Eduardo Blandón

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Fecha de nacimiento: 21 de mayo 1968. Profesor de Filosofía, amante de la literatura, fanático de la tecnología y enamorado del periodismo. Sueño con un país en el que la convivencia sea posible y el desarrollo una realidad que favorezca la felicidad de todos. Tengo la convicción de que este país es hermoso y que los que vivimos en él, con todo, somos afortunados.

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Eduardo Blandón

Uno mira la situación vivida en Venezuela y quizá fantasiosamente se siente confortado al no encontrar elementos comunes con ese país que se cierne en el abismo.  No me extraña que muchos se sientan consolados porque “no hemos llegado al extremo de esa pobre nación”.  Sin embargo, pese al optimismo y triste consuelo, nuestra situación no es para nada halagüeña.

Las pruebas están a la vista.  Pensemos, por ejemplo, en nuestro calamitoso Sistema de Salud.  Sin ir más lejos, la semana pasada murió uno de nuestros más connotados poetas precisamente porque vivimos en condiciones tan deplorables como cualquier país africano, Etiopía, Somalia o Mozambique.  Ignorando, por supuesto, la condición de miles de guatemaltecos que comparten la miseria generalizada del sector al que nos referimos.

En materia educativa no andamos mejor.  Más allá de los sistemas pedagógicos cavernarios en boga aún, están las circunstancias que nos hunden en los índices globales. Nos referimos a la falta de escuelas e infraestructura inadecuada según los cánones del siglo XXI. Lejos de las bondades de la tecnología y consecuente instrumental que favorece el aprendizaje.  La educación aún para los privilegiados citadinos no es algo para enorgullecerse.

No somos Venezuela, pero tenemos nuestro propio caudillo, siempre tan complaciente con el Ejército que lo protege y le da la confianza para proferir disparates, como cómico sin guion y experto en el arte de la improvisación.  Una manera de gobernar tan sui generis, pero tan común, que imitan también sus ministros: Degenhart Asturias y Jovel Polanco, por ejemplo.

Guatemala está lejos de la Venezuela de Maduro, pero compartimos también una clase empresarial -derecha le dicen- que transita entre el amor y el odio a los Estados Unidos de América.  Cuando conviene hablan de intromisión, amor al suelo patrio e independencia, pero también no dejan de implorar intervencionismo cuando se trata de derrotar al comunismo y sus epígonos.  Y no tienen pena en solicitar la invasión en nombre del restablecimiento de la democracia. Cínicos que son.

Menos mal no somos Venezuela, dicen, olvidándose que las causas que llevaron al poder al heredero del Chavismo son las mismas que nos tiene postrado como país.  Hablan de la destruida nación de América del Sur como si viviéramos en un lecho de rosas.  Olvidan o disimulan que vivimos en un país con altos índices de corrupción, violencia y también con población obligada a migrar.  Sí, igual a lo que hacen algunos en ese país suramericanos en busca de vida, alimentos y futuro.  Es que, en verdad, no somos muy diferentes a ese país.

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