Adolfo Mazariegos

Politólogo y escritor, con estudios de posgrado en Gestión Pública. Actualmente catedrático en la Escuela de Ciencia Política de la Universidad de San Carlos de Guatemala y consultor independiente en temas de formación política y ciudadana, problemática social y migrantes. Autor de varias obras, tanto en el género de la narrativa como en el marco de las ciencias sociales.

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Adolfo Mazariegos

He parafraseado en el título de hoy el nombre de una popular obra de teatro para referirme al hecho de que cada vez está más cercano el momento en el que Guatemala tenga que concurrir nuevamente a las urnas para elegir a quienes después de seguir el proceso correspondiente, de acuerdo a la ley, se encargarán de dirigir el destino del país y administrar los bienes y recursos del Estado. En el marco de esa dinámica, es innegable que se ha observado a funcionarios y dignatarios buscando llamar la atención con el fin de que -como es lógico suponer- la ciudadanía se incline por los partidos políticos que les postularán (en el caso de los diputados al Congreso de la República, en virtud de que se vota por un listado y no por una persona), a efecto de obtener el voto que les permita mantenerse en el ejercicio de la función pública (no generalizo, porque seguro estoy de que hay honrosas excepciones). No obstante, precisamente por ello, éste resulta el momento justo para pensar en cómo y a quiénes se les dará el honor de servir al país desde esas plataformas en las que se constituyen los organismos del Estado. El pueblo de Guatemala ya no puede permitirse votar con una visión cortoplacista y clientelar, o encandilado por las luces de ofrecimientos vacíos que pueden costarle muy, muy caro al país. No se puede, por ejemplo (ni se debe) votar por quienes ya han ejercido la función pública y que además de favorecer intereses corruptos y particulares, han demostrado sobrada incapacidad y falta de conocimientos de lo que significa gobernar, legislar, administrar o gestionar para el bien común (según sea el caso). Fácil es tomar el micrófono en un hemiciclo parlamentario para vociferar sobre reggaetón, para manifestar rencillas con otros funcionarios que no les son afines o para realizar chistes de mal gusto, como si de grandes temas de transcendencia nacional se tratara. Pero, preguntémosle a quienes así actúan, a qué porcentaje de la economía del país corresponde el ingreso de divisas por concepto de remesas familiares anualmente; preguntémosles los nombres de los niños guatemaltecos que fallecieron el año pasado tratando de ingresar a Estados Unidos (y qué se ha hecho al respecto); preguntémosles cuántas escuelas son necesarias en el interior para que los niños tengan acceso a educación primaria; preguntémosles en qué porcentaje se ha superado la desnutrición crónica en el llamado Corredor Seco (si acaso sucedió); preguntémosles cuántos productos integran la canasta básica; preguntémosles qué dice el primer artículo de la Constitución Política de la República; preguntémosles cómo se estructura el Presupuesto de la Nación… Preguntémosles esas cosas que de verdad importan, puesto que por lo menos de forma mínima, es su obligación conocer de esos temas; preguntémosles, antes de tomar la decisión de emitir el sufragio. Seguro nos toparemos con respuestas verdaderamente decepcionantes y preocupantes… Como escribió don Miguel (de Cervantes) hace tantos años ya: “Cosas veredes, querido Sancho”.

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