Juan José Narciso Chúa
Columnista Diario La Hora
Para el Sanchi y la Teotonia, con la amistad de siempre
El bus tardó en llegar, se suponía que arribaría al DF a las 9 de la noche, pero se rezagó por distintas circunstancias que únicamente el piloto sabía, al final el grueso de pasajeros que íbamos ahí, únicamente nos quedaba esperar para llegar a nuestro destino. El pasajero de la fila de en medio estaba más ansioso. Era un hombre de 31 años, a quien el pelo se le notaba ya en proceso de caída continua, era alto y de tez morena, él sabía que ese retraso producía mayor inquietud e igualmente hacía más ansioso el momento.
No había visto a Sanchi desde una década atrás, cuando llegó a su casa para celebrar haber ganado el privado, allá por el año 1981, fue un grato momento estar rodeado de sus compañeros de estudio de la U, pero era aún más simbólica la presencia de Selvin y Sanchi, pues la vida nos había determinado una amistad fraternal imperdible. No olvidaba cuando en esa noche pletórica de copas y alegría pudo compartir con ambos alegremente –como siempre-, chingando –era usual- así como con la irreverencia imperdible de siempre, pero los tres sabían que cada acontecimiento era parte de nuestra vida que ya sumaba años de amistad, pero también implicaba hacerse sentir, decir sin palabras, acá estoy con vos. Esa noche fue maravillosa, él recordaba que su padre estaba feliz, se había preparado para tal acontecimiento y la casa se llenó de amigos de la colonia, de compañeros de la U, de familia –Alfredo, Carlos y Maritza, en primera fila y Byron a la par- y así se configuró un enorme momento de alegría que concluyó hasta el amanecer, cuando con Alfredo –su primo-, se tomaban el último trago, desbordantes de alegría, pero sobradamente borrachos.
Mientras tanto el bus parecía no querer llegar, ya estaba en el DF pero se notaba que quería alargar la llegada, quien sabe por qué circunstancias, con lo cual El Gato –así le decían algunos- se inquietaba más, pues podría ser que el Sanchi ya no iba a estar allá por lo tarde del arribo del bus de Cristóbal Colón. Al final dio un giro fuerte y ahí de frente estaba “el paradero sur” de la línea de buses en la cual viajaba. Se detuvo con paciencia exagerada en una estación y los pasajeros empezaron a bajar, cansados y desesperados, que tuvieron que aguantar la abulia de la llegada y el desdén del piloto.
Cuando bajó, volteó a ver a diferentes lados, tratando de encontrar a Sanchi, pero no lo veía, cuando escuchó un “chiflido” y el grito respectivo ¡¡¡¡Gato!!!, volteó a ver y ahí estaba su amigo, habían pasado diez años, pero la vida no los había maltratado a ambos, pues se reconocieron de inmediato, sonrientes los dos se fundieron en un enorme abrazo, este acto condensaba la reiteración a su enorme amistad, acercaba de nuevo a ambos viejos amigos y también expresaba su solidaridad con todo lo que había vivido Sanchi antes de salir al exilio.
Mientras tanto, otro amigo de Sanchi, observaba el momento, reconociendo la importancia de ese reencuentro, luego nos presentaron y amablemente los llevó a su carro para conducirnos a la casa. El Distrito Federal, era un viejo conocido del Gato, siempre le pareció una enorme y fraternal ciudad, sólo que ahora era cerca de la media noche y el tráfico había menguado enormemente, con lo cual el trayecto a casa fue rápido y agradable.
La casa de Sanchi estaba cerca de la parada del metro de Tacuba, justamente arriba de los llamados almacenes Cartagena, entramos y ahí estaba Teotonia, la esposa de Sanchi, que coincidentemente, el Gato conoció en el INCA, a la par de otras amigas de esos tiempos y luego estudiaron juntos en la Escuela de Comercio, lo cual sumado a la relación conyugal con Sanchi, había acrecentado la relación entre ellos y resultaba otro agradable reencuentro con ella.
