René Leiva
Aunque Julio Fausto Aguilera perteneció a al menos dos grupos literarios, de forma efímera, y obtuvo galardones también efímeros, no necesitó de tecomates para nadar, sumergirse en aguas turbias o profundas y emerger recién nacido.
Su angustiado sentido de patria en vida y poesía son los antípodas del castrante nacionalismo, de la construida por el criollo, la fascista inmortalista o de “ligas” gelatinosas. No es la plantación de palma africana, no la hidroeléctrica, no la mina a cielo abierto e infierno encubierto, no la lotificación de lujo, no el centro comercial/paraíso terrenal.
La poesía de Aguilera es diáfana, con mucha luz diurna y aire limpio. Desnuda, sin embozos ni raros atavíos. Fresca y nutritiva. Dice: “Clara./ Que mi poesía sea clara./ Como el agua de las tomas/ que riegan el plantío./ Sencilla./ La quiero sencilla./ Como esos quiebracajetes que en la mañana de noviembre/ al viandante saludan,/ prorrumpiendo a la vera del camino/ su rosada, azul trompetería”.
Sus versos, en general, expresan hechos, situaciones, cosas, aspiraciones concretas, reales, posibles. Un poeta con los pies en la tierra de ayer y de mañana, humanista, revolucionario, antifascista, gran conocedor de César Vallejo y de Miguel Hernández.
“Julio Fausto es un señor que maneja el verso orgánicamente. Hay veces cuando escribe con el hígado. Parece profeta enojado aventando anatemas, o vieja locataria echando madreadas, bolas de ajuste. Hay veces en las que la vena amorosa se le hincha y no sé si escribe “con tinta sangre del corazón”, como dice el bolero, o con la libido en plena y “berreonda” exaltación. Hay veces en las que escribe porque tiene ganas de mearse de la risa. Pero siempre escribe bien, muy bien, con fuerza, con hondura, con esa su vieja angustia con la que mantiene un amasiato que ya es más que un matrimonio de hecho.” (Manuel José Arce).
La pasión de Julio Fausto por Guatemala no es de símbolos patrios en vías de extinción, ni de postal turística o de alteraciones “bonitas” a su nombre. Es atormentado y racional, emocional y dialéctico, adolorido y risueño, indignado y tierno. Amor mal correspondido, por supuesto, como acontece con la mayoría de poetas y artistas.
A 56 años de escrito “La patria que yo ansío” (1962), un verdadero himno o desiderátum para casi cualquier pueblo del mundo asido a sus esperanzas más humanas y humildes, hoy dijérase, muy a pesar del poeta, la patria que yo temo, la patria que yo desconfío, que desconozco, que me entristece, que me niega, me rechaza…
“La patria, la que sueño, es un plantío/ donde triunfa el tractor, triunfa el arado/ y un enjambre de brazos no se alcanza/ cosechando los frutos y los granos.” “Esta patria es taller, telar; es fábrica,/ laboratorio, orfebrería, andamio,/ Hogar que se construye y embellece/ sin un ocioso ni un privilegiado”.
(Un dato casi personal y marginal, entonces inesperado y sorpresivo, que cabalmente me incumbe, pero sin comentario mío, el 18 y el 19 de octubre de 1991, aquí en La Hora, fue publicado en dos partes “A René Leiva Escritor y Poeta”, de un Julio Fausto Aguilera en sus pródigos 63 años).