José Manuel Fajardo Salinas
Académico e investigador UNAH

Maxime Rovere, investigador francés que trabaja en Brasil presentó en el XI Congreso Centroamericano de Filosofía -desarrollado en octubre del año recién pasado en Panamá- una Conferencia Plenaria titulada: “Spinoza, o como repensar el racionalismo hoy”. El objetivo de este artículo es dar cuenta de lo más destacado de su presentación y comprender de esta manera, cómo el racionalismo al que estamos acostumbrados (de carácter definitivamente cartesiano) puede considerarse como un modo epocal que tenderá a dejar de ser el predominante, para dar paso a una nueva manera de entender la racionalidad.

Para argumentar lo anterior, el expositor mencionado planteó cuatro grandes líneas de investigación, de las cuales desarrolló solamente las dos primeras, a saber: el estilo propio del racionalismo cartesiano ligado a una forma de matematización de la naturaleza y el problema de la inteligibilidad del universo. Para ambas temáticas expresó el modo racionalista clásico de tratamiento y a reglón seguido, cómo la visión del filósofo holandés Spinoza aporta un nuevo aire renovador.

Antes de iniciar estas reflexiones, Maxime Rovere destacó cómo varias disciplinas están retomando y reivindicando a Spinoza: la sociología, las artes visuales, el teatro, la neurociencia, e incluso los autores de desarrollo personal. La pregunta entonces es: ¿cómo una filosofía expresada en un lenguaje tan difícil y desafiante por su grado de complejidad y abstracción puede estarse poniendo de moda? Ello plantea también el pensar si esta filosofía podría sintonizar con lo vital y lo interesante de América Latina, desarrollando un rol protagónico en el futuro adveniente.

Ingresando a la primera idea, Rovere explicó cómo en el siglo XVII la revolución científica fue de la mano de una matematización de la naturaleza. Un escrito de juventud de Descartes es testimonio de ello: Reglas para la dirección del espíritu, donde se trabaja un análisis algebraico como método clave para la resolución de problemas complejos, reduciéndolos primero a subproblemas para así dar con una solución eficaz. Ahora bien, esta matematización que surgió inicialmente para comprender y explicar los fenómenos naturales, devino en una tendencia a dominar y controlar lo natural (intención que no estaba en el programa cartesiano original), incluyendo a las sociedades humanas. Este proceso fue caracterizándose por un incremento en los objetos técnicos que transformaron la relación humana con el mundo, así entonces, la humanidad fue introducida en un mundo fabricado sobre la base de objetos industriales (producción masiva en los siglos XVIII y XIX), lo cual desembocó en un tecnicismo ciego.

El primer cuestionamiento a esta tendencia vino en el siglo XX, a través de pensadores como Adorno y Horkheimer, que en su obra Dialéctica de la razón (1944), plantearon sus dudas en relación al Aufklärung (Ilustración alemana), sostenida por figuras de la talla de Kant (epítome del formalismo de la razón); la oposición a esta forma de racionalismo se centraba básicamente en que esta explosión técnica material estaba emancipada de lo moral, o sea, es una matematización que se autonomiza de lo mejor, lo bueno, lo humano y toda la gama de valores construida por el camino civilizador.

Para el caso alemán esta tendencia se asoció al totalitarismo, dando por resultado un doble horror: un sistema político de estilo absolutamente burocrático, por un lado, y por otro, el crecimiento de un aparato estatal que asociado a una ideología belicista y racista dio lugar al genocidio de millones de personas. Así, se llegó a una industrialización de la muerte, que es un efecto evidentemente distante, pero grave de la desvinculación moral del racionalismo moderno.

En contraste con esto, que vale aclarar no era de ningún modo la intención de Descartes, tenemos la propuesta de Spinoza, en cuanto que formuló la fuerza de una forma de racionalismo para luchar contra esta deriva técnica, o sea, un racionalismo para mantener juntos a los seres humanos en el alcance político y moral; y a la vez, unirlos a la naturaleza, en cuanto a su rango ecológico. Así, en su libro Ética expone el concepto de “beatitud”, consistente en vivir la felicidad propia, pero a la vez adquirir la virtud, es decir, hacer bien en el entorno; entre sus objetivos está el tema de la salvación, que consiste en saber sobrellevar la muerte, y en cuanto a la libertad, no sentirse determinado por las causas, sino ser como humanos la causa determinante que incide activamente en el propio futuro.

En relación a la forma de esta obra de Spinoza, ocurre algo definitivamente sorprendente, y es que, siendo un tratado con un objetivo moral, está estructurada sobre la base de la geometría de Euclides, con divisiones, proposiciones, demostraciones. ¿Qué significa esto? Quiere decir que la racionalidad no se aísla de un cierto juego de operaciones matemáticas. Estas operaciones mentales no son nada más que “fuerzas”, es decir, variaciones en nuestra “fuerza” para existir; en otras palabras, son “afectos”, que para Spinoza están enmarcados en los sentimientos humanos que son como variaciones de estado en lo que constituye la fuerza primordial humana: el “deseo”, que es la base de la razón misma.