Inmediatamente Teotonia lo invitó a sentarse y le sirvió algo de comida, mientras la tertulia empezaba y se iba a prolongar seguramente. Sanchi le dijo que él se había anticipado y había comprado “algunas” cervezas, por lo que la plática se prendió a pesar de lo entrado de la noche y se extendió gratamente.
Luego de hablar de la familia y de los hijos, ambos, en aquél tiempo ya tenían hijos, Vilma y Pablo por parte de Sanchi y Teotonia y Sofía Alejandra por parte del Gato, las ocupaciones de cada uno fueron el segundo tema, mientras la libación de la cebada y el lúpulo, proveía un ambiente agradable a la cháchara nocturna.
La llegada atropellada de Sanchi al DF era plática obligada y justamente empezó contando que luego de la celebración del privado del Gato, se encontraban en su casa con la Teotonia y Vilma cenando, cuando una llamada interrumpió la plática. Al levantar el teléfono Sanchi escuchó una voz agitada de hombre que decía con prisa pero con claridad: ¡¡¡Tienen que salir ahora de la casa, les van a caer…!!! y colgó. El susto no inmovilizó a Sanchi, sino al contrario, lo impulsó e inmediatamente trasladó el mensaje, prepararon un par de mochilas, arroparon a Vilma y se encaminaron a la puerta, previo a abrir, Sanchi observó por la ventana y vio un vehículo con tres personas adentro. La alarma fue inmediata, “no se puede salir por el frente, debemos buscar otra salida”. Se dirigieron inmediatamente al patio de servicio, Sanchi se subió a la pila, puso otra silla para llegar al techo, se encaramó y pudo ver que los techos ofrecían una mejor alternativa que salir a la calle, para caer en manos del enemigo. Se subió al techo, le dijo a la Teotonia que le pasara a Vilma y le dio la mano para terminar de trepar los tres al techo.
Al llegar arriba, sintieron el sereno de la noche golpearlos en la cara y sus cuerpos ya se encontraban estremecidos por el miedo que los embargaba con la noticia, que se incrementó con la visión del vehículo y los tres tipos en él. Sanchi, le dijo a la Teotonia: “vamos hacia allá, indicando el occidente, que implicaba el lado contrario de la puerta de su casa. Al principio, sus pasos fueron precavidos y hasta torpes, pensando en evitar hacer ruido, pero con el miedo en las espaldas se dejaron mover con mayor velocidad. Pasaban cornisas, se agachaban en cables, bajaban techos, dejaban patios, escuchaban a los perros ladrar, pero ya nada los detenía. Si les llamaba la atención el calor que emanaba de las láminas de los techos, pues al agacharse para bajar o bien cuando tropezaban protegiendo a la bebé, podían sentir ese calor agradable que les prodigaban las láminas contrario al frío de la noche y al sudor frío del susto, había que correr por sus vidas.
Escucharon un par de increpaciones de vecinos que decían en voz alta: “quién anda ahí”, pero ellos seguían con su paso constante, lo único que lo quebraba era cuando paraban momentáneamente para avizorar hacia dónde dirigirse, pues por las circunstancias de los techos, no se podía seguir en línea recta, sino al contrario, dando rodeos pequeños y a veces largos, que los llevaran al otro lado de la calle. Mientras todo esto pasaba, ellos sentían que sus corazones se salían de sus pechos, sumado al sudor que no paraba de correr por su frente y se sentía su movimiento gélido en la espalda. Ya casi llegaban al otro lado, su respiración era agitada, sus pocas expresiones se reducían a: “cuidado”, “apurate”, “agarrá bien a la nena”, “por allá”, “por acá”, “subí, yo te empujo”, pero la adrenalina que el miedo les imponía, los impulsaba a llegar hasta el final de la cuadra.
Al final llegaron a la orilla. Sanchi le dijo a la Teotonia: “esperame, voy a ver primero”. Ambos se acostaron en las láminas de una casa y nuevamente el calor que prodigaba resultaba placentero en medio del momento tan difícil que vivían. Sanchi acostado en el techo, se acercó sigilosamente hacia la orilla, miró hacia el norte y no había nada, únicamente había unos muchachos debajo de la luz de un poste, pero lejos de donde ellos estaban, volteó al otro lado y no había nadie, ni carros ni gente. Puso su atención hacia abajo y pudo ver que unos centímetros a su derecha, había un balcón que facilitaba la bajada, pero la luz estaba encendida, por lo tanto volteó al otro lado y también había un balcón, pero que mostraba las luces apagadas, por lo que representaba una mejor opción.
