Luis Enrique Pérez
En el transcurso de algunos años varias familias de ladrones fueron congregándose en un pequeño valle, situado entre montañas, montes, colinas y bosques; y constituyeron una rica comunidad. Sus víctimas eran habitantes de parajes, caseríos y aldeas, o pertenecían a pequeños pueblos; o eran comerciantes que transitaban en solitarios caminos, con alguna carreta tirada por caballos o bueyes. Las víctimas también eran dispersos agricultores, o indefensos ganaderos y confiados pastores.
Repentinamente comenzó a disminuir la cantidad de bienes que los ladrones robaban, y la comunidad se empobrecía. La causa era que, en la misma comunidad, grupos mayoritarios de ladrones despojaban de sus bienes a algún otro ladrón, con el fin de disfrutarlos. Por ejemplo, una vez un ladrón fue despojado de un cerdo, para que la mayoría se alimentara con chicharrones, chorizos, longanizas, lomo adobado, costilla y trozos de piña de tan apetecible porcino. Los ladrones que se constituían en grupos mayoritarios aducían que el despojo procuraba el bien común.
Un ladrón se beneficiaba cuando era miembro de la mayoría despojadora; pero se maleficiaba cuando era víctima de ella. Entonces cada ladrón, más que ansiar ser uno de los despojadores, temía ser uno de los despojados. Una vez un ladrón tan viejo como legendario (se conjeturaba que una vez se había robado a él mismo), convocó a una asamblea general, y dijo:
“Ya no queremos robar valiosos bienes porque no tenemos la certeza de que disfrutaremos de ellos. En nombre de un ficticio bien común nos condenamos a un real mal individual. El auténtico bien común no es una cabra, una vaca, una joya, un garrobo o un quintal de arroz. Cada quien puede poseer o no poseer esos bienes. El auténtico bien común consiste en la igualdad de derechos, uno de los cuales es el derecho de propiedad privada. Respetarlo es principio de justicia; y ninguna mayoría puede violarlo. Propongo que seamos ladrones justos. Respetemos la propiedad privada de cada uno de nosotros. Y despojar a uno de nosotros de sus legítimos bienes debe ser un crimen castigado con la muerte”.
Los ladrones aprobaron la propuesta y, moralmente renovados, con enérgico entusiasmo delictivo, comenzaron a robar como nunca antes habían robado. Una creciente prosperidad parecía ser el destino de la comunidad; a lo cual contribuía el libre intercambio de bienes. Por ejemplo, un ladrón que tenía un asno, pero demandaba una mula, podía trocar el asno por una mula; pero no importaba que el propietario de la mula fuera o no fuera un miembro de la comunidad. Y si no era miembro de ella, no importaba que fuera o no fuera ladrón. También aumentaba la división del trabajo y la especialización profesional. Por ejemplo, un ladrón que tenía aptitud para robar gallinas, podía dedicarse solo a esa actividad, y especializarse en ella, y aumentar su productividad delictiva.
Una vez un forastero honrado vivió clandestinamente en la comunidad, durante varios días. La familia que lo hospedó le relató el origen de la asombrosa prosperidad de la comunidad.
Post scriptum. Cuando el relato terminó, el forastero díjose: “Si respetar el derecho de propiedad privada y evitar que cualquier mayoría despoje a un individuo de sus bienes propios, beneficia a una comunidad de ladrones, ¿no beneficiará aún más a una comunidad de honrados?