He aquí la tremenda distancia que se establece en relación con Descartes y su racionalismo, ya que en el pensador francés las ideas son comprendidas por el entendimiento y afirmadas por la voluntad; no es así en Spinoza, donde de acuerdo a él existe una articulación de principio en la propia racionalidad. Una frase de la Ética que lo establece así: “No hay volición fuera de la idea, ni idea fuera de la volición” (segunda parte de la Ética, propuestas 48 y 49). Entonces, la gran revolución espinosista es que no hay que pensar en los fundamentos de la razón como consideraciones formales, que ubican la razón de lado de la abstracción, o sea, desde lo no humano y desencarnado (con el peligro de ser asumidas por instrumentos y por máquinas, lo que llamamos ahora IA -“inteligencia artificial”- que funcionan con base en cálculo y meta cálculo, o sea con cargas algorítmicas artificiales). La razón propuesta por Spinoza está más allá de esto, ya que se afinca y afianza en el “deseo”, que es la tendencia natural de los seres en general, y los humanos en particular, para procuran perseverar en su ser, o sea, buscar soluciones y rutas para desarrollar su propio caminar.

De lo anterior se deduce la clave para entender la popularidad de Spinoza hoy, ya que basa su racionalismo en una fórmula centrada en lo que era un peso o una falencia para Descartes: la propia corporalidad, sede del “deseo”, es decir, del corazón humano. La grande originalidad de Spinoza es basar la razón en lo que parece ser lo más opuesto a ella dentro del razonamiento cartesiano: el propio deseo. O sea, la racionalidad cartesiana desvinculada de su base existencial queda en pura formalidad, en complejidad abstracta, lo cual no sirve para vivir humanamente.

En esta lógica, las pasiones humanas, el amor, la tristeza, etc. pueden, gracias a la razón, aprender a organizarse, a equilibrarse, para desarrollarse tan ricamente como la llamada “inteligencia artificial”; con Spinoza podemos pensar en una inteligencia encarnada, pasional, capaz de autorregularse, no desde una instancia abstracta, de control (que sería la razón), sino al contrario, desde su propia inmanencia, permitiendo al espíritu humano ordenar un conjunto de imágenes e intenciones afectivas, que hacen aparecer formas de verdad ligadas a su propio deseo de existir; así pues, la razón es en realidad un esfuerzo de auto potenciación de lo viviente. Con todo lo anterior, Spinoza demuestra que la matematización no conlleva obligatoriamente una automatización técnica de lo viviente, sino que puede ser entendida y practicada desde una razón pensada de otra manera.

La segunda idea desarrollada por Rovere se centró en otra forma de redefinición del racionalismo desde el problema de la inteligibilidad del mundo. Aquí aparece la división entre los racionalistas que creen o no creen en la inteligibilidad absoluta de la naturaleza. Entre los primeros, por ejemplo, aparece Giordano Bruno, el cual decía que nos es posible conocer los más recónditos secretos del cosmos, pues las leyes de la naturaleza son universales, es decir, que no es posible aplicarlas de modo diferenciado aquí o allá. Es decir, el mundo no incluye zonas por decirlo así “irracionales”; así, en derecho existe la posibilidad de conocimiento pleno, la cual está abierta de acuerdo con el desarrollo de las ciencias.

Ante lo anterior se posicionan tres objeciones: la primera es la objeción fideista, por ejemplo, Blaise Pascal decía que la razón tiene límites (“el corazón conoce razones que la razón desconoce”), en especial a ciertas verdades que son dadas por la revelación del misterio de la fe, así, hay un tipo de eventos que la razón no puede alcanzar; la segunda es la objeción subjetivista, donde tenemos a Merleau-Ponty en el siglo XX, que afirmaba la imposibilidad de analizar experiencias personales que solamente son describibles a nivel fenomenológico, pero que no son objetivables por parte de la razón analítica; y por último, la objeción asociada al “desencantamiento del mundo”, recordando a Max Weber: el racionalismo sería el responsable de la concepción mecanicista del mundo que hace perder a las cosas su “aura”, es decir, su posibilidad de impactar emotivamente al ser humano, dejando una realidad empobrecida de su propia maravilla, de su efecto psicológico en los humanos, de esta manera, toda la realidad aparecería teñida de un tono gris monótono en cuanto que seríamos capaces de comprenderla.

