Víctor Ferrigno F.
El arrollador triunfo electoral (55.5%) de Jair Messias Bolsonaro a la presidencia de Brasil, el país más extenso, poblado y rico de Latinoamérica, enarbolando las banderas más antidemocráticas inimaginables, merece una profunda reflexión, pues su ideario y el movimiento social que lo encarna constituyen una amenaza para la democracia, la justicia y la paz.
Durante casi 28 años, el excapitán y diputado Bolsonaro pasó desapercibido en el hipercorrupto Congreso brasileño, hasta que una serie de factores, que deben ser detenidamente analizados, lo catapultaron como el líder de las fuerzas ultraconservadoras de Brasil, dando origen a la coalición identificada como BBB, acrónimo de biblia, bala y buey. Se refiere a la alianza de las iglesias neopentecostales ultraconservadoras y a sus mediáticos pastores, con los militares, policías y civiles que abierta y públicamente reivindican la necesidad de imponer el orden y la seguridad a balazos, y con los terratenientes-ganaderos cuasi feudales, que abogan por la concentración de tierras y la aniquilación de los movimientos agraristas de indígenas y campesinos.
Previo a los comicios del domingo pasado, el Partido de los Trabajadores (PT) ganó las anteriores cuatro elecciones, hasta que la oligarquía brasileña logró la destitución amañada de la presidenta Dilma Rousseff en el Congreso brasileño, sindicándola del ridículo cargo de haber falseado cifras económicas en sus informes, acusada por una mayoría de diputados que están siendo procesados por corrupción.
En los tres y medio períodos de gobierno, el PT sacó a 28.6 millones de brasileños de la pobreza, reduciéndola del 24.3% al 8.4% entre 2001 y 2012, mientras que la pobreza extrema cayó del 14% al 3.5%. También impulsó el programa Hambre Cero, el más exitoso del continente, reduciendo a la mitad el número de personas con hambre, según la ONU, disminuyendo la tasa de desnutrición del 10.7% a menos del 5%.
A pesar de no haber tenido acceso a estudios superiores, Lula Da Silva creó más universidades públicas (18) y escuelas técnicas federales (422) en su gobierno que en toda la historia previa de Brasil, duplicando el número de universitarios (7.6 millones), la inversión pública en educación creció 288% y otorgaron más de 100 mil becas de posgrado en el extranjero. Además, logró una tasa de desempleo más baja que en EE. UU. y una tasa de crecimiento económico mayor. Por todo ello, Lula dejó el poder con una aceptación del 80%, aunque no logró resolver cuestiones estructurales como la desigualdad, la corrupción, el narcotráfico y la violencia común.
Después vino la recesión mundial de 2008, la caída de los precios de las materias primas, la destitución de Dilma Rousseff y el enjuiciamiento de Lula, dejando al PT sin su candidato natural, que tenía el doble de aceptación electoral que Bolsonaro.
El golpista Michel Temer sumió a Brasil en su peor crisis económica, casi ningún partido se libró de enjuiciamientos y condenas por la corrupción galopante y cundió el retroceso social, el desempleo, el hambre y la violencia.
Ese fue el contexto político-social idóneo para que floreciera el miedo de la ciudadanía a perder el trabajo, la dignidad y la vida, optando por el mensaje apocalíptico y violento de los pastores evangélicos, los candidatos militares y policiales, y triunfara una opción que ofrece resolver la crisis brasileña a balazos, amenazando con eliminar a luchadores sociales, intelectuales, feministas y negros, postulando un infierno donde reinará la intolerancia, la represión, el conservadurismo político y el fundamentalismo religioso.