“Por acá, le dijo a la Teotonia”, señalando a su izquierda. “Dame a la nena, yo bajo primero”, así lo hizo, puso el primer pie en el balcón, se sentía fuerte, movió sus dos manos al frente y se agarró de la cornisa, puso el otro pie en el balcón, un poco más abajo, tomó a la bebé, e inició el descenso con la niña en su brazo izquierdo mientras el brazo derecho se aferraba a la vida y los pies significaban su salida y su futuro. Bajó en tres o cuatro pasos, se paró en la banqueta, mientras la Teotonia, ya venía haciendo la misma rutina, hasta que ambos se pararon en la banqueta, ésta representaba la seguridad de terreno firme.
“Para allá” dijo Sanchi apresurado, pero seguro. Se dirigieron a la cuadra que daba al sur de su casa, pero pasaron automáticamente en dirección occidente en la siguiente cuadra donde doblaron y caminaron rápida y temerosamente. Llegaron a la esquina, Sanchi nuevamente, no titubeó, sabía que hacia el norte se encontraba la San Juan y ahí podrían tomar un bus, caminaron hacia ahí, las dos cuadras se hicieron eternas. Cuando llegaron a la San Juan, era todavía un hervidero de gente moviéndose y habían algunos comercios informales abiertos y ofreciendo comida y diferentes cosas, al llegar a la calzada, del lado occidental venía un bus y un ruletero, rápido Sanchi observó que el bus venía con la luz apagada y con algunas personas a bordo, mientras el ruletero traía las luces encendidas y poca gente. “Al bus”, le dijo la Teotonia, anticipándose, el bus paró inmediatamente, se subieron, pagaron y se sentaron. Ambos se agacharon instintivamente cuando pasaron frente a la cuadra donde estaba la entrada de su casa y donde estaba el vehículo que Sanchi había visto, volteó a ver con cautela y el carro seguía ahí, volvió su vista al frente, respiró hondo, abrazó a la Teotonia y la beba y les dijo: “Nos salvamos”.
El bus caminó lentamente esas cuadras, pero al mismo subió varias personas más que les brindaban cobertura, no tenían idea hacia dónde se encaminaba el bus, pero igual siguieron su camino, hasta que preguntaron la ruta y una señora les dijo que iba por el Trébol y se encaminaba a la 18 calle de la zona 1.
Luego de caminar varios kilómetros, ambos pudieron sentirse aliviados por la distancia; sin embargo, sus cuerpos temblaban todavía, se abrazaron de nuevo y se pusieron a llorar. Vilma dormía plácidamente.
Cuando terminó de contar, el Gato y Sanchi se abrazaron efusivamente, ambos sabían de lo que se trataba ese trance. La vida era otra y seguía su rumbo dijo el Gato, así es vos replicó Sanchi, mientras elevaba su cerveza y decía alegremente ¡salud! ¡por la vida!, replicó el Gato. La tertulia cambió de ambiente y se movió a recuerdos gratos y comunes, a amigos queridos, a viejas amistades, a familiares, a trabajo, estudios y avatares de la vida, la música generaba ese contexto agradable del encuentro de dos hermanos. En ese momento sonaba Tequila Sunrise de The Eagles, una canción que siempre llevó al Gato a la bohemia del amanecer, cuando sonó una bocina, era el taxi que llevaría al Gato al aeropuerto. “Prestame tu ducha” dijo el Gato, “ahí está”, señaló Sanchi, mientras bajaba a pedirle al taxista unos minutos más de espera.
La existencia está llena de vericuetos; la memoria se encuentra plena de recovecos, la amistad está llena de anécdotas. Esa es la vida y este es un retazo, un fragmento entre la vida y la muerte.