximo en esta época de relatividad que marca la posmodernidad. Los únicos felices son los extraterrestres o los humanos que se comportan como ellos.

El cuestionamiento empieza buscando la crisis ¿dónde está? Cómo encontrar el borde del agujero de la ironía de la existencia terrenal y de éste, definir la pervivencia del arte, como mecanismo de resurrección del espíritu de lo humano, ¿dentro de la incertidumbre de no encontrar la forma o frontera de la existencia misma? ¿una crueldad de la vida? ¡tal vez! Pero esa circunstancia medular de la vida, nacer para morir y dentro de eso la persecución del balance integral, la estabilización de lo insatisfecho, la estandarización del deseo, por el deseo mismo.

El desborde del “…odio o la pulsión de la muerte, lo que domina la queja…” deja de ser suficiente para el posicionamiento de las mujeres analistas que se resisten a la aceptación de las posibilidades de la ley de castración, dejan de un trazo violento el rechazo a la madre, por la madre. Lo que permite un área amorfa de coexistencia del amor y odio, sin demarcaciones posibles para los humanos y sus sentidos.

La presentación de un Narciso posmoderno el cual aturde ante la variedad y cantidad de imágenes falsas (relativas o virtuales) no permiten la construcción de un prototipo humano para enfrentar su propia existencia tridimensional (mental, espiritual y física) lo anterior abre la posibilidad de ingresar a los infinitos laberintos de la exploración de la identidad terrícola. Lo fundamental recae en la falta de imagen y de un referente sólido para lograr una construcción segura y permanente de la personalidad individual y colectiva que permita la pervivencia de la construcción lingüística de lo humano, con las tres instancias de identificación primaria que hace referencia al texto analizado y que se concentra en la trilogía de una sola imagen “al padre, al Yo y a la madre- abyecta” que se maneja como dogma en el cristianismo y que al mismo tiempo deja en suspenso, para el razonamiento de sus seguidores.

Este enigma es un espiral sinfín, se constituye en el núcleo generador de la ambivalencia de lo humano. La esencia de la incertidumbre entre la unión y la desunión de la plenitud y el vacío; un verdadero agujero sin bordes, que a similitud del vórtice de un huracán existe una calma inaudita, incomprensible en la gnosis de los descendientes de Eva.

Es por eso la abyección de lo femenino, con sus diferentes generaciones y propuestas que inundan y arrasan con pautas y modelos establecidos, presenciamos el discurso del texto de la exhumación de la mujer -objeto, su tránsito por diferentes estadios hasta los estragos de la perversión femenina en el sadomasoquismo. Paralelamente la homosexualidad del hombre se encuentra huérfana en indagación constante de cómo encontrar el complemento a ese vacío. Como consecuencia directa “…su palabra se encuentra vacía, como su cuerpo…” por lo tanto Narciso no tiene territorio propio en la posmodernidad, falto de imagen del padre y la madre, no se estructura, no hay forma de diseñar lo humano dentro de este vacío existencial a pesar de la simulación y la realidad virtual, no hay pauta, no existe u registro que calcar.

La provocación resultante de esta condición terrenal posmoderna cuaja en el hábitat del psicoanálisis, instaurándose como un explorador revolucionario con todo un arsenal de mitos, historias y pasado especulativo de un occidente-judío-cristiano cuestionable en esta época de reflejos difusos de la idealización humana con todo lo involucra su andamiaje social permanente contemporáneo, donde es necesario rediseñar hasta el tuétano de la familia, la escuela y la iglesia, logrando con ello un espacio para ahuyentar la soledad terrenal y espiritual, ganando espacio psíquico para lo humano.

El cuestionamiento de la iglesia que ofrece la salvación y es a través de la imagen de Narciso que se da un repliegue sobre sí mismo, sin reservas y por amor a Dios, generando por gravedad un delirio mítico que necesita de la súplica a un ser supremo, más allá de lo conocido, de lo terrenal, de lo tangible con un amor infinito y todo poderoso, que perdona y resuelve lo que nuestro razonamiento humano no entiende y no puede concebir.

El conflicto parte de un espacio psíquico existente, pero desconocido para la generalidad de los mortales por su complejidad, lo confuso en su estructura y muy lejos de la comprensión a pesar de la propuesta de Sigmund Freud que traza una ruta de significancia y legitima a este vacío humano, como la comprensión de la sexualidad y su contexto en lo tridimensional de la plenitud existencial de lo humano.

La continua erosión de las imágenes, referentes sociales y míticos, permiten insumos para la reconstrucción del espacio psíquico del individuo sexuado, no hay alternativa, es imperante la recuperación del padre para el Narciso posmoderno; la creación de un interior pleno y reflexivo donde el psicoanálisis se erige como un centinela que permite el tránsito seguro y cómodo del interior al exterior y viceversa de lo humano.

El discurso que mantiene la continuidad de la vida terrenal, sin objeción alguna es el amor con sus variantes y alternativas a través de la transferencia como mecanismo para llenar en alguna medida ese vacío. Es el amor como herramienta para lograr sanar las heridas del cuerpo, alma y mente, como principio de fe. El amor todo lo puede, el amor todo lo aguanta y por amor es posible todo aún después de la muerte humana, sin él hablaríamos de un cadáver en movimiento en este valle del dolor y lágrimas que nos heredó Eva y Adán.

El Narciso, es beneficiado por la religión, en este caso específico de la cristiana permitiendo una metamorfosis del mito griego a una idealización de la belleza de la congregación celestial, un ángel, un arcángel o un querubín, a los cuales la posmodernidad los transformó en un extraterrestre espectacular, el E.T. de la pantalla grande que vive en el subconsciente del colectivo e individual que desarrollo al Narciso prehistórico, al niño bello lo reinventamos feo, pero que marca el registro de la imagen deformada y desproporcionada de lo humano en este periodo de lo relativo ¡en todo! Aún de la propia existencia.

Cada día hay más extraterrestres coexistiendo en este ambiente terrenal, tras la búsqueda del deseo por el deseo, marcando un lapso de crisis constante de lo externo e interno del individuo, el Narciso postmoderno que pervive y se obsesiona a pesar de las múltiples imágenes fragmentadas con las que se estructura como las de un calidoscopio que son circunstanciales y efímeras.

La crisis está presente como una herencia del pasado y transita al futuro como un común denominador de los humanos postmodernos o extraterrestres faltos de amor. El enigma es la supervivencia humana de la soledad extrema o el diseño del espacio psíquico para sobre llevarla.

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