Víctor Ferrigno F.
Conmemorando el 74 aniversario de la Revolución de Octubre, cabe preguntarse ¿Por qué lucha Guatemala? Es el primer paso para imaginar el futuro que queremos, para delinear el país que soñamos, para comenzar a crear la obra intergeneracional que legaremos a nuestra estirpe, una de ciudadanos libres, redimidos del miedo, de la violencia, del hambre, de la pobreza, de la discriminación, de la injusticia, de la corrupción, del no ser en plenitud.
El gran dramaturgo Manuel Galich se lo preguntó después que el liberacionismo y la invasión estadounidense nos robó La Primavera Democrática, que nuestros padres y abuelos construyeron en diez años de ensoñación y lucha. La pregunta y su respuesta la condensó en un libro clásico, publicado en 1956, y que da origen al título de esta columna: ¿Por qué lucha Guatemala?
Hace 62 años, Galich relata en su obra los avatares, afanes y sacrificios que su generación protagonizó contra el imperialismo, los militares traidores y los terratenientes avorazados, concluyendo que Guatemala lucha por su dignidad.
Se dice fácil, pero dignidad es la cualidad de aquel que se hace valer como ser humano, se comporta con responsabilidad, con civismo y con respeto hacia sí mismo y hacia los demás, y no deja que lo humillen ni degraden. La dignidad entendida como el decálogo del ciudadano.
Preguntarnos ¿Por qué lucha Guatemala? es pertinente en un momento de nuestra historia, en el cual todas y todos los ciudadanos deberíamos hacernos la pregunta referida y construir una respuesta colectiva. De lograrlo, habremos erigido la primera epifanía social del Siglo XXI en Guatemala, y nos acercaríamos a Paxil y Cayalá, la tierra de leche y miel que relata el Pop Wuj.
Las mujeres y los hombres de bien que, desde abril de 2015, nos concentramos en parques, campos y plazas, marchamos unidos y gritamos nuestra indignación ciudadana contra la corrupción, la impunidad y el cinismo de los politicastros, empresarios y militares, dimos origen a un movimiento cívico que no tenía programa, ni dirección, ni estructura, pero sí una naciente conciencia social que se templa en la lucha, y que nos ha permitido ir construyendo objetivos, alianzas sociales y una hoja de ruta para una marcha popular que ya no tiene retorno.
A cada paso descubrimos que somos capaces de alcanzar objetivos más amplios; crecientemente tomamos conciencia que nuestro poder soberano ha sido usurpado por una mafia político-empresarial que, otra vez, nos roba el futuro, y una profunda indignación ciudadana recorre calles, valles y cañadas, como el retumbo de un volcán naciente que derrumba viejas estructuras criminales, cimbra obscenos castillos de privilegios oligárquicos y sacude a una sociedad amodorrada. Así, la indignación ciudadana se ha convertido en la argamasa que nos une y el resorte que nos mueve.
Con Manuel Galich, hoy podemos proclamar que luchamos por recuperar nuestra dignidad nacional, porque es indigno que la mitad de nuestros niños pasen hambre, que un millón de ellos trabajen sin ir a la escuela, que expulsemos del país a miles de ellos. Es indigno que cada año asesinen a cientos de mujeres y no les hagan justicia. Es indigno que genocidas, corruptos y hambreadores gocen de impunidad. Es indigno que tres mil empresas no tributen y solo un tercio de los empleadores pague el salario mínimo. También son indignos el racismo, la exclusión y la explotación.
La dignidad nacional se recupera cada día, con pequeñas pero irreductibles luchas en la casa, en el trabajo, en la escuela. En este contrapunto entre lo que fuimos, lo que somos y lo que queremos ser, hay que recordar que los guaraníes nos enseñan que “el pasado se sueña y el futuro se recuerda”.