¿Qué dice Spinoza de lo anterior? Estando de acuerdo con Galileo y con Descartes, Spinoza afirmaría que la razón es unificadora, es decir, que el hecho de comprender las cosas, no le impide a la razón maravillarse de la realidad, al contrario, se aprende a amar más lo real. Sin embargo, lo más original de Spinoza es proponer que la naturaleza no es algo simplemente “creada” por Dios, sino que es, a la vez, su expresión. Así, Dios es presencia inmanente en la naturaleza -en el interior de cada uno de los entes naturales- no es pues un creador “externo”, sino la fuerza misma de la “naturaleza naturante” (expresión usada por el mismo Spinoza para hablar de dicha fuerza que corresponde punto por punto a Dios).

Entonces, en este modo de racionalismo, tenemos que hay posibilidad de inteligibilidad de lo real sin alejarse de la fe en Dios, y sin contradecir el misterio de la subjetividad, al contrario, es gracias a la racionalidad que tanto Dios como la subjetividad se abren a nosotros. La inteligibilidad de la realidad es lo que se fabrica cuando las cosas se relacionan, evento donde está la fuente de la razón, es su fundamento primordial. Aquí tenemos, por tanto, una razón “familiar”, pues sin dejar de maravillarse, entiende lo que sucede ya que nace de las relaciones intersubjetivas que observa en la realidad.

Esto, por ejemplo, obliga a revisar lo que podemos entender por milagro: no es ruptura con las leyes de la naturaleza (como sería visto desde un racionalismo clásico), sino el no saber explicar las cosas que consideramos “milagrosas”. Así, en la visión cartesiana el “milagro” no es posible pues escapa de las reglas de la razón. En realidad, esta es una perspectiva corta, pues la racionalidad no está limitada a lo humano propiamente, sino que se basa en las relaciones que se pueden dar entre las cosas, que no son de tipo humano nada más… en realidad, los tipos de relación que se dan en la naturaleza nos sobrepasan infinitamente, de ahí que no podamos ser “policías” de la razón, ya que sus reglas están más allá de nosotros. Así, hay una extensibilidad indeterminada de la razón, lo cual borra la barrera entre lo posible y lo imposible, dando una mayor cobertura a la zona de lo milagroso como una dimensión de lo real.

De este modo, el académico Rovere dio por concluida su exposición y finalizó con unas recapitulaciones relevantes en relación a la novedad espinosista, a saber: la racionalidad no es extranjera al deseo, por tanto, no es la articulación técnica la que marca el futuro de la racionalidad, sino que más bien ella misma trata de luchar contra las derivas delirantes de pensar un mundo dominado por una inteligencia autonomizada al estilo de la llamada “inteligencia artificial”; a la vez, Spinoza nos anima a construir un racionalismo abierto, con una inteligibilidad que se interesa en las relaciones de las cosas, abriendo el espíritu humano a lo nuevo y lo desconocido, evitando caer en la tentación del exclusivismo o la endogamia racionalista clásica.

PRESENTACIÓN

La influencia de Descartes en la filosofía occidental y quizá más allá de ella ha sido fundamental.  El pensador, formado por la Compañía de Jesús, con su deseo de fundar la filosofía sobre bases sólidas, quiso hacer de ésta una verdadera ciencia.  Así, superando las dudas, encuentra en las ideas (“cogito, ergo sum”), su punto de apoyo demostrando la capacidad de la razón para comprender el mundo.

De ese modo, el francés inaugura la modernidad e instaura no sólo una especie de optimismo intelectual -la razón constituye esa facultad capaz de aclarar los misterios de la naturaleza-, sino también “fe” en el progreso.   Para ello, la filosofía, sin embargo, debía trascender el modelo escolástico e inspirarse en las matemáticas, sólo así, afirmaba, se puede llegar a verdades “claras y distintas”.

José Manuel Fajardo, en el artículo principal de nuestra edición, se propone mostrar, a partir de las ideas recogidas en un Congreso de Filosofía, cómo el racionalismo cartesiano puede ser superado desde la propuesta de Spinoza.  Sin que sea esto un ejercicio intelectual o un debate vacío, sino porque para el profesor universitario, el paradigma propuesto por el pensador holandés -Baruch Spinoza- es portador de una filosofía que explica más y mejor la realidad.

Fajardo, inspirado en la crítica al pensamiento moderno de Adorno y Horkheimer, explica las fragilidades de la filosofía de Descartes para, luego, explicar las fortalezas de la propuesta de Spinoza.  Y sin bien es cierto ambos son “racionalistas”, nuestro columnista, prefiere situar el paradigma del pensador judío como un sistema de “racionalidad”, distinto al cartesiano.

Esperamos que disfrute nuestra edición.  Más allá del texto anterior, presentamos la continuación de las contribuciones de Juan Antonio Canel Cabrera (relativo a la biografía de Marco Augusto Quiroa) y Fernando Mollinedo (sobre la historia de Guatemala).  Además, como es costumbre, concluimos con la reflexión de arte y cultura de Miguel Flores.  Que tenga un feliz fin de semana.  Adiós.

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