Mario Alberto Carrera
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Para: Artemis y Sophos
Dicen que los neuróticos –y no digamos los psicóticos– se encuentran en completa discordancia con este mundo corrupto, podrido, impune y, por si fuera poco, impúdicamente represor. Por ello y por su condición de “inadaptados”, contienden contra el mundo porque quisieran que fuera como no es. Acaso un mundo mejor que éste donde nada se sindicara como pecado mortal, donde estuvieran abolidos los neuróticos sentimientos de culpa y donde nadie te estuviera recitando la letanía de lo que es “malo” que, en términos de Nietzsche es bueno.
Cuando yo era neurótico y medio esquizoide (porque ¡ahora!, soy escritor) odiaba, por ejemplo y entre otros genocidas al coronel (general) Arana Osorio porque mataba y mataba guerrilleros en Oriente –entre otros al inmarcesible Otto René– y, a los guerrilleros, porque muchos de ellos me indujeron a pensar que, lo único que ansiaban era el poder e, igual que los acaudalados, el reconocimiento ¿frívolo?, que tanto analizó Hegel.
Cuando compartía espacios con los neuróticos y admiraba a los psicóticos veía aquel mundo polarizado por la lucha de clases (que igual continúa) con absoluta rabia en su vanidosa e ignorante liviandad. Por ejemplo: si aquella señora ignorante que fuera directora de Bellas Artes mandaba –y mandó– a derribar parte de la Santa Cruz de La Antigua para hacer sus festivales de incultura –con su corte de los milagros– yo sufría y sufrí como si estuvieran desollando vivo a uno de mis hijos y, al final de cuentas y de cuentos ¡qué me importa! –si lo analizo sin enfados sino frío– ¡qué me importa a mí La antigua!, si es justamente símbolo de algo que condeno: icono (sin tilde) del poder por linajes y por “familietas” –“las familias”– que se imaginan –en su paranoia– ser “de la sangre” (real). Ideas “contra democráticas” y que debimos “deconstruir” absolutamente hace 70 años, si la Revolución de 1944 no hubiera sido abortada por lo EE.UU. –en flagrante invasión– de la misma manera que hoy se quiere tumbar la revolución de Chávez y Maduro, guardando las distancias y los tiempos históricos.
Un día no muy lejano descubrí que dentro de mí (entre las costillas y los músculos pectorales) pende ¡sensibilísimo!, una especie de termómetro o de termostato que sube o baja –ora enrojecido, ora lívido– según se manifieste o agreda el grotesco dragón del poder, es decir, de la política-ambiente (reprimiéndonos y amordazándonos a los que escribimos) y, en general, a cuanto zoon politikón se le atraviese, para que se evite que las llagas purulentas del país se manifiesten con escándalo imputador. Recomendando que sería mejor tratar estos temas con discreción (y sin politizarlos ni menos ideologizarlos) pues, como dice Jimmy, la represión es, con la corrupción, también “lo normal” en Guatemala, como los delitos de su hijo y de sus hermano o los terribles e inexcusables de Torres Casanova y su binomio Leal Castillo.
Bueno, pues cuando en mí, el termómetro comienza a ascender bermejo o el termostato a indicar que el infierno y el demonio –por la razón que ya indiqué– están quemando lo más sensible de mis entrañas de “maudit” y que, por su efecto destructivo podría ser que el ajenjo –como en Verlaine– o el pulque como a Malcolm Lowry intentaran seducirme, caigo en la cuenta de que es hora de partir en retirada y abandonar el mundo para no verlo en toda su descarnadura política y de atrabiliario poder. De que es hora de tomarme un tiempo de descanso, porque me es imposible soportar más a la corrupta Torres Casanova que me recuerda a su aún más putrefacto exmarido, en ayunas de la buena prosodia. Y me marcho.
¿Adónde?, el lunes próximo se los cuento…