Max Araujo
Escritor

Danza, danza, señor de los moros, caballero de La Florida, Charli de los ángeles como te bautizó el Gato Viejo, sombrerón y duende, noble como los moros de Lo de Bran, antigüeño nacido en la Avenida Bolívar, tan chapín como el tamal colorado, aunque medio salvadoreño, investigador de las morerías, antropólogo por vocación, casi cura, locutor en tus años mozos, novelero y novelista, gestor cultural, y miembro permanente de juntas directivas, comandante y guerrillero de la palabra, amigo y hermano Carlos René García Escobar, compañero de noches de bohemia y cómplice de sueños y aventuras, defensor de causas perdidas.

Te leí en el día de tu muerte un trabajo publicado en este mismo Suplemento, relacionado con los mitos y leyendas, del sincretismo y del mestizaje, de la trascendencia y de la vida, premonitorio de tu partida hacia mundos en donde te esperaban tus padres, familiares y amigos, que te hicieron un camino de avanzada. Y es que es difícil explicar lo que sucedió, pues justo cuando Luis Eduardo, uno de mis cuñados entró a mi cuarto a dejarme La Hora de ese día, yo estaba en comunicación con una amiga para saber si era cierto lo de tu fallecimiento, y de manera inconsciente tomé el periódico y lo abrí justo en las páginas donde se publicó el trabajo.

Intuyo que fue tú despedida, realizada de manera elegante. Y aunque no escuché tu clásica carcajada, estoy seguro que la hiciste. Todavía recuerdo tres domingos antes, cuando de manera apresurada, de retorno de San Raimundo, en respuesta a un deseo repentino, toqué la puerta de tu casa, en la que hiciste nuestro pinol tu plato ceremonial, porque tenía como tres meses de no verte, aunque nos comunicábamos seguido por unos emilios, y apenas cruzamos unos saludos y un par de palabras cargadas de emoción y con un gran significado para nuestra amistad. Te acompañaba Ruth, tu esposa. No sabíamos entonces que era nuestra despedida en esta tierra, el último abrazo, y un hasta pronto, para cuando nos encontremos nuevamente en una de las cantinas del cielo y nos tomemos el de ley, como tiene que ser, como decía otro de nuestros amigos, el William Lemus, y a lo mejor se une el Luis Ortiz y el maistro Quiroa, y de repente Margarita Carrera, Luz Méndez, Monteforte, Otto Raúl González, y otro montón de cuates que ya tienen años de habérsenos adelantado.

Y fijate vos que ahora, que te escribo este correo, no electrónico, recordé cuando nos conocimos, y es que yo te mandé un telegrama, que te cayó de regalo de cumpleaños, pues fue un mero 23 de diciembre, cuando ya te habías empinado unos cuantos, entre pecho y espalda, por el que te invité para que llegaras a mi oficina para que publicáramos “La llama del retorno”, tu primera novela, que narra cuando de mojado viviste en los yunait esteit, y las aventuras que pasaste como indocumentado. Lo que sufrimos para publicarla, pero salió, como lo contaste en tu novela siguiente. Y de cuando en Adesca, estando yo en la Junta Directiva, te autorizamos para que incluyeras en tu Atlas Danzario, algunos de los trabajos que teníamos en archivo, con consentimiento, por supuesto, de quienes nos los entregaron para que les financiáramos la compra de sus trajes.

Si son tantas las cosas que podría contar, como cuando al alimón en la FLACSO, expusimos de nuestra literatura, y de los años ochenta que nos tocó vivir. Y no se me olvida cuando en una de las fiestas de Candelaria, para un 2 de febrero, en mi aldea La Ciénaga, grabaste hasta el alegato que tuviste con uno de los vecinos. Tantas cosas vos, las bromas, las veces que te fui a dejar en mi vehículo a tu casa después de la media noche, con unos tragos de más, y las cosas serias, como cuando te escuché dando tus amenas conferencias o en las decisiones, discutidas, que tomamos en el Consejo de Administración de ADESCA, en cuanto a los financiamientos que apoyamos.

Y cómo olvidar tus cumpleaños que me gocé en tu casa, que eran como los fiestones de pueblo, como a vos te gustaba, o los almuerzos en el Establo o las reuniones en la Cofradía de Godot. Componíamos el mundo, y no dejábamos santos parados con los otros contertulios. Si hasta, en esas chupacolas, creamos la Casa de la Cultura del Centro Histórico, congresos de escritores, publicaciones, y otros hechos que con el tiempo serán relevantes.

Si vos, Carlos, con tu muerte se fue una parte de mi vida, de esos años que compartimos, de los que siempre admiré tu entusiasmo y tu generosidad, como cuando Luis Alfredo Arango me dio un poema de Akabal, para que te lo entregara, que vos inmediatamente incluiste en La Teluria Cultural, esa sección, a tu cargo, que fue del suplemento en el que se publican estas líneas. El poeta inició así su camino que lo ha llevado al lugar que tiene. Termino vos, diciendo que de modesto sí que no tenías nada.

Un abrazo, y hasta la próxima.

In memoriam
Carlos René García Escobar

La presente edición quiere hacer memoria de un profesional entrañable cuya ausencia ha golpeado tanto a amigos cercanos, entre los que me incluyo, como al mundo literario e intelectual de nuestro país. Se trata de la desaparición física de Carlos René García Escobar, antropólogo, investigador, gestor cultural, novelista, pero sobre todo amigo de La Hora y colaborador de nuestro Suplemento Cultural.

Nada me recuerda tanto a Carlos René que aquel pasaje evangélico de Juan, que refiere la opinión de Jesús sobre Natanael: “Jesús lo vio venir y dijo de él: Aquí viene un verdadero Israelita, en el cual no hay engaño”. Ese era Carlos, el hombre bueno que nos alegraba y departía generosidad a manos llenas.

Lo conocí en la Comunidad de Escritores donde me lo presentó Mario Rivero. Era el año de 1996. De entrada y hasta el último día me llamaron la atención su trato cordial, amabilidad y don de gentes. Asimismo, era común en Carlos su pasión por la literatura y entusiasmo por la difusión de las letras. Se comprometía a cualquier actividad que se tratara de lecturas de libros, presentaciones o conversatorios.

Lo llevé varias veces con mis estudiantes en la universidad y era fascinante escucharlo hablar de sus textos, a veces con exageración. “Creo que has dicho varias inexactitudes de tus libros”, le dije un día, “hablas demasiado bien de ellos”. A lo que me respondió: “¿De qué otra forma quieres que hable si son míos?

Viajé varias veces con él, dentro y fuera del país, y siempre admiré la calidez con la que era recibido. Normalmente sonriente, preocupado por las personas e interesado en Congresos y encuentros para hablar de literatura y encontrarse con los amigos. Carlos René era toda una fiesta.

Me unía con el amigo, el pasado conventual, las incursiones en el latín y cierta clerofobia que nos permitíamos con libertad por nuestros orígenes de sacristía. Conocía el santoral no por afanes de devocionales, sino por el tema de las danzas y sus investigaciones que giraban en torno a lo religioso. Como buen marxista ortodoxo (creo que estaría feliz que lo llamara así), desconfiaba de las religiones. Y cuando quería ofenderme, según él, me llamaba “Jesuita”.

Los textos presentados en la edición han sido escritos por sus amigos escritores, Max Araujo, Juan Antonio Canel, Víctor Muñoz, Karla Olascoaga, Vicente Vásquez, Maco Luna, Dennis Escobar Galicia y Gustavo Bracamonte. A todos ellos, nuestro agradecimiento. A usted, una muy feliz lectura y una feliz Navidad. Hasta la próxima.

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