Claudia Escobar
claudiaescobarm@alumni.harvard.edu
Las imágenes de hombres, mujeres y niños centroamericanos que huyen caminando de su tierra son impactantes. El ver a familias dormir al lado de la carretera, comer lo que pueden para continuar caminando por horas y horas, nos obliga a enfrentar una realidad que duele. Son miles de personas que han decidido dejarlo todo para buscar un futuro en el que puedan vivir con dignidad, algo que en su país de origen les es negado.
Quienes alguna vez se han enfrentado a la posibilidad de abandonar su hogar, saben que esa decisión no se toma a la ligera, pues siempre hay algo que perder. Deben existir razones de peso para dejar el terruño y aventurarse en otros espacios, con el riesgo de enfrenarse a la adversidad y al rechazo de una sociedad que ve con escepticismo la llegada de un grupo de migrantes cada vez más numeroso. Los que iniciaron la travesía desde Honduras, con el fin de llegar a los Estados Unidos, así como los que se suman a la caravana en El Salvador y Guatemala, son los ciudadanos más vulnerables de la región.
Ellos, nacen en la pobreza y están condenados a vivir en la miseria. No tiene posibilidades de educación o de formación, ni acceso a la salud, a una vivienda segura o a un trabajo que les permita cubrir sus necesidades. Viven en medio de la violencia y son presa fácil del crimen organizado y de las pandillas que proliferan en sus comunidades. Los gobiernos de sus países ignoran sus necesidades o son incapaces de implementar políticas públicas que transformen esa realidad, así que cansados del infortunio han decidido caminar en busca de la tierra prometida.
La migración de centroamericanos hacia el Norte no es una novedad. En los años 80 se decía que la segunda ciudad más grande de Honduras era New Orleans. Actualmente hay en EE. UU. más guatemaltecos exiliados que cubanos, a pesar que los chapines nunca han tenido las facilidades que por décadas gozaron los cubanos. La economía de El Salvador está sostenida por las remesas que mandan los guanacos a su país.
La avalancha de centroamericanos pone el dedo en la llaga de un problema regional, que cada vez es más agudo. Cada día atraviesan la frontera sur de los Estados Unidos cientos de individuos. Durante la administración de Obama en el 2013 la llegada de menores de edad, sin compañía de sus padres se trató como una crisis humanitaria. En 2016 de acuerdo con la Agencia de la ONU para los refugiados -ACNUR- se calculaba que anualmente 450 mil personas provenientes de la región transitaban por México para llegar a Estados Unidos. El problema del éxodo de migrantes es similar al que ocurrió durante la época de los conflictos armados en la región.
Mientras los países de la región no logren garantizar a sus ciudadanos un entorno propicio para su desarrollo, la hemorragia de migrantes continuará sin que haya ningún torniquete que la detenga. Hace falta más desarrollo en la región -de eso no cabe la menor duda-, pero para erradicar la pobreza es indispensable combatir la corrupción. Sin confianza en las instituciones estamos arando sobre arena.