Pedro Pablo Marroquín Pérez
pmarroquin@lahora.com.gt
@ppmp82
El fin de semana, tanto en La Hora como en La Hora Voz del Migrante publicamos un reportaje de lo que significa el esfuerzo de nuestros migrantes en la economía y lo devastador que fuera para todos en el país el hecho que no contaramos con ese dinero que los compatriotas se ganan a base de sangre, sudor y lágrimas. Extractos del reportaje:
Alberto, de 24 años, no terminó sus estudios y solo realizó el nivel medio. Luego empezó a trabajar en un Centro de Salud y posteriormente como mesero en un restaurante donde devengaba un total de Q2 mil 600 mensuales para sufragar todo, a veces con propinas lograba obtener unos ingresos extras, pero no era suficiente.
El joven vivía en donde trabajaba, prácticamente no veía a su familia y fue entonces que decidió migrar. Había escuchado que a sus hermanos les iba bien en Estados Unidos y se decidió.
El viaje lo pagó un amigo que ya estaba en el “norte”, se fue con un Coyote y atravesó el desierto de Arizona conocido por sus altas temperaturas. Ahí fue detenido por agentes de la Patrulla Fronteriza, finalmente fue liberado con una fianza de US$2 mil 500 que también pagaron sus familiares.
Ahora vive con amigos, extraña a su esposa e hija de un año, pero no duda en que el trabajo y el salario que devenga ahora es mucho mejor del que obtenía en su país. Actualmente labora en un restaurante en donde lava platos.
Alberto cuenta que al menos trata de enviar un poco más de 300 dólares a su familia solo para cubrir gastos casi fijos, aunque a veces es más, todo depende de las erogaciones que deba efectuar. Su esposa y su mamá se reparten los recursos en las necesidades del hogar, pago de agua, luz, compra de leche, pañales, alimentación del bebé y del resto de familia, incluidos los pasajes y demás.
“Aquí es bonito, no te lo voy a negar, pero el nido de uno hace falta, y pues no me siento tan bien aquí, pero es lo que hay y debo trabajar, esto era lo que quería”, comenta Alberto.
Sin lo que envía Alberto, tanto el bebé como su familia quedarían sin ese ingreso limitándose únicamente a la venta de huevos y gallinas. Hace poco celebraron el cumpleaños de la niña, hubo piñata y pastel, todo con las remesas que su papá envió; cuando se fue, la bebé tenía un mes de nacida.
En ocasiones el papá de Alberto logra sus cosechas, siembra yuca y frijol, pero no siempre le va bien, todo depende del invierno. También trabaja como albañil de la aldea y es músico, pero su trabajo es por temporadas.
El sueño del joven es que con el tiempo pueda adquirir un estatus regular en Estados Unidos. A finales de noviembre una nueva cita le permitirá, ya sea permanecer en el país o volver a la realidad de la que escapó en Guatemala.
Por varios años nuestro ritmo de consumo se ha podido sostener con base en las remesas que si bien, alivian la economía de millones de personas de familias, también han evidenciado que nos hemos dedicado a la exportación de gente al por mayor y eso debe ser motivo de constante preocupación para todos aquellos que entendemos que ese no puede ni debe ser el camino del futuro.
Para muchas personas sumarse a la ola migratoria no es tan complicado porque la realidad que se vive en los países de origen no ofrece muchos incentivos ni muchas ilusiones. Ahora el migrante es expuesto como un riesgo en la teoría del miedo que explotan los republicanos en la elección de hoy, pero es bueno recordar que el migrante no es la amenaza, al contrario, es la esperanza de millones que han dejado atrás buscando el sueño americano que les permitan una mejor vida.